Hace tiempo que vengo pensando en escribir este texto. El título
me vino de golpe, luego de alguna situación que ahora no recuerdo en detalle…
creo que fue luego del diálogo con una querida amiga, no estoy segura… creo que
el golpe del título ocurrió en esa situación tan frecuente para mí que es
escuchar muy atentamente a alguien que quiero, alguien por quien me preocupo,
alguien cuyo malestar se vuelve, en mi quererla, un malestar indirectamente
mío, pero sucediéndome a la vez –suceder que también me es frecuente- que me
salgo de la escena, la situación de interlocución cariñosa, afectiva, y veo, se
me hace visible, el globo neurótico en el que vive el otro. Ese globo neurótico
en el que todos vivimos. En el que cada uno vive. Esa burbuja de aire ansioso, nervioso,
viciado de imaginación, fantasmas, sobresignificación, ultradeterminación de lo
que nos acontece.
Hay una variedad fascinante de los distintos tipos de aire
que inflan esa burbuja imaginaria en la que nos movemos. Hoy me convoca en
particular analizar químico-psico-existencialmente el aire de las falsas
angustias. Se trata de uno de los aires más densos, más espesos, más pesados.
Es un aire que vuelve a la burbuja compacta como una piedra, una roca atada al
cuello, un calzado de cemento en el que se envuelve el pie, lo suficientemente
pesado y liviano a la vez como para que uno pueda simultáneamente correr detrás
de algo –la falsa angustia- y sentir que cada esforzado paso acelerado es un hundirse,
un agobiarse, un feroz pesar de las piernas, y los brazos, y el torso que
intenta erigirse mientras el aire-piedra lo empuja hacia adelante y hacia
abajo. Y a la vez, la densidad autocontaminada de este aire vuelve ciego al que
corre… ciego a que la meta-objeto es falsa, es no-siendo, está constituida por
la nada porosa del aire mismo que ahoga el cuerpo que corre… y sigue corriendo…
¿a dónde?: En la dirección sin horizonte de la falsa angustia.
Pero entonces volvamos a la cosa, el objeto. ¿Qué es la
falsa angustia? ¿Qué son las falsas angustias? Contra todo pronóstico de
filosofía occidentalista, empecemos por el accidente: la falsa angustia es
falsa. Es falsa porque no es. Es falsa porque es, como dije, no-siendo. Porque
si ha de haber alguna angustia que merezca la jerarquía ontológica de “verdadera”,
solo tiene sentido calificar de ese modo a la angustia por la propia muerte.
Solo puede tener sentido angustiarse por la falta de todo sentido: que al único
lugar al que realmente vamos es la muerte. Que lo único urgente es lo relativo
a la muerte. La muerte propia y la muerte de quienes amamos. Nada más, lo
repito –por favor, prestemos atención-: nada más merece el nombre verdadero de
verdadera angustia. Solo nuestro certero morir sin saber cuándo amerita la
pesadez, la sensación de roca al cuello, los pies cementados, el torso
imposible de erguirse, el aire sofocante en los pulmones. Solo el morir propio,
en sus formas “mías” y “de los míos”, puede realmente reclamar para sí ese
correr, ese acelerarse, ese precipitarse de la angustia ante lo más
irrefrenable, la posibilidad más propia, la que nadie desea, la que nos iguala
a todos, la que es verdadero límite, verdadero fin. Si recordamos esto, esto
que todos sabemos y que por eso se piensa en el modo del recuerdo –se recuerda
lo que siempre puede volver desde el rincón más oculto de la memoria, que por
más escondido que esté sigue ahí, para volver, al recordarlo-, si lo
recordamos, toda angustia que no sea angustia de la muerte propia, en sus dos
modalidades, es falsa: si no está en juego el dejar de ser, la angustia es
falsa. Porque si lo que angustia no es el riesgo de ya no ser o de perder la
parte de ser que somos en los que amamos, entonces se puede seguir siendo, se
puede ser otra cosa, se puede hacer otra cosa, se puede ver la burbuja como
burbuja, el aire como aire, la nada como ficticia coseidad.
Busco en un diccionario la palabra angustia y ofrece como acepción
segunda “Temor opresivo sin causa
precisa”. Maravilloso: ¡en el diccionario mismo aparece la falsa
angustia como angustia! ¿Cómo temer, como vivir el temor como opresión, “sin
causa precisa”? La angustia verdadera tiene una precisísima causa, de una
precisión cronometrable, de una certidumbre envidiable: la muerte. La causa más
precisa, imposible, de la verdadera angustia es que vamos a morir, es que
aquellos a quienes amamos van a morir. Toda otra angustia, por más literalizada
en el Diccionario de la Real Academia que esté, es falsa: y por eso es “sin
causa precisa”. Esa es la densidad química del aire de la burbuja neurótica de
las falsas angustias: una densidad sin causa… pero es menos la falta de “precisión”
de esa no-causa, que su ser causa irreal, su ser causa imaginaria, su ser causa
ficción, sobretramada, hiperinflada, superimaginada.
Porque pensémoslo así: si
aquello que me angustia no es mi propia desaparición, ni el desaparecer de la
extensión de mi cuerpo que son mis afectos, entonces la continuidad en mi ser
no afectada es garantía suficiente de que hay acción posible, hay camino
alternativo, hay chance posible, hay aún tiempo para aquello que necesito
hacer, ser, resolver. Si no hay desaparición, aún hay cuerpo. Si no hay
desaparición, aún hay tiempo. Cuerpo y tiempo aún a la mano mía, empuñables,
son armas suficientes para cualquier amenaza de las falsas angustias. Porque
además la falsa angustia viene con la marca de la urgencia, de la amenaza de
algún fin inminente, de una disyunción exclusivísima entre un todo y una nada.
Pero no: si permanece la continuidad de mi ser no afectada, hay ser-cuerpo y
hay continuidad-tiempo. Decidir no es desaparecer… al menos no realmente,
mortalmente. Elegir no es mera pérdida… al menos no pérdida absoluta,
definitiva. Ser en el cuerpo y en el tiempo es decidir y elegir y seguir
siendo, con el cuerpo afectado, sí; con el tiempo alterado, claro. Pero no es
muerte. Y si no hay muerte, hay acción posible porque hay aún posibilidad de
seguir siendo.
El arte de deshacer las
falsas angustias y sus falsas urgencias implicaría entonces evocar vitalmente
el recuerdo de la única verdadera inminencia posible: la propia muerte. Frente
al recuerdo de aquello que el salto de una a otra burbuja de falsa urgencia
pretende ocultar –que moriremos, que moriré, que morirás, que te me morirás en
algún momento- se nos ofrece la verdad en la modalidad de la Angustia (con
mayúscula), claro, pero simultáneamente, en ese mismo momento de parálisis
neurótica completa, también la verdad en la modalidad de la Vida, de la posibilidad,
de la garantía de un cuerpo y un tiempo para seguir siendo. El globo neurótico
se desinfla. La burbuja imaginaria se pincha. Y uno al fin respira.
Inhalar con el cuerpo la
posibilidad de aún un tiempo en el que un hacer, un torcer, un cambiar, un poético
destruir es aún vigente. Exhalar con el cuerpo el resto imaginario de una falsa
muerte frente a una falsa angustia que imponía en su falsa urgencia un matar la
vida aún posible en el encierro de una cárcel monóxidocarbonada de la propia
neurosis hecha cemento, cadena y reja. Respirar el aire del recuerdo de la vida
aún en un cuerpo que proyecta en el tiempo un deshacer lo falso y vivir
intensamente contra la verdad más cierta, profunda y precisa de una muerte que llegará,
sí, pero no aún, en un poderoso aún-no. Abrazar con ese mismo cuerpo a todo lo
que se ama aún ahí, aún en esos cuerpos externos-propios de los amores más íntimos,
de los más felices tiempos con mi tiempo intersectados. Y respirar el aroma de
esos cuerpo aún vivos, en un abrazo extendido que detiene el tiempo de la
muerte por venir en el ahora verdadero de un saborear el calor del perfume de
los que amo aún conmigo.
Respirar contra todo lo
falso, el aire verdadero de un aún-tiempo, en este cuerpo nuestro, en el que
aún somos.