sábado, 20 de noviembre de 2021

Cuando solo quedan opciones malas

Una mujer pierde un embarazo deseado.

Un hombre tiene que firmar los papeles de divorcio con su marido de diez años.

Enfrente, solo opciones malas. O quizás ninguna verdadera alternativa, ningún camino otro a la ruta que el azar, la vida, las circunstancias han delineado como lo único donde hacer pie.

“Swept off my feet” es una frase usual que inglés describe el haberse enamorado: lx otrx irrumpe en la vida y de modo involuntario, repentino, te enamorás… literalmente “ser barrido de tus pies”, como un tackle: aparece alguien, te lleva por delante, arranca tus pies del piso.

¿Y quién dijo que esta es una metáfora de algo agradable, o siquiera bueno?

¿De cuántos enamoramientos te arrepentís vos?

Algo que te atropella, algo que remueve tu apoyo del suelo o una nueva trayectoria que se le presenta a tu vida y que no podés decir que elegiste, que deseaste: esos momentos en que la vida parece volverse una persona, un agente, un titiritero caprichoso y hasta sádico.

Toda esa exterioridad de lo que nos sucede tan difícil de aceptar para quienes hemos desarrollado el delirio útil de la voluntad, la racionalidad calculadora de medios y fines, la conciencia como usuaria del tiempo.

Pero a veces es esa Vida emancipada de nuestras ilusiones de comando individual la que te barre los pies, te roba el sostén, te desarma y te deja tirada a un costado sin saber qué pasó, sin entender por qué, o con la terrible claridad de que no hay causa ni necesidad.

Es.

Ese momento de mierda, es.

Sucede.

“Lo que sucede, conviene”. Váyanse a la mierda.

O quizás, no. Perdón. Ustedes también están asustadxs y prefieren creer en un universo que reparte suertes como conveniencias que no podemos comprender en el momento, pero que lo son.

Quizás lxs envidio. Yo no tengo esa posibilidad tranquilizadora, que difiere a un futuro la razón presente del sufrimiento.

Hace poco encontré en un libro la definición del psicoanálisis como una práctica para aliviar el sufrimiento humano. Me shockeó la claridad de esa definición. Yo siempre había visto la terapia como un modo de ganarle la pulseada a lo que en mí es inmanejable: los mandatos que me habitan, su centro de operaciones en el inconsciente, los deseos que me desarman, las contradicciones que me confunden. La terapia como un modo de aceptación de lo que me excede en la psiquis y, a la vez, como una gimnasia para que eso no me estrague.

Pero de lo que se trataba todo el tiempo era de aliviar el dolor de vivir.

Creo que por eso también escribo. Lo entendí hace poco. Escribo para lidiar con el dolor de vivir.

A veces es menos un dolor negativo, padeciente y más la intensidad de sentir, de ser afectada, de saber que se existe en el cuerpo, como cuerpo, como potencia expansiva y finitud.

A veces es ese otro dolor de estos animalitos asustados que somos porque en algún mutar contingente la Vida se puso chistosa y nos dio conciencia: mordió por nosotrxs el fruto del Árbol del Saber y nos infectó de la posibilidad de un registro más poderoso que nuestros propios pequeños organismos erectos.

Ese miedo que se volvió cultura y control pero nunca dejo de ser un estar apabulladxs. Por eso siempre estamos buscando el chivo expiatorio para sacrificarle a la Vida una víctima redentoria, algo o alguien que nos libre de su verdad: el azar desplegado, la exterioridad que decide por nosotrxs, los nuevos senderos que encontramos cuando el fin, la muerte, la pérdida nos barren los pies sin retorno.

A veces, amigxs, no hay sino malas opciones por delante. Porque buena era la que queríamos que fuera y no fue.

No dudo que a veces el azar nos arroja a líneas de tiempo más interesantes que las que habíamos planeado. Eso también es cierto. Y mis envidiadxs amigxs que hablan con el orden cósmico tienen una pequeña parte de la verdad en esperar que el futuro indique si no ha sido mejor cambiar de rumbo, aunque sin quererlo.

Pero otras veces, no. No hay redención en el advenir para este dolor demasiado humano.

De los deseos quebrados. De los amores truncos. De la alegría robada. Del perder en serio: sin ganancia.

Esquizofrenia del baño de humildad y rebelión que estas solo malas opciones nos hacen vivir.

Despotricar y pelear con el Destino, los Hados, deidades, fuerzas universales, o como sea que personifiquemos en un diálogo que es monólogo que se aliena al Agente Perverso de nuestra desventura.

Y después, seguir. En lo posible seguir cuando la derrota es más real que nuestro berrinche de meros mortales.

Cachorros de un azar milenario enfrentando el destete de la buena fortuna.

Por eso la importancia de la manada… de la escucha amiga, el abrazo familiar que acompaña el silencio.

Quizás a veces no es la cura de la palabra y la terapia… quizás a veces es el refugio en la sensibilidad y el cuerpo de unx otrx que entiende y calla.