martes, 10 de diciembre de 2013

Hoy Lupe y yo olíamos jazmines

Hoy Lupe y yo olíamos jazmines… los jazmines del vecino que cuelgan levemente por encima de la medianera del largo pasillo de la casa de mamá.

A Lupe, como a su hermano Juani, le encanta ir al fondo de la abuela. Un amplísimo fondo con pasto, plantitas, flores, y mucho mucho espacio de sobra para jugar, correr, saltar. Lupe va conmigo al fondo después de almorzar… a veces como premio por portarse siempre bien, pero mayormente porque a mí me encanta llevarla al fondo y ver cómo grita de alegría a lo largo del pasillo sabiendo que es llevada, por mí, al fondo.

Hace unos días, pasando por el pasillo con Lupe a upa, redescubrí los jazmines del vecino que cuelgan tristes a través de la medianera. Están secándose, algunos más, otros menos, no sé si por la desidia del vecino o por el inicio del verano. Pero perfuman igual tu pasar por al lado-debajo de ellos.

Pasaba con Lupe y me llegó su aroma a la nariz y unos segundos después su imagen a mis ojos. Decidí cortar un jazmín para que Lupe lo oliera. Me acerqué con Lupe susurrándole al oído para hacerla mi cómplice en la mínima transgresión que me disponía a realizar… le dije despacito al oído: “Lupe, Lupe, Lupe… mirá… mirá Lupe…” Me fascina como Lupe entiende perfectamente todo sin tener todavía ella las palabras para comunicarse. Entendió de mi cuerpo la complicidad que le proponía la boca de la tía que se acerca a su oído y le habla bajito… la tía acurrucándose con ella en un murmullo casi imperceptible, buscando que no nos viera nadie cuando no había nadie que nos viera: “Shh… shh, mirá Lupe”. Y como Lupe entiende todo enseguida, ya estaba quedándose quietita, callada y agazapándose en mi hombro, con su orejita cerca de mi boca, siendo pura expectativa.

Le digo sin hablarle que siga lo que hace mi brazo… me pongo de puntas de pie, con ella todavía a upa, abrazada fuertemente por mi brazo izquierdo y aferrada a mi cintura por sus gorditas piernitas. Extiendo el brazo derecho por encima de nuestras cabezas y ahí Lupe, que entendió que sus ojos tenían que seguir atentamente la dirección de mi brazo, entiende solita también que ahora tiene que ver mi mano y sigue con su mirada hasta mis dedos que toman firme pero delicadamente una ramita que termina en uno de los jazmines más frescos y blancos y suavemente quiebro la ramita que se vuelve ahora flor independiente en mi mano.

Pero ahí no terminó la complicidad de Lupe y la tía… Lupe me entiende hasta cuando no le hablo y entiende que la aventura sigue. La tía lleva el jazmín a su nariz y lo huele profundamente… lo acerco a mi cara y mitad disfruto el perfume fresco y bello del jazmín, mitad le actúo a Lupe la escena en que le enseño simultáneamente que para oler el jazmín tiene que acercarlo a su cara y que para disfrutar ese aroma intenso tiene que además cerrar fuerte los ojos, respirar profundo, abrir bien el pecho y dejarse invadir todo el cuerpo por el placer del jazmín fresco… y que la plenitud del momento llega cuando luego de oler abre los ojos más grandes que antes y también la boca y terminar de disfrutar esos silenciosos segundos de verde vida incorpórea diciendo con la boca bien abierta: “ah…”.

Y Lupe entiende todo. Le acerco el jazmín a la cara y cierra los ojos, respira, huele y termina abriendo la boca y diciendo “ah…” Pero como Lupe es una beba, el placer del jazmín lo lee como placer de un juego y entonces hace todo rápido y muchas veces seguidas… y el jazmín va de su boca a la mía, con su expectativa demandante de que lo huela de nuevo y vuelva a abrir grande la boca. Y va de nuevo el jazmín a su boca que se cierra cuando huele en silencio y se abre cuando terminó de oler… y por momentos noto que huele en serio el perfume hermoso y se detiene en ese oler un momento… pero por otros momentos lo más importante del juego no es el aroma fresco sino que la tía le diga un “ah…” cada vez más grande y sonoro, ante su expectativa de que sigamos jugando ese juego.

Y Lupe, luego de un largo rato, se cansa del jazmín a la boca y a la tía, y a la boca de la tía, y a su “ah…” y a mi “ah…”, y se queda con el jazmín en la mano como con un premio, un tesoro, una pertenencia. Y si alguien pasa cerca, probablemente Lupe le acerque el jazmín a la boca, porque la tía también le enseñó a compartir el olor del jazmín con la abuela y la tía Kiki, o la abuela bis.

Lupe aprendió hace unos día a robarle la frescura de los jazmines al vecino conmigo y hoy, cuando fuimos cómplices de nuevo, se redobló el placer de su juego al saber ahora exactamente qué iba a suceder cuando la tía, otra vez en un pseudo-murmullo, al pasar por debajo de los jazmines, le dijo: “mirá, Lupe” y volvió a cortarle el jazmín más lindo, blanco y fresco. Y otra vez el disfrute-juego, y la complicidad nuestra, y el jazmín premio.

Hoy, más tarde, sola, a la noche, le compré a un vendedor en el tren por cinco pesos un ramito de jazmín… quería llevar a mi casa el olor de mi juego con Lupe, en el fin de un día importante: el último día de siete años de análisis.

Y pensé en la frescura de los jazmines y la risa de Lupe. Y pensé, Lupe, que es bueno que entiendas de a poco que muchas veces en la vida disfrutar de la belleza y el placer de otros tipos de jazmines será como robárselos pícaramente al vecino… que siendo mujer, elegir darte el placer que te inunde el cuerpo y que exhales luego plena por la boca, será a veces como ponerse de puntas de pie, alargar el brazo y firme, pero delicadamente, quebrar alguna ramita… porque para las mujeres, tomar el placer con las propias manos es una transgresión siempre, es siempre quebrar algo… y no solo es posible, sino que podés hacerlo con una violencia femenina que tiene la firmeza de quien decide tomar algo con la delicadeza de no lastimar innecesariamente lo que no requiere ser lastimado. Porque además, Lupe, las cosas bellas muchas veces en la vida estarán allí, colgando a través de una medianera, aparentando ser la propiedad de otro que se exhibe juguetona por encima de nuestras cabezas… y algunas veces podrás decidir creer que lo bello debe ser una posibilidad para todos, que es tan simple disfrutar por un rato del hermoso placer del cuerpo invadido por el olor de un jazmín como lo es hacer silencio, ponerse de puntas de pie y estirar largo, pero muy largo, el propio brazo.

Y mejor puede hacerse, y quizás hasta más se disfruta, si tenés la fortuna de contar con la secreta y maravillosa complicidad de otra mujer, que también se arriesgue a la alegre aventura que la vida ofrece en el aroma de tantos jazmines que están allí, quizás, esperando tu mano.

martes, 3 de diciembre de 2013

Yo, sistema y elemento


El estructuralismo entiende que en el sistema de la lengua la identidad de sus elementos depende de las relaciones en las que ese elemento está respecto de otros elementos del sistema. Pero son esas relaciones las que definen la identidad: hay una preeminencia del sistema por sobre sus elementos.

Abro el cuaderno, tomo la lapicera y traslado al papel un pensamiento acerca de cómo se ha modificado mi identidad si la concibo como efecto de las relaciones que mantengo con el sistema de mis afectos.

Pienso específicamente en personas con las que me identifiqué muchísimo en otro momento, pero que hoy se han desplazado hacia la periferia de mis identificaciones. Cómo alguien que en algún momento parecía parte integrante de mi yo hoy no está ya ahí… se ha desplazado, por una mezcla de voluntad y circunstancia, hacia un lugar más externo, más lejano y, por eso, ahora más extraño.

No se trata necesariamente de su desaparición del mapa de mis afectos, sino de un aletargado alejarse, quizás menos brusco de lo esperable, casi como si su correrse del alcance de la pupila de mis ojos que buscan abrazar sus afectos más internos hubiera sucedido imperceptiblemente.

Un día miré de nuevo y ya no estabas ahí.

Ese carácter móvil de los amores que entran y salen de la escena, que orbitan íntimamente o se vuelven lejanas galaxias, quizás, del universo de la identidad amante-amada más propia, ese desplazarse alterador de las relaciones que me tienen a mí como un elemento que les debe su existencia, esa mutabilidad, ese carácter perecedero, es la más clara realidad de mi yo-elemento: yo, producto de todas esas interacciones, todas esas identificaciones y oposiciones; yo, una en un momento, otra, desplazada, corrida, intersectada oblicuamente por la alteración del sistema que sin saber conforman, con sus movimientos elegidos y su ser arrastrados por vientos ajenos, aquellos a los que yo más quiero.

Y el más y el menos, el cerca y el lejos, lo propio y lo ajeno, el hogar y el desierto, me tienen a mí hecha, armada y presa, amenazada de permanente riesgo de des-arme, en sus continuos relevos, sus movimientos suaves y espásticos, su actuación más sofocante y su desentenderse más siniestro.

Yo, elemento, debiendo mi ontología a la preeminencia de un todo amorfo, por momentos, o estructura clausurante, en muchos de ellos.

Yo, elemento, de un sistema que me preexiste y me excede, que me constituye y sobrevive.

Yo, elemento, que ni siquiera puedo seguir creyendo que sea el sol de los cuerpos que me orbitan… porque a voluntad se alejan… porque se acercan sin quererlo… porque por momentos me obnubilan, me enceguecen, me queman el rostro en la peligrosa tentación de ser una con ellos.

Pero ni sol, ni nada.

Porque el sistema también cambia cuando soy yo la que me muevo… cuando redefino a los otros… cuando me acerco y cuando me alejo… cuando me corro de mi centro y te altero.

Movida por mí, sol que calienta y quema, helada que mata tus flores que tímidamente me creían primavera. Puedo des-atraerme de vos, puedo alterar mi-tu sistema… con la arrogancia de la niña, soy elemento y sistema.

Soy mi sistema, cerrando mi puño sobre las redes que nos interconectan para atraerlas a mí con más fuerza… a-traer-te, a mí: sistema.

Y en el moverme con la profunda renegación de cualquier inercia, me alejo… me creo otro centro… un cálido centro de un yo, sistema y elemento… el núcleo de irradiación de una energía que brota de lo más sistemáticamente elemental que tengo.


Yo… sistema… y elemento.