lunes, 13 de enero de 2014

El arte de deshacer las falsas angustias

Hace tiempo que vengo pensando en escribir este texto. El título me vino de golpe, luego de alguna situación que ahora no recuerdo en detalle… creo que fue luego del diálogo con una querida amiga, no estoy segura… creo que el golpe del título ocurrió en esa situación tan frecuente para mí que es escuchar muy atentamente a alguien que quiero, alguien por quien me preocupo, alguien cuyo malestar se vuelve, en mi quererla, un malestar indirectamente mío, pero sucediéndome a la vez –suceder que también me es frecuente- que me salgo de la escena, la situación de interlocución cariñosa, afectiva, y veo, se me hace visible, el globo neurótico en el que vive el otro. Ese globo neurótico en el que todos vivimos. En el que cada uno vive. Esa burbuja de aire ansioso, nervioso, viciado de imaginación, fantasmas, sobresignificación, ultradeterminación de lo que nos acontece.

Hay una variedad fascinante de los distintos tipos de aire que inflan esa burbuja imaginaria en la que nos movemos. Hoy me convoca en particular analizar químico-psico-existencialmente el aire de las falsas angustias. Se trata de uno de los aires más densos, más espesos, más pesados. Es un aire que vuelve a la burbuja compacta como una piedra, una roca atada al cuello, un calzado de cemento en el que se envuelve el pie, lo suficientemente pesado y liviano a la vez como para que uno pueda simultáneamente correr detrás de algo –la falsa angustia- y sentir que cada esforzado paso acelerado es un hundirse, un agobiarse, un feroz pesar de las piernas, y los brazos, y el torso que intenta erigirse mientras el aire-piedra lo empuja hacia adelante y hacia abajo. Y a la vez, la densidad autocontaminada de este aire vuelve ciego al que corre… ciego a que la meta-objeto es falsa, es no-siendo, está constituida por la nada porosa del aire mismo que ahoga el cuerpo que corre… y sigue corriendo… ¿a dónde?: En la dirección sin horizonte de la falsa angustia.

Pero entonces volvamos a la cosa, el objeto. ¿Qué es la falsa angustia? ¿Qué son las falsas angustias? Contra todo pronóstico de filosofía occidentalista, empecemos por el accidente: la falsa angustia es falsa. Es falsa porque no es. Es falsa porque es, como dije, no-siendo. Porque si ha de haber alguna angustia que merezca la jerarquía ontológica de “verdadera”, solo tiene sentido calificar de ese modo a la angustia por la propia muerte. Solo puede tener sentido angustiarse por la falta de todo sentido: que al único lugar al que realmente vamos es la muerte. Que lo único urgente es lo relativo a la muerte. La muerte propia y la muerte de quienes amamos. Nada más, lo repito –por favor, prestemos atención-: nada más merece el nombre verdadero de verdadera angustia. Solo nuestro certero morir sin saber cuándo amerita la pesadez, la sensación de roca al cuello, los pies cementados, el torso imposible de erguirse, el aire sofocante en los pulmones. Solo el morir propio, en sus formas “mías” y “de los míos”, puede realmente reclamar para sí ese correr, ese acelerarse, ese precipitarse de la angustia ante lo más irrefrenable, la posibilidad más propia, la que nadie desea, la que nos iguala a todos, la que es verdadero límite, verdadero fin. Si recordamos esto, esto que todos sabemos y que por eso se piensa en el modo del recuerdo –se recuerda lo que siempre puede volver desde el rincón más oculto de la memoria, que por más escondido que esté sigue ahí, para volver, al recordarlo-, si lo recordamos, toda angustia que no sea angustia de la muerte propia, en sus dos modalidades, es falsa: si no está en juego el dejar de ser, la angustia es falsa. Porque si lo que angustia no es el riesgo de ya no ser o de perder la parte de ser que somos en los que amamos, entonces se puede seguir siendo, se puede ser otra cosa, se puede hacer otra cosa, se puede ver la burbuja como burbuja, el aire como aire, la nada como ficticia coseidad.

Busco en un diccionario la palabra angustia y ofrece como acepción segunda “Temor opresivo sin causa precisa”. Maravilloso: ¡en el diccionario mismo aparece la falsa angustia como angustia! ¿Cómo temer, como vivir el temor como opresión, “sin causa precisa”? La angustia verdadera tiene una precisísima causa, de una precisión cronometrable, de una certidumbre envidiable: la muerte. La causa más precisa, imposible, de la verdadera angustia es que vamos a morir, es que aquellos a quienes amamos van a morir. Toda otra angustia, por más literalizada en el Diccionario de la Real Academia que esté, es falsa: y por eso es “sin causa precisa”. Esa es la densidad química del aire de la burbuja neurótica de las falsas angustias: una densidad sin causa… pero es menos la falta de “precisión” de esa no-causa, que su ser causa irreal, su ser causa imaginaria, su ser causa ficción, sobretramada, hiperinflada, superimaginada.

Porque pensémoslo así: si aquello que me angustia no es mi propia desaparición, ni el desaparecer de la extensión de mi cuerpo que son mis afectos, entonces la continuidad en mi ser no afectada es garantía suficiente de que hay acción posible, hay camino alternativo, hay chance posible, hay aún tiempo para aquello que necesito hacer, ser, resolver. Si no hay desaparición, aún hay cuerpo. Si no hay desaparición, aún hay tiempo. Cuerpo y tiempo aún a la mano mía, empuñables, son armas suficientes para cualquier amenaza de las falsas angustias. Porque además la falsa angustia viene con la marca de la urgencia, de la amenaza de algún fin inminente, de una disyunción exclusivísima entre un todo y una nada. Pero no: si permanece la continuidad de mi ser no afectada, hay ser-cuerpo y hay continuidad-tiempo. Decidir no es desaparecer… al menos no realmente, mortalmente. Elegir no es mera pérdida… al menos no pérdida absoluta, definitiva. Ser en el cuerpo y en el tiempo es decidir y elegir y seguir siendo, con el cuerpo afectado, sí; con el tiempo alterado, claro. Pero no es muerte. Y si no hay muerte, hay acción posible porque hay aún posibilidad de seguir siendo.

El arte de deshacer las falsas angustias y sus falsas urgencias implicaría entonces evocar vitalmente el recuerdo de la única verdadera inminencia posible: la propia muerte. Frente al recuerdo de aquello que el salto de una a otra burbuja de falsa urgencia pretende ocultar –que moriremos, que moriré, que morirás, que te me morirás en algún momento- se nos ofrece la verdad en la modalidad de la Angustia (con mayúscula), claro, pero simultáneamente, en ese mismo momento de parálisis neurótica completa, también la verdad en la modalidad de la Vida, de la posibilidad, de la garantía de un cuerpo y un tiempo para seguir siendo. El globo neurótico se desinfla. La burbuja imaginaria se pincha. Y uno al fin respira.

Inhalar con el cuerpo la posibilidad de aún un tiempo en el que un hacer, un torcer, un cambiar, un poético destruir es aún vigente. Exhalar con el cuerpo el resto imaginario de una falsa muerte frente a una falsa angustia que imponía en su falsa urgencia un matar la vida aún posible en el encierro de una cárcel monóxidocarbonada de la propia neurosis hecha cemento, cadena y reja. Respirar el aire del recuerdo de la vida aún en un cuerpo que proyecta en el tiempo un deshacer lo falso y vivir intensamente contra la verdad más cierta, profunda y precisa de una muerte que llegará, sí, pero no aún, en un poderoso aún-no. Abrazar con ese mismo cuerpo a todo lo que se ama aún ahí, aún en esos cuerpos externos-propios de los amores más íntimos, de los más felices tiempos con mi tiempo intersectados. Y respirar el aroma de esos cuerpo aún vivos, en un abrazo extendido que detiene el tiempo de la muerte por venir en el ahora verdadero de un saborear el calor del perfume de los que amo aún conmigo.

Respirar contra todo lo falso, el aire verdadero de un aún-tiempo, en este cuerpo nuestro, en el que aún somos.