miércoles, 29 de noviembre de 2017

Juani y la bomba de papel

Hace poco más de un mes visité a mi hermano Juan y su familia en México. Como quienes me conocen saben, mi hermano se mudó hace un tiempo por motivos de trabajo y yo los extraño absolutamente. Pero en esta experiencia inesperada de la vida que es tener a un hermano, una cuñada-hermana y sobrinos viviendo en otro país, también aparece la novedad del reencuentro fraterno y sobrinezco.

Uno de mis días de visita fui con Juani, Lupe y su mamá, Debo, a comprarle un regalo a cada uno al Liverpool de Polanco. Juani aprendió a renunciar a comprarse un juego para la play carísimo, que duplicaba el presupuesto que había establecido la tía y eligió un lego. Lupe, luego de estudiar detenidamente durante cuarenta minutos cada uno de los juguetes que había en las góndolas –sentenciando a la salida del mall que “Vengo al Liverpool y quiero llevarme todo”- se compró una familia de ositos.

Llegados al departamento de nuevo, Juani inmediatamente se puso a armar el lego. Este bombonazo de siete años con total independencia y práctica tomó las instrucciones de armado y empezó a seguirlas religiosamente. Mientras tanto, papá, mamá y la tía se preparaban para una merecida salida sin niños por la noche de restaurants y bares newyorcezcos del barrio. Lupe y Juani hicieron sentir sus quejas de que salíamos sin ellos. Y nosotros seguimos con nuestros planes, con nuestro momento solos que necesitábamos, y educando a los enanos en la libertad, tiempo y espacio propio que se merecen también los mayores.

La noche de cena fue maravillosa: feliz, íntima, a pura charla, reflexión y chiste, con riquísimos vinos y deliciosa comida española… nos quedamos horas disfrutando nuestro reencuentro adulto, como se disfruta a un hermano y una hermana que tanto se aman y tanto se extrañan, y con quienes hemos compartido décadas juntos. Quizás la distancia, en lo que duele, también depare estos hallazgos: tener poco tiempo y entonces disfrutarlo, entregarnos a él al máximo.

Volvimos al departamento a la madrugada, felices y algo borrachos, debo confesar. La tía Mary llegó como pudo con su leve a moderado mareo a la cama y se desmayó.

Me habré quedado dormida entre las dos y tres de la mañana y a las seis y media, Juani me despierta. Como se levanta todos los días a esa hora, el sábado también se despierta temprano. Se acostumbró a hacerse el desayuno y ver la tele, jugar a la play, jugar a los tiros contra enemigos imaginarios y/o, como sucedió cuando lo visité en enero, rapear a solas en el living de la casa para arrancar la mañana. Pero esta vez, la tía estaba de visita y Juani no dudó en cuál era su plan: levantar a la tía para que lo ayude a armar el lego. La tía, despertada pero aún mareada –probablemente deshidratada también-, se debatió entre dos intensas emociones: estar conmovida por el amor del sobrino que no puede esperar a pasar tiempo con ella y estar destruida por la noche de generosos alcoholes. Como pude, atiné a explicarle a Juan que no había dormido mucho, que me dolía la cabeza, que necesitaba dormir un poco más. Juani preguntó: “¿cuánto más?” La tía atinó a decir: “un rato, unas horas”. Juani se indignó. Se tiró arriba mío, mitad abrazándome, mitad aplastándome y presentó su argumento fervoroso y convencido de que yo tenía que levantarme a ayudarlo porque el lego llevaba mucho tiempo armarlo y si no, no iba a poder tenerlo terminado a tiempo para que jugáramos con él (la tía volvía a Argentina el día siguiente). Que no quería estar solito, que quería que lo acompañe.


La tía leía –con sus facultades mentales disminuidas pero su amor por su sobrino nunca más despierto- la demanda amorosa de Juani. Le dije “dame un ratito que ya me levanto”. Se tranquilizó, fue a su placard a buscar la ropa para vestirse y yo entredormida me moría de amor de ver a este bebote hermoso ya con siete años eligiéndose el pantaloncito y vistiéndose solo. Se fue de la habitación y dije “ya voy”.

Me levanté como pude. Un tanto encorvada del sueño y dolor de cabeza llegué a la silla al lado de la de Juani en la mesa del living. Le dije que tenía frío así que me trajo una manta y me tapó para que estuviera más cómoda. Mi cuerpo estallaba de amor mientras intentaba con el estallido sostenerse con el sueño que me invadía. Nos pusimos a armar juntos el lego, no sin cierto conflicto por las partes que iba o no iban, o porque le quise arreglar una parte y se desarmó otra, pero con conflicto y todo, terminamos la isla que estábamos armando. Serían las siete y algo de la mañana y por dentro dije “listo, ahora puedo dormir un poco más”. Ya le había adelantado a Juani que la tía se levantaba un ratito y después volvía a la cama porque tenía que descansar porque le dolía mucho la cabeza. Cuando la isla estuvo lista y festejamos el triunfo, inicié el proceso de transición a la cama con frases como “bueno, Juani, la tía te ayudó, ahora se va a la cama”, proceso que fue respondido por un Juani que se me tira encima de nuevo y me dice: “No tía, no te vayas, haceme compañía, no quiero estar solito.” La tía, conmovida hasta la médula pero mareada hasta el mismo órgano volvió a afirmar su necesidad de descansar en tono firme pero comprensivo, prometiendo seguir jugando cuando hubiera descansado. Juani insistió y arrojó su mejor argumento: “falta la otra parte de la isla, tía!” El lego armado era solo la mitad de todo lo que había que armar. La tía entró en pánico. Pero el sueño fue más fuerte: “Juani, lo armamos después. Empezá y después te ayudo. ¿En qué habíamos quedado? Te dije que te ayudaba un rato pero después tenía que descansar porque no dormí y me siento mal…” Bla bla bla la tía se impuso con tierna firmeza y se fue, convencida, a la cama.

Menos de veinte minutos después, Juani entra en la habitación de nuevo: “Tía, ¿ya dormiste?”. La tía experimenta un torbellino de ternura, amor, risa, furia y cansancio. “No, Juani, recién me vengo a la cama.”

“¿Cuánto más vas a descansar, diez minutos?”, pregunta sin ningún afán de estar preguntando y con toda la decisión de despertarme. “No, Juani, unas horas necesito.” Abrazo-aplastamiento de la tía de nuevo. Juani acostado arriba mío protesta: “Pero tenemos que armar el lego, si no no vamos a poder jugar, que mañana te vas.” La tía, enternecida, comprensiva, muerta de sueño. La negociación siguió hasta que Juani aceptó dejarme dormir un rato más de nuevo.

Menos de media hora después, Juani vuelve a la habitación. Esta vez la demanda es distinta. Trae una tijera y hoja de papel en la que había dibujado con distintos colores una bomba, de la que salían cables verdes, rojos, amarillos, azules. Viene con una tijera y me dice: “Tía, tenés que ayudarme a desarmar la bomba.” La tía, que no lograba cerrar los ojos y ya tenía al enano hincha kinotos de nuevo demandándola, en parte se ríe, en parte se enoja… pero la ternura pudo más y aún debajo del acolchado y con los ojos cerrados juega. Juani pregunta ansioso, actuando la situación “¿Qué cable cortamos, qué cable cortamos?”. Le digo: “El verde”. Lo corta, la bomba no explota y me dice aliviado… “Bien, no explotó”. “Y ahora, ¿qué cable cortamos?” La tía en un tono un tanto más molesto dice: “el azul”. Misma reacción. Por suerte, la bomba no explotó así que la tía pudo volver a decirle a Juani que la deje dormir un rato. Juani se va y al rato vuelve con otra bomba. La tía ya empieza a decirle literalmente al enano –aunque risas de los dos de por medio- que era un hincha pelotas. Pero igual seguimos desactivando las bombas. Creo que tres o cuatro bombas llegaron hasta las ocho y media de la mañana. Al poco rato, se sumó Lupe alrededor de la cama con la tía adentro feliz y sufriendo el sueño al mismo tiempo. Lupe trajo un jueguito de ponerle vestidos con imanes a muñecas y la tía tenía que ayudarle a elegir la combinación mientras Juani al mismo tiempo le traía otra bomba. Al rato, trae Lupe su propia bomba, y cuál cable cortamos, y cortá el rojo, y dejen dormir un poco a la tía, mierda!, dicho todo en un tono tan derrotado por el amor a sus sobrinos que las quejas de la tía solo fueron más motivo de risa hasta que, asumiendo el fracaso absoluto del intento de conciliar el sueño, la tía se levantó finalmente para estar con sus sobrinos.

Con sueño y todo, cansada y demandada, la tía estaba feliz de estar con ellos. Pero a su vez, la tía no pudo dejar de ver en toda esa escena de demanda amorosa una escena tantas veces vividas.


La necesidad de otros para no estar solos. La demanda de atención y amor como imposición. La necesidad de estar acompañados en la vida, en el juego en la niñez, y en tantas otras situaciones a medida que crecemos.

Pensé cuántas veces me han traído mis afectos bombas de papel para desactivar. Cuántas veces he recibido alguna amiga, amigo, compañerx, familiar que me ha demandado amor mostrándome las bombas neuróticas a punto de explotar que estaban viviendo. Cuántas veces he aconsejado qué cable cortar. Cuántas veces he mostrado que la bomba era de papel… bomba imaginaria, peligro fantástico, que no por eso tiene, en nuestras vidas de sujetos-cuerpos-infantes que envejecen, menos sensación de mortalidad, de finitud, de pérdida, de punto sin retorno. Cuánto de la amistad para mí ha sido calmar cual bombera psicoanalítica los fuegos falaces de las crisis explosivas de quienes amo.

¡Y ellos, ellas, ellxs, a mí! ¡Viceversabsolutamente! Tanta bombas de papel, tantos incendios de aire, tanta neurosis asfixiante, tanta desesperación imaginaria que el cuerpo solo no soporta… que por eso necesita el vómito de las palabras, el abrazo que contiene y acompaña… la caricia que calma el temor al desastre… el desvelo de otros que sostiene en las peores noches de la subjetividad que somos.

Como esos niños que necesitan compañía para desactivar bombas inventadas, seguimos siendo todos nosotros, pero reprimidos, silenciados, por la censura de la mostración pública de esa infancia permanente en que vivimos.

Como esos niños que necesitan quien los acompañe y sostenga también en armar el lego de la propia vida. Dónde va esta pieza… dónde pongo esto que soy, esto que me pasa, esto que no entiendo. Cómo seguir las instrucciones para armar el hogar de la interioridad que nos alberga, que de repente es bomba, incendio, amenaza. Cómo no seguir las instrucciones… cómo construir sin reglas, con reglas propias, más allá del temor a las bombas de papel y reales que puedan esperar a la vuelta de la página, de la esquina, de la edad, de los procesos complejos, mareados, intoxicados, que también somos.

El lego de la vida y las bombas imaginarias. Tener compañerxs para saber cuándo realmente una bomba va a explotar. Tener alguien que junto con mi mano corta el cable que creemos desarmará todo. Estar en la infancia que retorna y nos incendia con otros que en su estar, en su poner el cuerpo a nuestro lado –aunque estén cansados, dormidos, agobiados- nos calma. No estar solitos, como no quería Juani, cuando hay una vida para armar y las piezas no se acomodan o las instrucciones recibidas no ayudan. No estar solitos cuando sabemos, también, que el tiempo con el otro siempre es poco, que mañana volveremos a otros países, que no siempre podemos estar en las mismas tierras.

Y reír, con lxs otrxs, de nuestras bombas imaginarias desactivadas.

Y festejar, con lxs otrxs, cuando hemos armado alguna parte, parcial, modesta, pero al fin hecha, de nuestra existencia.


Y abrazarnos en la risa y el festejo de tenernos por un rato, este rato, fuera de todo límite geográfico, fuera de toda soledad falsa del límite de nuestros cuerpos.