sábado, 11 de febrero de 2017

“Lo que ustedes quieran traerme”


Es el cumple de mi sobrino Dante. No hacen una fiestita pero igual decido pegarme una vuelta y llevarle un regalo. Pasado un rato de mi visita tengo a Vera, su hermana de casi cuatro años a upa, comiendo una chocotorta que hizo la mamá de ambos para que sople las velitas. Vera cumple cuatro en un par de semanas.

Entonces, en ese momento de charla en común alrededor de la mesa con los abuelos y un par de tíos que también cayeron a saludar, le pregunto a Vera:

-          Verita, ¿vos que querés de regalo de cumpleaños?

Y Vera me responde con una naturalidad conmovedora, sabiendo que en ese momento abuelos y tíos escuchan:

-          Lo que ustedes quieran traerme.

Fue tan espontánea, tan tranquila, tan dulce su respuesta que su mamá, su tía Florencia y yo (mujeres de treinta años) no pudimos sino hacer gestos de emoción y sorpresa… a mí hasta se me empaparon los ojos (y creo que también a ellas un poco). Le dije, aún emocionada:

-          Entendiste todo, Verita hermosa.

La reacción movilizadora de esa respuesta de esta preciosa nena de casi cuatro años me invadió, nos invadió, por un buen rato… la decodificación fue la maravilla de esa humildad, esa consideración por el gesto de los demás como más valioso que lo que sea el objeto-regalo para ella, esa adulta respuesta como si ya tuviera registro del peso económico que puede ser para cualquiera comprar un regalo… esa espontánea decodificación mía (y nuestra) fue la razón de la emoción y la ternura hacia esta mujercita bella.

Y sin embargo, con menos espontaneidad y con algo más de convicción, de pronto fue llegando a mí otra reacción, otro modo de interpretar esa respuesta… la segunda lectura se reforzó cuando llegado el momento de las visitas de retirarse, mientras adultos se levantan de sillas y agarran sus carteras e inician saludos, veo y escucho a Vera dirigirse a su primo más chico que ya se iba, hablándole mientras él le daba la espalda interesado por entrar un rato más al cuarto de sus primos. Vera le dice a su primo:

-          ¿Te gustó jugar conmigo, Joaquín?

Ahí ya no me enternezco de nuevo porque la escena confirma la lectura segunda… sin negar la primera, pero complementándola como su cara negativa, pienso: “Vera ya sabe, como mujer, no decir su deseo.” Siento que ser mujer se define en nuestra cultura por posponer la relevancia del deseo propio al masculino-social-ajeno. ¿Por qué no decir “quiero una muñera”, “quiero un disfraz”, “quiero un autito”, “quiero un juego”? ¿Por qué no nombrar el deseo cuando la pregunta inquirió justa y exactamente eso, cuál era su deseo?

Y yo te dije “entendiste todo” porque sí, entendiste todo lo que ser mujer implica… lástima que no solo como identidad sino también como carga.

“¿Te gustó jugar conmigo?”. Y, ¿a vos, Verita? ¿Te gustó jugar con él? ¿Por qué tu experiencia de juego y disfrute no se verbaliza como “Me gustó jugar con vos, Joaquín”? ¿Por qué en vez de afirmar qué sentiste en esas horas vos redondeás el bienestar de la experiencia con la inquisición de si El Otro disfrutó con vos? ¿Por qué la pregunta por la satisfacción del otro antes de la afirmación de la propia? ¿Por qué mi deseo es “lo que ustedes quieran traerme”? ¿Por qué mi deseo no es “esto” y punto?

Doble cara de la ternura infantil femenina: una apertura al mundo y sus circunstancias desde una posición de cuidado (“Comprendo como niña el costo económico y el esfuerzo de los otros y los relevo de la preocupación en demasía de cómo regalarme/satisfacerme”); pero también una posición de subordinación del propio deseo a un deseo ajeno: “Lo que ustedes puedan traerme, mi deseo es secundario.” Pregunta “¿le gustó jugar conmigo” en vez de afirmación “Me gustó jugar con él” –y no se trata de que la pregunta esté antes de la afirmación: se trata de que la propia afirmación-satisfacción se considera después, bajo condición de la afirmación-satisfacción del otro.

Mis lágrimas de tía emocionada como reacción primera indican la constitución idéntica que como mujeres nos comunica… mi lenta pero segura indignación en una segunda lectura indica el riesgo al que nos expone esa identidad compartida.