Escribo desde que tengo memoria (y capacidad de escribir).
Algún día escribiré el relato tierno de mis escrituras de
infancia vinculadas al mundo escolar (creo que en un diario del colegio, en
tercer grado, me publicaron un poema) o de mi adolescencia, relacionadas con el
más edulcorado y tragicómico romanticismo de esos años (que debo reconocer que
me acompañó hasta hace no muy poco… y debo reconocer que es en parte,
inevitablemente, uno conmigo).
Pero después llegó la universidad y algo pasó por lo cual mi
escritura existencial se anuló.
No puedo reconstruir si escribí de a poco cada vez menos o
dejé de escribir totalmente. Lo más probable es que la tremenda desviación de
libido que realicé en mis años de estudiante de filosofía hacia la lectura y la
escritura “para la universidad” haya tenido bastante que ver.
Recuperé el impulso de escritura, creo, diez años después.
No fue el puro extasiarse placentero el que me llevó a la escritura de nuevo
sino todo lo contrario: una tremenda experiencia de frustración, de fracaso
amoroso, me arrojó de nuevo a escribir.
Pero en realidad también fueron los veranos hermosos en
Chile, en la casa de mis amigos, que fueron contrastantemente simultáneos a la
crisis amorosa. Ya saliendo (huyendo) de ella, ruptura dolorosa con el pasado
mediante, me surgió en el verano de 2011 el impulso de escribir un blog.
Surgió en
mi tercer verano chileno, en el contexto de tener un espacio donde comunicar la
experiencia de disfrute y reflexión que me generaba el feliz hábito de ir con
mis amigos a un festival de teatro internacional en Santiago. Titulé el blog “Hechos
consumados”, el título de una obra de Juan Radrigán que me impactó tanto que,
luego de verla, corrí por las calles de Santiago a comprarme el texto… aunque debo
reconocer que todavía no me senté a escribir al respecto -incluso me crucé años
después por feliz suerte a Radrigán en un congreso de filosofía, le conté con
lujo de detalles lo que había amado su obra y hasta me traje su email para
escribirle… pero tampoco lo hice todavía.
Ese blog fue reuniendo mis reacciones escriturales a las
obras que veía, primero. Y luego fue incorporando más de mi escritura o, mejor
dicho, más de mi escritura más mías, más personal, más íntima, más desnuda.
Luego vino otra interrupción. La tesis doctoral.
Del 2012 al 2013 la libido fue dirigida forzadamente a
escribir un texto que me costó horrores. Todo ese tiempo de escribir esa tesis
fue un padecimiento… pero escribiré en otro momento sobre esto. Fue en los
últimos estertores de ese padecer la escritura forzada doctoral que me
reconecté con mi escritura de nuevo. Varios factores se confabularon felizmente
al respecto (aunque no todos ellos felices en sí).
En primer lugar, mi puja angustiada constante con la puta
tesis, último tramo de mi análisis mediante, arrojó el nombre de mi angustia:
mi temor, mi desconfianza, mi inseguridad ante la pregunta “¿tengo una voz
propia?”, “¿tengo algo yo que decir?”.
Empezó a estar claro
que era eso lo que más me jodía -y que no era en esa tesis donde se resolvería…
aunque claramente la tesis es esa pregunta: la pregunta por la propia historia,
por las figuraciones que nos han hecho pero que podrían ser otras, por la
escritura en voz media como modo de la autoconstitución una vez que vemos la duplicidad
de ser de un modo pero poder ser de uno distinto. Pero también sobre esto ya
escribiré en otro momento.
Dos cosas más sucedieron, eventos que me señalan que hay
algo en mi re-construcción de mi identidad femenina íntimamente atado a mi
escritura: la abuela Susana empezó a morir y nació Lupe. Sobre esto escribiré
pronto un texto que se llamará algo así como “Mi escritura, entre dos mujeres”:
una que me iba dejando lentamente (y dejando en mí su pasión escritural como
herencia) y otra que me iba invadiendo también lentamente (constituyéndome en
su tía de un modo muy peculiar).
Algo más pasó. Tuve la fortuna existencial de conocer personalmente al filósofo de la historia y crítico literario a
cuya obra dediqué una década de investigación (y dos tesis): Hayden White. Un
historiador devenido teórico de la narración, de la forma que Occidente piensa
el conocer la historia, del lenguaje como recurso y sombra, límite, estructura.
Nos conocimos en 2011 and it was love at first sight. Y
en 2013 nos volvimos a ver. Leí frente a él una ponencia en la que pasaba
revista a qué deseo emancipatorio suyo yo creía que había que proseguir y por
qué ese deseo para mí conducía a pensar la íntima relación entre narración y
género, entre estilo de relato y estilo corporal. Recibí de él lo mismo que
hacía dos años venía recibiendo en nuestra comunicación epistolar-virtual:
apoyo, entusiasmo, afecto, autorización. Y me traje toda esa habilitación de
Brasil a Buenos Aires y el río de escritura que venía goteando junto con las
lágrimas finales de la angustia de la escritura doctoral finalmente se abrió
paso.
Armé otro blog, continuación con diferencia del primero. A
este lo llamé “Barthesiana”. El Barthes que White y yo amamos. El Barthes que
amo hace mucho. El que me dona -a través de mi trabajo sobre la obra de White-
el conflicto entre la estructura y la escritura en voz media.
Los últimos meses de escritura doctoral y los últimos
capítulos de tesis me vieron acompañar los últimos esfuerzos con nuevas
primeras escrituras.
Textos sobre mi experiencia de ser tía de Lupe, de recibir a
una nueva mujer en este mundo. Textos sobre encontrar la propia voz. Textos
sobre eso que tengo con los que más amo y con lo que más amo y mueve toda mi
existencia y mi escritura: la interlocución profunda.
Y es ese texto como clave de mi retorno a este impulso
escritural permanente en mi vida el que me conduce al motivo por el que escribo
este texto.
Este texto lo escribo en un tren desde Roma a Venecia. “La
interlocución profunda” lo escribí (como tantos otros textos) entre el subte B
y el tren Urquiza, volviendo de un día laboral de Buenos Aires capital a Sáenz Peña,
Buenos Aires provincia.
Claramente si la escritura ha de contener claves bio-geo-gráficas,
yo soy una escritora que va y viene, que está, entre la capital y la provincia.
Pero el punto al que iba todo este texto y el
relato-con-texto en el que espontáneamente hoy lo enmarco, es a que yo me
encuentro, en este momento de mi vida, no siempre pero muy frecuentemente como
ahora, escribiendo en movimiento.
La frase es más poética que la realidad pedestre que quiero
analizar: desde el retorno de mi escritura hasta ahora mismo, constato que mi
impulso de escritura se satisface mejor cuando estoy en movimiento: en un tren
(como ahora) o en un subte –en colectivo también pero menos: una herencia familiar
de débil equilibrio me produce mareos en los colectivos y me dificulta escribir
del mismo modo.
Ahora bien: no es el estar en movimiento en el tren lo que
me permite tomar este cuaderno y escribir –este cuaderno bello pero algo caro
que compré en otro viaje, en el gift shop de la catedral de Notre Dame, como un
auto-regalo… un autoregalo que no me falló porque desde entonces he llenado sus
páginas de esta nueva escritura. Lo que me permite tomar el cuaderno y escribir
es que en realidad mientras viajo, mientras estoy en el tren en movimiento,
estoy realmente quieta.
Las claves interpretativas están en el interjuego de “estar
en movimiento” y “estar quieta” con el “me permite”.
Yo creo que lo que a mí me pasa es que no me termino de
permitir escribir cuándo y dónde sea que lo desee, porque sigo siempre
privilegiando –cual cobarde esclava- lo que “tengo que hacer”, las obligaciones,
las tareas, el trabajo. Por eso, pudiendo elegir escribir todos los días o frecuentemente
al menos, no lo hago porque pongo la cadena, el yugo, primero. “Me gustaría
ahora escribir sobre X pero no puedo porque tengo que Y”.
Pero cuando estoy en movimiento como ahora, o como cuando
frecuentemente estoy yendo a alguno de mis trabajos en subte y tren, ahí sí “se
me permite” escribir: porque mientras estoy en tránsito ese tiempo está vedado
a las obligaciones. Es un tiempo muerto para el trabajo y el deber. Y por eso
se me vuelve un tiempo vivo para escribir.
Dice White, inspirado en Barthes, Lacan, el estructuralismo
y demás, que el relato, la narración, escenifica el drama del conflicto entre
el deseo y la ley. Nunca nada más cierto sobre la escritura (más o menos
narrativa) de esta que desea temerosa-cobardemente ser escritora.
No puedo aún escapar a la ley, al super yo profesional-laboral
que todo el tiempo me señala que le debo todo mi tiempo. Y por eso no “me doy”
el tiempo deseado para mi escritura. Y por eso cuando el tiempo-para-el-trabajo
está suspendido porque estoy-en-movimiento, en-tránsito, de casa al trabajo o
viceversa, el tiempo “se me da”, el estar en movimiento “me permite” tomar cuaderno,
lapicera y vivir ese orgásmico suspenderse del tiempo-lineal para escribir.
Escribir “me suspende”. Escribir deshace mi angustia… del
tipo que sea. A veces incluso se siente la excitación de la transgresión, del
pecado para un cuerpo cristiano.
Cuando escribo ya no voy a ningún lado. Se suspende la
demanda teleológica y yo soy sola, ahora, esta actividad.
Un “escribo, luego existo”.
Elegí este viaje a Europa que me permitió una obligación
laboral (viajar a Atenas a un congreso) con la fantasía de que fuera un viaje
para escribir. Recién ahora, tres semanas después, lo es. Y las semanas
anteriores estuve entre el trabajo del viaje, el trabajo que me traje al viaje,
el conocer bellos lugares añorados y una angustia-gris-tristeza de fondo que
hasta ahora me ha acompañado.
Creo que es la gris-tristeza de aún solo animarme a, poder,
escribir cuando un juego de factores externos “me lo permite”. Ese resto de
obediencia neurótico-masoquista a la ley en mí del que siento que una total
emancipación no llegará jamás.
El apego a las cadenas que son las aprobaciones en los
rostros de los demás.
Ahora, en este tren, en este momento de feliz suspenso de
líneas de tiempo, de leyes, de destinos y estructuras pienso que quizás eso sea
el tipo de escritura del que seré capaz –y de ahí mi continua fascinación con
el carácter condicionante-habilitante, sujetante-subjetivante, de la narración.
Quizás yo solo pueda dar en la escritura distintas y
variadas formas de la escenificación de mi conflicto, mi drama, entre mi deseo
y mi ley.
Quizás mi arrojo, mi valentía, mi voz, solo pueda ser la de
escribir y exhibir el vergonzoso núcleo (¿cobarde?) con el que lucha siempre mi
potencia de ser… y de escribir.