El estructuralismo entiende que en el sistema de la lengua
la identidad de sus elementos depende de las relaciones en las que ese elemento
está respecto de otros elementos del sistema. Pero son esas relaciones las que
definen la identidad: hay una preeminencia del sistema por sobre sus elementos.
Abro el cuaderno, tomo la lapicera y traslado al papel un
pensamiento acerca de cómo se ha modificado mi identidad si la concibo como
efecto de las relaciones que mantengo con el sistema de mis afectos.
Pienso específicamente en personas con las que me
identifiqué muchísimo en otro momento, pero que hoy se han desplazado hacia la
periferia de mis identificaciones. Cómo alguien que en algún momento parecía
parte integrante de mi yo hoy no está ya ahí… se ha desplazado, por una mezcla
de voluntad y circunstancia, hacia un lugar más externo, más lejano y, por eso,
ahora más extraño.
No se trata necesariamente de su desaparición del mapa de
mis afectos, sino de un aletargado alejarse, quizás menos brusco de lo
esperable, casi como si su correrse del alcance de la pupila de mis ojos que
buscan abrazar sus afectos más internos hubiera sucedido imperceptiblemente.
Un día miré de nuevo y ya no estabas ahí.
Ese carácter móvil de los amores que entran y salen de la
escena, que orbitan íntimamente o se vuelven lejanas galaxias, quizás, del
universo de la identidad amante-amada más propia, ese desplazarse alterador de
las relaciones que me tienen a mí como un elemento que les debe su existencia,
esa mutabilidad, ese carácter perecedero, es la más clara realidad de mi
yo-elemento: yo, producto de todas esas interacciones, todas esas
identificaciones y oposiciones; yo, una en un momento, otra, desplazada,
corrida, intersectada oblicuamente por la alteración del sistema que sin saber
conforman, con sus movimientos elegidos y su ser arrastrados por vientos
ajenos, aquellos a los que yo más quiero.
Y el más y el menos, el cerca y el lejos, lo propio y lo
ajeno, el hogar y el desierto, me tienen a mí hecha, armada y presa, amenazada
de permanente riesgo de des-arme, en sus continuos relevos, sus movimientos
suaves y espásticos, su actuación más sofocante y su desentenderse más
siniestro.
Yo, elemento, debiendo mi ontología a la preeminencia de un
todo amorfo, por momentos, o estructura clausurante, en muchos de ellos.
Yo, elemento, de un sistema que me preexiste y me excede,
que me constituye y sobrevive.
Yo, elemento, que ni siquiera puedo seguir creyendo que sea
el sol de los cuerpos que me orbitan… porque a voluntad se alejan… porque se
acercan sin quererlo… porque por momentos me obnubilan, me enceguecen, me
queman el rostro en la peligrosa tentación de ser una con ellos.
Pero ni sol, ni nada.
Porque el sistema también cambia cuando soy yo la que me
muevo… cuando redefino a los otros… cuando me acerco y cuando me alejo… cuando
me corro de mi centro y te altero.
Movida por mí, sol que calienta y quema, helada que mata tus
flores que tímidamente me creían primavera. Puedo des-atraerme de vos, puedo alterar mi-tu sistema… con
la arrogancia de la niña, soy elemento y sistema.
Soy mi sistema, cerrando mi puño sobre las redes que nos
interconectan para atraerlas a mí con más fuerza… a-traer-te, a mí: sistema.
Y en el moverme con la profunda renegación de cualquier
inercia, me alejo… me creo otro centro… un cálido centro de un yo, sistema y
elemento… el núcleo de irradiación de una energía que brota de lo más
sistemáticamente elemental que tengo.
Yo… sistema… y elemento.
Sei que se trata de algo bem mais complexo. Mas o começo, (só o começo) de como nos perdemos das pessoas e elas se perdem da gente, fez com que eu me lembrasse de um conto chamado Wakefield, do Hawthorne:
ResponderEliminar"Em meio à aparente confusão de nosso mundo misterioso, as pessoas estão ajustadas a um sistema de modo tão preciso, e os sistemas ajustados uns aos outros, e a um todo, que, ao afastar-se disso por um momento, um homem expõe-se ao risco terrível de perder o seu lugar para sempre. Tal como Wakefield, pode tornar-se,por assim dizer, o Pária do Universo."
Chévere
ResponderEliminarMe gusta la idea del sol como metáfora. Y resulta también una afirmación de la propia energía. Y por otra parte, está bueno no tener satélites y rodearse de otros soles. Las satélites vuelven todo demasiado previsible.
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