martes, 29 de septiembre de 2020

La pulsión conservadora y la gata

Algo que no deja de sorprenderme de la vida, de mi vida, es cómo el fracaso en intentar conducirla, amoldarla a ciertas formas conservadoras de ser ha sido la puerta a mi emancipación. A formas nuevas, inesperadas, de existir y vivir.

Quiero decir: no una emancipación buscada, proclamada, de armas tomar… sino una emancipación por defecto, por falla, porque el camino que me disponía a transitar se coarta, se aborta. Y entonces hay que tomar otro camino. Y con lágrimas, autoreproches, protestas y duelos, ese sendero nuevo que se abre resulta muchas veces ser mejor, más interesante que aquel que obstinadamente me resistía a abandonar.

Es que aunque muchxs de quienes me conocen podrían reírse incrédulxs de lo que voy a decir, yo tengo una terrible pulsión conservadora en mi actuar. No miento: hay una fuerza que me arrastra siempre a desear hacer las cosas “como corresponde”, “como debe ser”, “como Dios -la cultura/la naturaleza- manda”. Una amiga una vez me dijo “vos sos muy normativa”. Otro amigo alguna vez comentó “Pero, ¡qué terrible super yo que tenés!”. Lxs amigxs nos conocen y porque nos conocen, ven más claramente que nosotrxs nuestras propias contradicciones.

Porque esa pulsión conservadora que me constituye también choca con una pulsión de vida, una libido curiosa, exploradora, arriesgada. O ese creo que ha sido mi caso. Y por eso mi biografía está escandida en síntomas: chocan las pulsiones contrarias y el cuerpo estalla, habla.

“La curiosidad mató al gato”, se dice. Mi gata interior es intrépida, nada la para. Pero si es curiosa es porque desea saber en ese doble sentido latino de “conocer” y “degustar”. Y a veces la línea recta de la pulsión conservadora es muy insípida o deliberadamente ignorante: no como adjetivo sino como participio presente: voluntad de ignorar, de no ver, no saber. En general lo que se intenta no ver es o bien la diferencia -por eso el conservadurismo es segregacionista-, o bien, la alternativa -por eso el conservadurismo es discurso único, totalitario.

Lo interesante es que a veces las alternativas me han aparecido menos como alegre, atrevida, curiosa gatita que juega con las formas posibles de ser y más como camino no proyectado que se abre desde una expulsión: mi deseo de hacer que mi vida tenga la forma conservadora que mis expectativas subjetivas iniciales le han ordenado ha sido frustrado, ha sido desoído, no ha sido acompañado.

Porque para los caminos de la vida y las formas de ser que adquiramos siempre necesitamos al otrx, algunx, muchxs o todxs. Nadie hace camino solo aunque hacer camino tenga un lado inevitablemente solitario.

Y entonces, ante la confirmación de la frustración, una llora, y llora, patalea largo rato, o incluso, enloquece… porque lo racional no es lo real sino lo que creíamos que era única realidad posible. Y entonces es un poco como perder la cordura. Estos últimos años lo he llamado “sensación de ciencia ficción”: como una invasión alien pero en realidad es lo “alien” en nosotrxs que se expresa, lo “otro” del destino que se esperaba. Paradoja de que en la propia otredad se pueda encontrar nuestra elegida autenticidad.

Y cuando la niña moldeada al destino y su semejanza deja de renegar (negar mucho) y acepta que la cosa no va por acá… ahí reaparece la pulsión exploradora de vida, la gata que recuerda que puede, de todos modos, caer siempre parada… que se acuerda de ese diseño aerodinámico de su cuerpo que cuando ve que cae se tuerce, se retuerce, gira y afirma en un nuevo suelo las patas.

A veces en la vida te cae una ficha cuando caés como una gata. O quizás primero caíste como pichona y después te metamorfoseás en gata.

Entender y aceptar para retomar el andar, para no ser aplastada por la caída, para ser vos la alien que invade un territorio nuevo, aunque por qué no, en son de (lograr la propia) paz.

 

domingo, 20 de septiembre de 2020

El premio, la risa y Santino

 Para Pablo, Noe y Santinuchi


1.   El premio de Pablo 

Me quedó clavada en la memoria una situación angustiante que pasé cuando era chica con mi hermano Pablo. Estábamos en uno de los festivales de fin de año de mi colegio. Yo estaba en la primaria y Pablo debería estar recién en primer o segundo grado, o quizás todavía en el preescolar.

Los festivales de fin de año tenían actos, buffet, baile, premios. Estábamos en el momento del baile y alguien que animaba el festival dijo por el micrófono que le iban a dar un premio a quienes mejor bailaban. El objetivo era animar a lxs niñxs y padres a divertirse un rato. No recuerdo si mamá me dijo que fuera a bailar con Pablo… probablemente no: no me extrañaría que yo lo agarrara a Pablo entusiasmada con ir a bailar y de paso ganar un premio. Tampoco me extrañaría que no haya tenido que rogarle ni insistirle mucho a Pablo: recuerdo con claridad que de chiquitxs fuimos muy compañerxs. A él y a mi primo Hernán los tenía de actores estables de las obras de teatro que planeábamos y representábamos para nuestros papás los domingos a la noche, por ejemplo.

Así que la escena que recuerdo con claridad total es la de estar con Pablo bailando, contentos, con todas las ganas y claro, esperando que desde el escenario -del que estábamos cerca- la persona que lo anunció por micrófono nos llamara para darnos el premio por ser lxs que mejor bailábamos. Mi recuerdo de estar alegre bailando con Pablo se va tornando traumático cuando recuerdo la angustia que empecé a sentir… recuerdo estar agarrada de las manos de Pablo, recuerdo verlo adelante mío, super contento, sonriendo, sonriéndome, y recuerdo que pasaba el tiempo y no nos llamaban para darnos el premio… sigo viendo la cara de mi hermanito chico que baila que te baila, y revivo ese sentimiento horrible de la disonancia entre su alegría, el pasar del tiempo sin que nadie nos llame, y la angustia que me inundaba mientras trataba de disimularla en mi cara para que Pablo no se desanime… pero pasado otro buen rato, no pude más… la angustia se volvió ataque de llanto y no recuerdo si primero fui a decirle algo a mi mamá… pero sí recuerdo que fui al escenario y protesté llorando que cómo podía ser que hacía un buen rato que nos estábamos matando bailando con mi hermano chiquito y que no nos habían llamado.

Debo haber presentado un argumento muy convincente, o quizás quien daba los premios se conmovió de esa nenita que lloraba reclamando un premio para su hermano -porque recuerdo que mi indignación era respecto de Pablo: bailaba y bailaba con su sonrisa intacta, se merecía un premio: ¡¿por qué mierda no se lo estaban dando?! Como sea, agarré llorando un librito de cuentos que me dieron como premio y se lo llevé todavía llorando pero un poco más tranquila a mi querido hermano. 

2.      La risa de Noelia

Dos cosas me sorprendieron mucho desde el momento en que Noelia dio a luz a Santinuchi. La primera fue apenas dio a luz: le habían hecho una cesárea porque nuestro hermoso Santino andaba apurado -ahora que lo conocemos nos damos cuenta, confirmamos, que este pibe es un adelantado: quiso nacer antes de tiempo, como caminó rápido, habló desde los cinco meses y de repente se le ocurrió madurar y dejar solo la teta, está claro: desde el mismo parto que está apurado por comerse el mundo!

Volvamos a la cesárea: se sabe que las mujeres tienen que permanecer después veinticuatro horas sin hablar para que no les ingrese aire al abdomen que les genere malestares. Muchas mujeres hablan igual y después les duele todo. Pero Noe llegó a la habitación -donde la esperaba toda la tribu expectante del nuevo baby nuestro- y no habló una sola palabra. Estaba totalmente tranquila, con los ojos abiertos muy grandes, completamente consciente de la situación. No era que nos estaba ignorando, de hecho usó una app para escribir cuando quería decir o contestar algo, que reproducía lo que escribía como audio. Pero ella, que es charlatana a más no poder (como somos varixs) no se tentó ni un momento en decir nada. Me sorprendió: había una disciplina total. Es que se le notaba en la cara: lo único que le importaba era hacer todo bien, recuperarse pronto para que la dejaran ver a su bebé, que por su apuro por nacer tenía que pasar unos días en neonatología. Ya sobraría el tiempo para relatarle a lxs demás todo lo que había pasado.

La segunda cosa que me sorprendió sucedió durante las primeras semanas y meses de Santi. Noe inmediata, instantáneamente, fue una mamá feliz con su bebé. Tuvo esa fortuna, que otras mujeres no tienen, de que su ser mamá de Santino fue comprobación total de que ahí estaba su felicidad. Y ahí es donde vino la otra cosa que noté: cuando Noe se ríe de alguna cosita dulce o graciosa que hace Santinuchi, su risa tiene un sonido, una intensidad que yo, que la conozco hace doce años, no se la escuché nunca, pero nunca antes. 

3.      Santinuchi

Entre el premio que Pablo se merecía, se había ganado, que ya tenían que darle pero que hubo un tramo de angustia y temor antes de que finalmente le hubiera llegado; y la risa nueva de Noe, la de una alegría completa, la de una plenitud que sutura la herida profunda que tuvo abierta durante tantos años; entre esas dos anécdotas aparece Santino, mi Santinuchi, como regalo de la vida pero un regalo especial: uno que fue muy buscado por ambos, un regalo que es premio de plenitud pero que “no cayó del cielo” porque requirió no solo mucho deseo, sino también mucho esfuerzo, mucho trabajo, y un tanto de dolor: que lxs hizo atravesar un delay, un retraso que se sintió un poco enloquecedor, porque no “salía”, porque hubo que pasar por médicxs y psicólogxs, y tratamientos, y pérdida, y sensación de fracaso… desear tanto algo y que tarde en llegar… al fin llegó pero todos sabemos que ese “mientras tanto” en que no está llegando nos angustia, nos deshace en nuestras certezas, nos saca de quicio, nos cuestiona la fe en que el plan puesto en marcha vaya a resultar. Ese “mientras tanto” me hizo recordar la angustia del día que con Pablo bailábamos… y él ese día, como durante la búsqueda de Santi, nunca dejó de bailar, nunca dejó de poner su cuerpo para conseguir lo que quería. Pero de grande, no fue esa sonrisa inocente de nene que sigue bailando lo que había en su rostro… también había sonrisa pero como apuesta a que se iba a superar la angustia, el temor, esos sentimientos que una persona tan sensible como Pablo obvio que siente pero que, quizás, él no sabe transformar en palabras para contárselo a otrx y poder desahogarse, llorar y putear un buen rato.

Ese “mientras tanto” me hizo acordar a la Noe antes de Santi, que siempre fue una mina alegre, laburante y pujante como Pablo, pero que en su seguir bailando la vida no tenía la risa que tiene ahora… había sonrisas y alegría, porque Noe es una mina divertida y con pila para llevarse el mundo por delante, pero también aparecía cada tanto una mueca, un fruncimiento de labios, un cruzar apretado de los brazos en el pecho, un enojo profundo que de vez en cuando se escapaba o se escupía, pero que siempre interpreté como un resto de dolor que no pudo perdonar y que por eso, se le volvía a veces volcán en erupción desde adentro. Con Santi, ese volcán se secó. Con Santi, la vieja lava apagada se volvió sonido que sale también por su boca pero ahora como música materna, como canción de amor. Esa risa que le ilumina el rostro a ella equivale a la fortuna total que Santino tiene sin saberlo aún: la de estar formándose como persona con una mamá que antes que él abra los ojos, ya lo espera con una luz de felicidad total también en sus ojos, una risa contagiosa que, junto a la plenitud que se le nota a leguas también a Pablo por ser su papá, explican por qué Santino es la dulzura hecha ser humano, una personita que siente curiosidad por el mundo que lo rodea, un bebé que se adelanta en los tiempos normales porque se nota que no puede esperar a comunicarse, a hablarle a su papá y su mamá, a mostrarles él también que antes de saber del todo quién es y qué hace en este mundo ya sabe algo que será su mejor fuerza para todo lo que haga en la vida: que es un bebé muy deseado, muy amado, el premio de papá y la risa de mamá. 

12 de septiembre de 2020