miércoles, 29 de noviembre de 2017

Juani y la bomba de papel

Hace poco más de un mes visité a mi hermano Juan y su familia en México. Como quienes me conocen saben, mi hermano se mudó hace un tiempo por motivos de trabajo y yo los extraño absolutamente. Pero en esta experiencia inesperada de la vida que es tener a un hermano, una cuñada-hermana y sobrinos viviendo en otro país, también aparece la novedad del reencuentro fraterno y sobrinezco.

Uno de mis días de visita fui con Juani, Lupe y su mamá, Debo, a comprarle un regalo a cada uno al Liverpool de Polanco. Juani aprendió a renunciar a comprarse un juego para la play carísimo, que duplicaba el presupuesto que había establecido la tía y eligió un lego. Lupe, luego de estudiar detenidamente durante cuarenta minutos cada uno de los juguetes que había en las góndolas –sentenciando a la salida del mall que “Vengo al Liverpool y quiero llevarme todo”- se compró una familia de ositos.

Llegados al departamento de nuevo, Juani inmediatamente se puso a armar el lego. Este bombonazo de siete años con total independencia y práctica tomó las instrucciones de armado y empezó a seguirlas religiosamente. Mientras tanto, papá, mamá y la tía se preparaban para una merecida salida sin niños por la noche de restaurants y bares newyorcezcos del barrio. Lupe y Juani hicieron sentir sus quejas de que salíamos sin ellos. Y nosotros seguimos con nuestros planes, con nuestro momento solos que necesitábamos, y educando a los enanos en la libertad, tiempo y espacio propio que se merecen también los mayores.

La noche de cena fue maravillosa: feliz, íntima, a pura charla, reflexión y chiste, con riquísimos vinos y deliciosa comida española… nos quedamos horas disfrutando nuestro reencuentro adulto, como se disfruta a un hermano y una hermana que tanto se aman y tanto se extrañan, y con quienes hemos compartido décadas juntos. Quizás la distancia, en lo que duele, también depare estos hallazgos: tener poco tiempo y entonces disfrutarlo, entregarnos a él al máximo.

Volvimos al departamento a la madrugada, felices y algo borrachos, debo confesar. La tía Mary llegó como pudo con su leve a moderado mareo a la cama y se desmayó.

Me habré quedado dormida entre las dos y tres de la mañana y a las seis y media, Juani me despierta. Como se levanta todos los días a esa hora, el sábado también se despierta temprano. Se acostumbró a hacerse el desayuno y ver la tele, jugar a la play, jugar a los tiros contra enemigos imaginarios y/o, como sucedió cuando lo visité en enero, rapear a solas en el living de la casa para arrancar la mañana. Pero esta vez, la tía estaba de visita y Juani no dudó en cuál era su plan: levantar a la tía para que lo ayude a armar el lego. La tía, despertada pero aún mareada –probablemente deshidratada también-, se debatió entre dos intensas emociones: estar conmovida por el amor del sobrino que no puede esperar a pasar tiempo con ella y estar destruida por la noche de generosos alcoholes. Como pude, atiné a explicarle a Juan que no había dormido mucho, que me dolía la cabeza, que necesitaba dormir un poco más. Juani preguntó: “¿cuánto más?” La tía atinó a decir: “un rato, unas horas”. Juani se indignó. Se tiró arriba mío, mitad abrazándome, mitad aplastándome y presentó su argumento fervoroso y convencido de que yo tenía que levantarme a ayudarlo porque el lego llevaba mucho tiempo armarlo y si no, no iba a poder tenerlo terminado a tiempo para que jugáramos con él (la tía volvía a Argentina el día siguiente). Que no quería estar solito, que quería que lo acompañe.


La tía leía –con sus facultades mentales disminuidas pero su amor por su sobrino nunca más despierto- la demanda amorosa de Juani. Le dije “dame un ratito que ya me levanto”. Se tranquilizó, fue a su placard a buscar la ropa para vestirse y yo entredormida me moría de amor de ver a este bebote hermoso ya con siete años eligiéndose el pantaloncito y vistiéndose solo. Se fue de la habitación y dije “ya voy”.

Me levanté como pude. Un tanto encorvada del sueño y dolor de cabeza llegué a la silla al lado de la de Juani en la mesa del living. Le dije que tenía frío así que me trajo una manta y me tapó para que estuviera más cómoda. Mi cuerpo estallaba de amor mientras intentaba con el estallido sostenerse con el sueño que me invadía. Nos pusimos a armar juntos el lego, no sin cierto conflicto por las partes que iba o no iban, o porque le quise arreglar una parte y se desarmó otra, pero con conflicto y todo, terminamos la isla que estábamos armando. Serían las siete y algo de la mañana y por dentro dije “listo, ahora puedo dormir un poco más”. Ya le había adelantado a Juani que la tía se levantaba un ratito y después volvía a la cama porque tenía que descansar porque le dolía mucho la cabeza. Cuando la isla estuvo lista y festejamos el triunfo, inicié el proceso de transición a la cama con frases como “bueno, Juani, la tía te ayudó, ahora se va a la cama”, proceso que fue respondido por un Juani que se me tira encima de nuevo y me dice: “No tía, no te vayas, haceme compañía, no quiero estar solito.” La tía, conmovida hasta la médula pero mareada hasta el mismo órgano volvió a afirmar su necesidad de descansar en tono firme pero comprensivo, prometiendo seguir jugando cuando hubiera descansado. Juani insistió y arrojó su mejor argumento: “falta la otra parte de la isla, tía!” El lego armado era solo la mitad de todo lo que había que armar. La tía entró en pánico. Pero el sueño fue más fuerte: “Juani, lo armamos después. Empezá y después te ayudo. ¿En qué habíamos quedado? Te dije que te ayudaba un rato pero después tenía que descansar porque no dormí y me siento mal…” Bla bla bla la tía se impuso con tierna firmeza y se fue, convencida, a la cama.

Menos de veinte minutos después, Juani entra en la habitación de nuevo: “Tía, ¿ya dormiste?”. La tía experimenta un torbellino de ternura, amor, risa, furia y cansancio. “No, Juani, recién me vengo a la cama.”

“¿Cuánto más vas a descansar, diez minutos?”, pregunta sin ningún afán de estar preguntando y con toda la decisión de despertarme. “No, Juani, unas horas necesito.” Abrazo-aplastamiento de la tía de nuevo. Juani acostado arriba mío protesta: “Pero tenemos que armar el lego, si no no vamos a poder jugar, que mañana te vas.” La tía, enternecida, comprensiva, muerta de sueño. La negociación siguió hasta que Juani aceptó dejarme dormir un rato más de nuevo.

Menos de media hora después, Juani vuelve a la habitación. Esta vez la demanda es distinta. Trae una tijera y hoja de papel en la que había dibujado con distintos colores una bomba, de la que salían cables verdes, rojos, amarillos, azules. Viene con una tijera y me dice: “Tía, tenés que ayudarme a desarmar la bomba.” La tía, que no lograba cerrar los ojos y ya tenía al enano hincha kinotos de nuevo demandándola, en parte se ríe, en parte se enoja… pero la ternura pudo más y aún debajo del acolchado y con los ojos cerrados juega. Juani pregunta ansioso, actuando la situación “¿Qué cable cortamos, qué cable cortamos?”. Le digo: “El verde”. Lo corta, la bomba no explota y me dice aliviado… “Bien, no explotó”. “Y ahora, ¿qué cable cortamos?” La tía en un tono un tanto más molesto dice: “el azul”. Misma reacción. Por suerte, la bomba no explotó así que la tía pudo volver a decirle a Juani que la deje dormir un rato. Juani se va y al rato vuelve con otra bomba. La tía ya empieza a decirle literalmente al enano –aunque risas de los dos de por medio- que era un hincha pelotas. Pero igual seguimos desactivando las bombas. Creo que tres o cuatro bombas llegaron hasta las ocho y media de la mañana. Al poco rato, se sumó Lupe alrededor de la cama con la tía adentro feliz y sufriendo el sueño al mismo tiempo. Lupe trajo un jueguito de ponerle vestidos con imanes a muñecas y la tía tenía que ayudarle a elegir la combinación mientras Juani al mismo tiempo le traía otra bomba. Al rato, trae Lupe su propia bomba, y cuál cable cortamos, y cortá el rojo, y dejen dormir un poco a la tía, mierda!, dicho todo en un tono tan derrotado por el amor a sus sobrinos que las quejas de la tía solo fueron más motivo de risa hasta que, asumiendo el fracaso absoluto del intento de conciliar el sueño, la tía se levantó finalmente para estar con sus sobrinos.

Con sueño y todo, cansada y demandada, la tía estaba feliz de estar con ellos. Pero a su vez, la tía no pudo dejar de ver en toda esa escena de demanda amorosa una escena tantas veces vividas.


La necesidad de otros para no estar solos. La demanda de atención y amor como imposición. La necesidad de estar acompañados en la vida, en el juego en la niñez, y en tantas otras situaciones a medida que crecemos.

Pensé cuántas veces me han traído mis afectos bombas de papel para desactivar. Cuántas veces he recibido alguna amiga, amigo, compañerx, familiar que me ha demandado amor mostrándome las bombas neuróticas a punto de explotar que estaban viviendo. Cuántas veces he aconsejado qué cable cortar. Cuántas veces he mostrado que la bomba era de papel… bomba imaginaria, peligro fantástico, que no por eso tiene, en nuestras vidas de sujetos-cuerpos-infantes que envejecen, menos sensación de mortalidad, de finitud, de pérdida, de punto sin retorno. Cuánto de la amistad para mí ha sido calmar cual bombera psicoanalítica los fuegos falaces de las crisis explosivas de quienes amo.

¡Y ellos, ellas, ellxs, a mí! ¡Viceversabsolutamente! Tanta bombas de papel, tantos incendios de aire, tanta neurosis asfixiante, tanta desesperación imaginaria que el cuerpo solo no soporta… que por eso necesita el vómito de las palabras, el abrazo que contiene y acompaña… la caricia que calma el temor al desastre… el desvelo de otros que sostiene en las peores noches de la subjetividad que somos.

Como esos niños que necesitan compañía para desactivar bombas inventadas, seguimos siendo todos nosotros, pero reprimidos, silenciados, por la censura de la mostración pública de esa infancia permanente en que vivimos.

Como esos niños que necesitan quien los acompañe y sostenga también en armar el lego de la propia vida. Dónde va esta pieza… dónde pongo esto que soy, esto que me pasa, esto que no entiendo. Cómo seguir las instrucciones para armar el hogar de la interioridad que nos alberga, que de repente es bomba, incendio, amenaza. Cómo no seguir las instrucciones… cómo construir sin reglas, con reglas propias, más allá del temor a las bombas de papel y reales que puedan esperar a la vuelta de la página, de la esquina, de la edad, de los procesos complejos, mareados, intoxicados, que también somos.

El lego de la vida y las bombas imaginarias. Tener compañerxs para saber cuándo realmente una bomba va a explotar. Tener alguien que junto con mi mano corta el cable que creemos desarmará todo. Estar en la infancia que retorna y nos incendia con otros que en su estar, en su poner el cuerpo a nuestro lado –aunque estén cansados, dormidos, agobiados- nos calma. No estar solitos, como no quería Juani, cuando hay una vida para armar y las piezas no se acomodan o las instrucciones recibidas no ayudan. No estar solitos cuando sabemos, también, que el tiempo con el otro siempre es poco, que mañana volveremos a otros países, que no siempre podemos estar en las mismas tierras.

Y reír, con lxs otrxs, de nuestras bombas imaginarias desactivadas.

Y festejar, con lxs otrxs, cuando hemos armado alguna parte, parcial, modesta, pero al fin hecha, de nuestra existencia.


Y abrazarnos en la risa y el festejo de tenernos por un rato, este rato, fuera de todo límite geográfico, fuera de toda soledad falsa del límite de nuestros cuerpos.

martes, 12 de septiembre de 2017

Ustedes me hacen vivir

Para Cristián, Juan Pablo, Rodrigo, Tomás, Marcela,
Sharlene, Carlos, Adrián, María y Melanie

Estábamos en una fiesta en Santiago, bailando todxs, juntxs, felices.

Pasan un tema de Scissors Sisters y me emociono por dentro porque recuerdo haber puesto algunos de sus temas en casa, sola, para acompañar con un poco de baile una lavada de platos o el estar poniendo orden en la casa… poner esos temas que suelo bailar con mis amigxs chilenos –Cristián, Rodrigo, Juan Pablo, la Marce, Tomás, Carlos, Sharlene- para recordarlxs, extrañarlxs, desear pronto verlxs de nuevo.

Y llega agosto y nos vemos… la alegría maravillosa de nuestro reencuentro anual.

Y nos vamos a bailar! Y pasan el tema que bailé sola añorando estar con ellxs… y estoy ahora, con ellxs, bailando.

Me estoy contando a mí misma todo esto mientras bailo y de repente suena ahora nuestro himno: “I want to break free” de Queen. No puedo más de la emoción… le digo a Juan Pablo y a Cristián lo que siento… me miran y me sonríen porque me entienden, entienden todo, mientras también ellos se entregan a la voz de Freddie y la letra de nuestro manifiesto: “I want to break free.”

El mismo Queen de “Friends will be Friends”, como si entre estos dos temas se nombrara todo lo que nos une… una amistad en la libertad… un compañerismo, un acompañarnos… ser compañerxs en la libertad.

Bailo perdida en la noche, disfrutando de mis amigxs, del momento, de este estar fuera de mis espacios normales pero en uno de mis espacios más íntimos. Ese espacio con mis amigxs en el que tiempo nunca alcanza… pero no pienso en eso. Pienso en esa temporalidad deliciosa de la noche entregada a la noche misma con ellxs.

Bailo con los ojos cerrados… disfruto dejar que mi cuerpo elija el movimiento… estiro los brazos, paso las manos por mi pelo, abro despacio los ojos y veo, encuentro, a mi amigo con los ojos cerrados, también perdido en la música y la noche, bailando adelante mío y sonrío… una felicidad me explota por dentro: eso, esto quiero. Bailar con los ojos cerrados y abrirlos para ver a mi amigo disfrutando conmigo. Lo veo y lo adoro. Lo abrazo. Algo nos decimos sin escuchar realmente las palabras porque ya entendimos. Abrazo a mi amigo que baila conmigo. Ese que tanto extraño. Estos que tanto amo.

Queen tiene otro hermoso tema… “You’re my best friend.” Parece un tema dedicado a un amor, unx amante, una pareja.

¿Será que hay un punto en el que el amor, el amor en la libertad, se parece a la amistad?

¿Será que la amistad, la amistad en la libertad, se parece al amor?

Entre otras cosas, el tema repite una y otra vez: “Oh, you make me live…”

Amor, amistad, y “me hacés vivir”… con ese “Oh” delante de celebración, de agradecimiento, de rezo a lxs diosxs del Eros a lxs que nos entregamos…

Esos caminos de la libertad, mejor dicho, esos caminos de la búsqueda de la libertad, que son difíciles y sinuosos, que son desconocidos y que no ofrecen garantías, pero que cuando se transitan con amigxs… con esa experiencia más abierta entre el amor y la amistad… alguna vez dije que una se enamora de sus amigxs… quizás también las mejores formas del amor se viven como modos de la amistad.

“Oh, ustedes me hacen vivir” podría haber cantado también en esa noche plena de reencuentro con mis amigxs. Si estoy con ustedes hay música, hay canto, hay cuerpo entregado a la feliz promiscuidad que juntxs somos.

Como camino al Elqui, seis personas, una arriba de la otra en el auto por seis horas… entre cantar y charlar, entre discutir y reír… camino a un valle maravilloso en el que recibimos el nuevo año entregados a la oscuridad del mundo común y la luz milagrosa de las estrellas… con el río sonando a lo lejos, meciéndonos abrazados, hasta que el ritual de amor, amistad y nueva vida se completa. Un champagne que acompaña nuestra fiesta desde las copas que se chocan y festejan que juntxs terminamos y que juntxs recomenzamos el año.

Entre querer irrumpir en la libertad, ser amigxs que serán amigxs y que ustedes me hagan vivir, me ha colmado la vida, la fortuna, el azar y el encuentro de partes de mi cuerpo que viven a kilómetros de distancia… me siento tironeada hacia el otro lado de los Andes por mis otrxs miembrxs que reclaman unirse a mi cuerpo. Carne de mi carne, amores de mis amores, me tira, me demanda.

Lejos de un cuerpo torturado por su posible mutilación –aunque los extraño y mi carne por momentos se desgarra- me siento un cuerpo estirándose para abarcar todo esto que vivo y siento con ustedes… como en una noche de baile, con los ojos cerrados y los brazos abiertos…

Es que ustedes, ¡oh, amigxs míxs, me hacen vivir!

jueves, 7 de septiembre de 2017

Trabajo intelectual, trabajo doméstico y materialidad económico-afectiva

Tengo en mi escritorio una serie dispersa de objetos de gente que amo que acompañan mi trabajo.

Una plana que me regaló un amigo.
Una postal que me regaló un colega.
Una foto de mi amor.
Otra con amigas, otra con mi sobrina Lupe –de la que también tengo un garabato y su nombre escritos por ella en mi pizarra la última vez que me visitó, que no borro ni loca.
Un portarretrato con un mensaje bordado de una exalumna que se volvió amiga.
Un calendario que me regaló mi vieja.
Una cajita artesanal que me hizo mi hermana.
Dos lapiceros, regalados por mi amor uno y por una amiga, otro.
Los sujeta libros que me traje de mi abuela Susana, luego de que falleció.

Es que un escritorio, para quienes nos dedicamos a la docencia y escritura humanistas, es un lugar ambivalente. Es el cuarto propio pero también por momentos cárcel. Es lugar de iluminación y disfrute, pero también de estrés y angustia. Es el lugar de trabajo en la polisemia feliz y tortuosa de ese término. Pero también es el espacio individual-reflexivo –epojé habitacional- que se recorta como abstracción de un mundo de afectos y amores concretísimo en que se sostiene, potencia, desarrolla, florece.

Porque el trabajo intelectual –y muchos otros modos del trabajo también- se sostiene en una materialidad, que es la materialidad económica de las condiciones de producción, claro, pero también la materialidad afectiva, ese soporte de redes de contención y cariño que mejor funciona cuando más permanece invisible, sosteniendo el quehacer en un silencio que lo potencia.

Recuerdo mis muchos años de estudio –sin contar primaria y secundaria, nueve de carrera de grado- en que mi dedicación exclusiva-compulsiva a preparar exámenes, escritos, monografías funcionó sobre la base de todas las necesidades cotidianas resueltas por mis padres. Además del techo y el alimento, toda una industria del cuidado de lxs hijxs sobre todo por parte de mi madre, que para mí era un dato, es decir, algo dado, no cuestionado. La comida rica, variada y caliente en la mesa. La ropa limpia y planchada doblada en mi cama para que la guarde. Toda necesidad o favor, respondido inmediatamente. Y para mí, en esos años que fui hija de la casa materna, todo eso era un fondo, un escenario, un paisaje ya dado que yo habitaba inconscientemente, con el lujo de no tener que detenerme a pensarlo, ya que estaba resuelto de antemano y entonces podía solo dedicarme a estudiar y estudiar y estudiar.

Cuando me fui de la casa de mi vieja y asumí todas y cada una de esas tareas que antes estaban resueltas para mí, entendí muchas cosas. Primero, el amor de mi madre y su entrega a sus hijxs. Segundo, la invisibilización cultural del trabajo doméstico, que es trabajo pero no se paga. Sí, claro, lxs hijxs pagamos con agradecimiento en algunos casos, y esto no está mal. Pero eso no es salario. Y aunque el amor materno reciba las gracias como satisfacción, no deja de haber una perversa estructura social que hace a las mujeres trabajar sin recibir reconocimiento social –aunque tengan el de sus seres amados- ni económico. Una doble verdad se revelaba: toda la comodidad de mi vida que me permitió hacer una carrera humanista tan demandante como filosofía resultaba posible porque había un hogar que me acogía y que se invisibilizaba para que yo me ocupara solo de lo mío. Pero también, todo un trabajo habilitador de existencias estaba invisibilizado y dejerarquizado respecto de lo que el mundo social nombra y destaca como trabajo que merece remuneración real, no solo afectiva.

Descubrí con lucidez y algo de sana culpa un nuevo respeto por las tareas domésticas –el “ama de casa”, figura que, como obediente hija con la cabeza lavada por el patriarcado, supe despreciar masculinamente proponiéndome ser una profesional económicamente autosuficiente a como diera lugar, en ese momento de mi vida en el que ignoraba y repudiaba el orden simbólico de la madre, tal como lo tematizó Luisa Muraro (lean ese libro: les va a partir la cabeza).

Descubrí el límite de mi propio mérito. Qué fácil es recibirse de licenciada en filosofía con un mundo-hogar-sensible que se corría del protagonismo y la demanda para darme el lujo del mundo-profesional-inteligible. Cuánto rechazo, renegación de la materialidad que somos y que nos permite ser se anida en nuestros discursos moralistas del logro profesional, del título universitario, del esfuercismo negador de la necesidad de un mundo con otrxs que sostenga nuestros proyectos.

Por eso, la moral del logro profesional individual es en parte un lujo de clase, entendí. No desestimo mis esfuerzos y progresos, pero su narración en perspectiva individual es una gran mentira:

Un gran relato individualista, cuando es una posibilidad arraigada en una sociabilidad habilitante –cuánta gente que no tuvo esas condiciones económicas y afectivas logró lo mismo con mayores esfuerzos aún, cuánta tuvo que abandonar su carrera o proyecto por no contar con ellas?

Un gran relato patriarcal, porque se sostiene en la permanente invisibilización o subestimación de las tareas domésticas y cotidianas que nos sostienen, tareas que son culturalmente entendidas como maternas o femeninas, y por eso se refuerza su subordinación y se da el “gracias” y el cariño como moneda de pago siempre insuficiente.

Un gran relato clasista y capitalista, porque son los individuos por sus solos esfuerzos los que logran títulos y éxitos, y son individuos de clase media o alta que se autoperciben como arribando o permaneciendo en sus clases “solo por mis propios méritos”, como si no hubiera una geopolítica entera que se los ha permitido, una distribución de recursos y de oportunidades que los ha beneficiado.

Pero los grandes relatos son tentadores porque si hay algo que Occidente y su modo capitalista han afianzado en nosotrxs como deseo inoculado hasta los huesos es el deseo de heroísmo, que siempre es el del sujeto solo que se destaca, que siempre es una agencia masculina, y que siempre, si conquistó territorios y ganó guerras, es con la pancita llena, la ropa lavada y planchada, que parece que algún Dios que lo eligió para cumplir su destino sirvió en su mesa y dejó en su cama a través de un instrumento invisible, un oikos silenciado.



sábado, 29 de abril de 2017

El nudo de la existencia

Hace unos días me encontré sintiendo el nudo de la existencia.
Es un nudo en el cuerpo. Pero, ¡cómo nos arroja fuera de sus límites!
Quizás porque tiene que ver con su límite: el límite del cuerpo, el límite de la vida, la muerte.
O la mortalidad de la existencia.
O su conciencia, que son lo mismo.
El otro día lo sentí en la garganta. Ese nudo que son ganas contenidas de llorar.
Un nudo, una presión, un agujero que perfora sin materia.
Un nudo en la garganta: el lugar del habla, de la humanidad que se sabe siendo, hablando.
En ese hablar por dentro que discurre sin sonidos, pero con marcas.
Un nudo en la garganta que es también nudo en el estómago.
El lugar de la digestión, del alimento, de la necesidad de comer para vivir,
pero también de la incorporación.
Todo eso que comemos que no es alimento.
Todo eso que deglutimos, que procesamos, con el cuerpo.
Y nudo como proceso interrumpido.
Nudo como piedra, dureza, peso.
Algo me pesa adentro.
Algo difícil de tragar.
La existencia.
Que depende de que sea cuerpo, que se comprende porque es un cuerpo que habla.
Que piensa y siente, y siente el nudo de pensar la existencia.
Me duele un órgano que no existe.
Un músculo que se tensiona, se contrae,
de vez en cuando
se relaja.
Un músculo del cuerpo que se autoasfixia.
Me duele el nudo, su contractura, su indigestión, su no completa comunicabilidad.
Un nudo que por definición tiende a querer expulsar algo
algo imposible de localizar.
Un miembro que no puede extirparse.
Un nudo que fluye desde el centro pero se estira
como la contracapa interna de la piel.
Una dermis existencial ocluida.
Un nudo a desatar sin saber de qué está hecha su cuerda, su hilo, su trama.
Se afirma en su plena materialidad incorpórea: “Soy un nudo. Soy tu nudo.”
Y algo grita adentro, a alguien: “¡Desatame!”
¿Qué podría ser des-atar-me?
¿Dejar de ser? No es una opción.
¿Dejar de pensar? ¡Pero si es un pensamiento que no elijo!
He ahí su modalidad de indigestión.
Un “yo pienso lo que preferiría no pensar” que viene sin que lo llame.
Qué dejar, entonces, para que pierda su presión el nudo.
Que es nudo que tensa pero también nudo que sostiene.
Sostiene, localiza, este cuerpo en sus circunstancias.
Este pensamiento en su contingencia.
No puede dejar de ser, no puede des-atar.
Se pregunta por el modo de la convivencia con ese nudo que se tensa.
Cómo vivimos vos y yo, nudo y cuerpo en este mundo.
Nudo ventana a todo lo que es y podrá dejar de ser en cualquier momento.
Como el cuerpo que tiene el nudo en sus adentros.
Como el modo de la corporalidad en el que se tensiona.
Como es inter-corporalidad que lo atraviesa.
Cuerpo, nudo, finito, incierto.
Y un pensamiento que lo vive, que lo rodea, que le debe su existencia
y por eso de vez en cuando lo detesta.
Escribir para aflojar la garganta con las manos.
Escribir para alivianar el nudo de la existencia.

sábado, 11 de febrero de 2017

“Lo que ustedes quieran traerme”


Es el cumple de mi sobrino Dante. No hacen una fiestita pero igual decido pegarme una vuelta y llevarle un regalo. Pasado un rato de mi visita tengo a Vera, su hermana de casi cuatro años a upa, comiendo una chocotorta que hizo la mamá de ambos para que sople las velitas. Vera cumple cuatro en un par de semanas.

Entonces, en ese momento de charla en común alrededor de la mesa con los abuelos y un par de tíos que también cayeron a saludar, le pregunto a Vera:

-          Verita, ¿vos que querés de regalo de cumpleaños?

Y Vera me responde con una naturalidad conmovedora, sabiendo que en ese momento abuelos y tíos escuchan:

-          Lo que ustedes quieran traerme.

Fue tan espontánea, tan tranquila, tan dulce su respuesta que su mamá, su tía Florencia y yo (mujeres de treinta años) no pudimos sino hacer gestos de emoción y sorpresa… a mí hasta se me empaparon los ojos (y creo que también a ellas un poco). Le dije, aún emocionada:

-          Entendiste todo, Verita hermosa.

La reacción movilizadora de esa respuesta de esta preciosa nena de casi cuatro años me invadió, nos invadió, por un buen rato… la decodificación fue la maravilla de esa humildad, esa consideración por el gesto de los demás como más valioso que lo que sea el objeto-regalo para ella, esa adulta respuesta como si ya tuviera registro del peso económico que puede ser para cualquiera comprar un regalo… esa espontánea decodificación mía (y nuestra) fue la razón de la emoción y la ternura hacia esta mujercita bella.

Y sin embargo, con menos espontaneidad y con algo más de convicción, de pronto fue llegando a mí otra reacción, otro modo de interpretar esa respuesta… la segunda lectura se reforzó cuando llegado el momento de las visitas de retirarse, mientras adultos se levantan de sillas y agarran sus carteras e inician saludos, veo y escucho a Vera dirigirse a su primo más chico que ya se iba, hablándole mientras él le daba la espalda interesado por entrar un rato más al cuarto de sus primos. Vera le dice a su primo:

-          ¿Te gustó jugar conmigo, Joaquín?

Ahí ya no me enternezco de nuevo porque la escena confirma la lectura segunda… sin negar la primera, pero complementándola como su cara negativa, pienso: “Vera ya sabe, como mujer, no decir su deseo.” Siento que ser mujer se define en nuestra cultura por posponer la relevancia del deseo propio al masculino-social-ajeno. ¿Por qué no decir “quiero una muñera”, “quiero un disfraz”, “quiero un autito”, “quiero un juego”? ¿Por qué no nombrar el deseo cuando la pregunta inquirió justa y exactamente eso, cuál era su deseo?

Y yo te dije “entendiste todo” porque sí, entendiste todo lo que ser mujer implica… lástima que no solo como identidad sino también como carga.

“¿Te gustó jugar conmigo?”. Y, ¿a vos, Verita? ¿Te gustó jugar con él? ¿Por qué tu experiencia de juego y disfrute no se verbaliza como “Me gustó jugar con vos, Joaquín”? ¿Por qué en vez de afirmar qué sentiste en esas horas vos redondeás el bienestar de la experiencia con la inquisición de si El Otro disfrutó con vos? ¿Por qué la pregunta por la satisfacción del otro antes de la afirmación de la propia? ¿Por qué mi deseo es “lo que ustedes quieran traerme”? ¿Por qué mi deseo no es “esto” y punto?

Doble cara de la ternura infantil femenina: una apertura al mundo y sus circunstancias desde una posición de cuidado (“Comprendo como niña el costo económico y el esfuerzo de los otros y los relevo de la preocupación en demasía de cómo regalarme/satisfacerme”); pero también una posición de subordinación del propio deseo a un deseo ajeno: “Lo que ustedes puedan traerme, mi deseo es secundario.” Pregunta “¿le gustó jugar conmigo” en vez de afirmación “Me gustó jugar con él” –y no se trata de que la pregunta esté antes de la afirmación: se trata de que la propia afirmación-satisfacción se considera después, bajo condición de la afirmación-satisfacción del otro.

Mis lágrimas de tía emocionada como reacción primera indican la constitución idéntica que como mujeres nos comunica… mi lenta pero segura indignación en una segunda lectura indica el riesgo al que nos expone esa identidad compartida.