Algo que no deja de sorprenderme de la vida, de mi vida, es cómo el fracaso en intentar conducirla, amoldarla a ciertas formas conservadoras de ser ha sido la puerta a mi emancipación. A formas nuevas, inesperadas, de existir y vivir.
Quiero decir: no una emancipación buscada, proclamada, de
armas tomar… sino una emancipación por defecto, por falla, porque el camino que
me disponía a transitar se coarta, se aborta. Y entonces hay que tomar otro
camino. Y con lágrimas, autoreproches, protestas y duelos, ese sendero nuevo
que se abre resulta muchas veces ser mejor, más interesante que aquel que obstinadamente
me resistía a abandonar.
Es que aunque muchxs de quienes me conocen podrían reírse
incrédulxs de lo que voy a decir, yo tengo una terrible pulsión conservadora en
mi actuar. No miento: hay una fuerza que me arrastra siempre a desear hacer las
cosas “como corresponde”, “como debe ser”, “como Dios -la cultura/la
naturaleza- manda”. Una amiga una vez me dijo “vos sos muy normativa”. Otro
amigo alguna vez comentó “Pero, ¡qué terrible super yo que tenés!”. Lxs amigxs
nos conocen y porque nos conocen, ven más claramente que nosotrxs nuestras
propias contradicciones.
Porque esa pulsión conservadora que me constituye también
choca con una pulsión de vida, una libido curiosa, exploradora, arriesgada. O ese
creo que ha sido mi caso. Y por eso mi biografía está escandida en síntomas:
chocan las pulsiones contrarias y el cuerpo estalla, habla.
“La curiosidad mató al gato”, se dice. Mi gata interior es intrépida,
nada la para. Pero si es curiosa es porque desea saber en ese doble sentido
latino de “conocer” y “degustar”. Y a veces la línea recta de la pulsión
conservadora es muy insípida o deliberadamente ignorante: no como adjetivo sino
como participio presente: voluntad de ignorar, de no ver, no saber. En general
lo que se intenta no ver es o bien la diferencia -por eso el conservadurismo es
segregacionista-, o bien, la alternativa -por eso el conservadurismo es discurso
único, totalitario.
Lo interesante es que a veces las alternativas me han
aparecido menos como alegre, atrevida, curiosa gatita que juega con las formas posibles de ser y más como camino no proyectado que se abre desde una expulsión: mi
deseo de hacer que mi vida tenga la forma conservadora que mis expectativas
subjetivas iniciales le han ordenado ha sido frustrado, ha sido desoído, no ha
sido acompañado.
Porque para los caminos de la vida y las formas de ser que
adquiramos siempre necesitamos al otrx, algunx, muchxs o todxs. Nadie hace
camino solo aunque hacer camino tenga un lado inevitablemente solitario.
Y entonces, ante la confirmación de la frustración, una llora,
y llora, patalea largo rato, o incluso, enloquece… porque lo racional no es lo
real sino lo que creíamos que era única realidad posible. Y entonces es un poco
como perder la cordura. Estos últimos años lo he llamado “sensación de ciencia
ficción”: como una invasión alien pero en realidad es lo “alien” en nosotrxs
que se expresa, lo “otro” del destino que se esperaba. Paradoja de que en la propia
otredad se pueda encontrar nuestra elegida autenticidad.
Y cuando la niña moldeada al destino y su semejanza deja de renegar
(negar mucho) y acepta que la cosa no va por acá… ahí reaparece la pulsión
exploradora de vida, la gata que recuerda que puede, de todos modos, caer
siempre parada… que se acuerda de ese diseño aerodinámico de su cuerpo que
cuando ve que cae se tuerce, se retuerce, gira y afirma en un nuevo suelo las
patas.
A veces en la vida te cae una ficha cuando caés como una
gata. O quizás primero caíste como pichona y después te metamorfoseás en gata.
Entender y aceptar para retomar el andar, para no ser
aplastada por la caída, para ser vos la alien que invade un territorio nuevo,
aunque por qué no, en son de (lograr la propia) paz.
Que linda escrutura te sale Maria Ines!
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