domingo, 3 de marzo de 2019

Vivimos entre tantos muros imaginarios


Voy al monumento conmemorativo del muro de Berlín.
Es una experiencia rara.
Veo el trozo de muro conservado y junto a lxs demás “turistas” sigo las pistas de la narrativa que quienes idearon el monumento proponen.


Leo sobre el objetivo del gobierno de Alemania del Este de detener la emigración hacia Alemania del Oeste.
Leo sobre los distintos modos de obstaculizar esa salida y cómo evolucionan en el tiempo hasta constituir la versión final del muro.
Leo sobre familias separadas por el muro y la desesperación por cruzarlo.
Leo los asesinatos. Leo los encubrimientos.
Veo los rostros de los muertos expuestos como parte del recorrido.


Veo gente muy joven.
Veo la foto de un bebé, menos de dos años.

Pienso en el amor que se arriesga a cruzar todo muro,
búsquedas de futuro mejor, escape de presentes opresivos o empobrecidos.
Pero pienso más en los amores separados.
Pienso en esa desesperación de que un muro y una posible muerte se interpongan entre quienes se necesitan, se aman.
Pienso en la política y la historia, cercenando vidas,
y cómo hay algunxs a quienes ningún muro lxs separa,
quienes harían cualquier cosa por re-unirse.
Pienso en “El” muro sobre los muros.
En los tiempos de paz y libre tránsito donde ninguna roca, ningún arma nos separan.
Pienso en esa desafortunada habilidad humana de erigir muros de aire,
de neurosis, de miserabilidad, de miedo,
de angustia mal llevada,
de evasión,
de falsa seguridad personal.
Esos muros invisibles del yo,
de algunos nosotrxs,
de ciertas construcciones psíquicas,
de muchas nociones de identidad.
Pienso en la persona dispuesta a trepar y saltar ese muro tan real que fue el de Berlín,
asumiendo que arriesga su vida,
urgida por otrx del otro lado
o por, al menos,
algún otro lado.
Y pienso en todas esas personas no dispuestas a cuestionar los muros inmateriales que se han construido
por temor o por egoísmo,
por comodidad o por costumbre,
por ideología o por ignorancia.
¿Será que los muros tienen que ser plenamente visibles,
concretos, materialmente objetivos,
para que el deseo o la necesidad de superarlos aparezca, sea, ocurra?
Vivimos entre tantos muros imaginarios…
¿qué parte de nosotrxs estamos dispuestxs a fusilar para no pasar del otro lado?
¿Qué otrxs que deseamos que sean un nosotrxs
mantenemos a policial distancia de ese adentro rodeado, protegido,
de paredes de prejuicios,
de cobardía,
de adormecida mismidad de los días?
¿Necesitamos esos muros, esos límites, esas fronteras?
¿Cuánto del diseño de nuestra interioridad tiene la forma de un gobierno fascista,
totalitario,
bajo el disfraz de una autodeterminada soberanía propia?
¿Qué prohibición de migraciones aprueba nuestro yo?
¿Qué amor o deseo somos capaces de dejar,
bajo el título de amenaza exterior,
del otro lado de nuestros muros?
¿Qué torpe presuposición de semejanza
entre una Patria y nuestra existencia
vigila las fronteras que confundimos
con el límite de nuestro cuerpo?
Si lo que nos recorta es piel,
sensación, porosidad, tacto…
¿viste alguna vez un muro permeable
a la caricia que lo conmueve?
¿Tiemblan las paredes como cuando
un travieso dedo anárquico
se burla de toda legislación
y se vuelve en otra piel
con-tacto?
Vivimos -asustadxs, engañadxs-
entre tantos muros imaginarios.

De Berlín a Poznan, 3 de marzo de 2019