miércoles, 19 de agosto de 2015

Por qué escribo en movimiento: breve e incompleto intento de autobiografía escritural


Escribo desde que tengo memoria (y capacidad de escribir).

Algún día escribiré el relato tierno de mis escrituras de infancia vinculadas al mundo escolar (creo que en un diario del colegio, en tercer grado, me publicaron un poema) o de mi adolescencia, relacionadas con el más edulcorado y tragicómico romanticismo de esos años (que debo reconocer que me acompañó hasta hace no muy poco… y debo reconocer que es en parte, inevitablemente, uno conmigo).

Pero después llegó la universidad y algo pasó por lo cual mi escritura existencial se anuló.

No puedo reconstruir si escribí de a poco cada vez menos o dejé de escribir totalmente. Lo más probable es que la tremenda desviación de libido que realicé en mis años de estudiante de filosofía hacia la lectura y la escritura “para la universidad” haya tenido bastante que ver.

Recuperé el impulso de escritura, creo, diez años después. No fue el puro extasiarse placentero el que me llevó a la escritura de nuevo sino todo lo contrario: una tremenda experiencia de frustración, de fracaso amoroso, me arrojó de nuevo a escribir.

Pero en realidad también fueron los veranos hermosos en Chile, en la casa de mis amigos, que fueron contrastantemente simultáneos a la crisis amorosa. Ya saliendo (huyendo) de ella, ruptura dolorosa con el pasado mediante, me surgió en el verano de 2011 el impulso de escribir un blog.[1] Surgió en mi tercer verano chileno, en el contexto de tener un espacio donde comunicar la experiencia de disfrute y reflexión que me generaba el feliz hábito de ir con mis amigos a un festival de teatro internacional en Santiago. Titulé el blog “Hechos consumados”, el título de una obra de Juan Radrigán que me impactó tanto que, luego de verla, corrí por las calles de Santiago a comprarme el texto… aunque debo reconocer que todavía no me senté a escribir al respecto -incluso me crucé años después por feliz suerte a Radrigán en un congreso de filosofía, le conté con lujo de detalles lo que había amado su obra y hasta me traje su email para escribirle… pero tampoco lo hice todavía.

Ese blog fue reuniendo mis reacciones escriturales a las obras que veía, primero. Y luego fue incorporando más de mi escritura o, mejor dicho, más de mi escritura más mías, más personal, más íntima, más desnuda.

“Lo trunco” reflejó el dolor de mi primer verdadero exilio amoroso (http://wwwhechosconsumados-lg.blogspot.com.ar/2011_07_01_archive.html).

“Crisis paradigmáticas”, refleja menos la ruptura con un amor que con una estructura superyoica de vida (http://wwwhechosconsumados-lg.blogspot.com.ar/2011_12_01_archive.html).

Luego vino otra interrupción. La tesis doctoral.

Del 2012 al 2013 la libido fue dirigida forzadamente a escribir un texto que me costó horrores. Todo ese tiempo de escribir esa tesis fue un padecimiento… pero escribiré en otro momento sobre esto. Fue en los últimos estertores de ese padecer la escritura forzada doctoral que me reconecté con mi escritura de nuevo. Varios factores se confabularon felizmente al respecto (aunque no todos ellos felices en sí).

En primer lugar, mi puja angustiada constante con la puta tesis, último tramo de mi análisis mediante, arrojó el nombre de mi angustia: mi temor, mi desconfianza, mi inseguridad ante la pregunta “¿tengo una voz propia?”, “¿tengo algo yo que decir?”.

Empezó  a estar claro que era eso lo que más me jodía -y que no era en esa tesis donde se resolvería… aunque claramente la tesis es esa pregunta: la pregunta por la propia historia, por las figuraciones que nos han hecho pero que podrían ser otras, por la escritura en voz media como modo de la autoconstitución una vez que vemos la duplicidad de ser de un modo pero poder ser de uno distinto. Pero también sobre esto ya escribiré en otro momento.

Dos cosas más sucedieron, eventos que me señalan que hay algo en mi re-construcción de mi identidad femenina íntimamente atado a mi escritura: la abuela Susana empezó a morir y nació Lupe. Sobre esto escribiré pronto un texto que se llamará algo así como “Mi escritura, entre dos mujeres”: una que me iba dejando lentamente (y dejando en mí su pasión escritural como herencia) y otra que me iba invadiendo también lentamente (constituyéndome en su tía de un modo muy peculiar).

Algo más pasó. Tuve la fortuna existencial de conocer personalmente al filósofo de la historia y crítico literario a cuya obra dediqué una década de investigación (y dos tesis): Hayden White. Un historiador devenido teórico de la narración, de la forma que Occidente piensa el conocer la historia, del lenguaje como recurso y sombra, límite, estructura. Nos conocimos en 2011 and it was love at first sight. Y en 2013 nos volvimos a ver. Leí frente a él una ponencia en la que pasaba revista a qué deseo emancipatorio suyo yo creía que había que proseguir y por qué ese deseo para mí conducía a pensar la íntima relación entre narración y género, entre estilo de relato y estilo corporal. Recibí de él lo mismo que hacía dos años venía recibiendo en nuestra comunicación epistolar-virtual: apoyo, entusiasmo, afecto, autorización. Y me traje toda esa habilitación de Brasil a Buenos Aires y el río de escritura que venía goteando junto con las lágrimas finales de la angustia de la escritura doctoral finalmente se abrió paso.

Armé otro blog, continuación con diferencia del primero. A este lo llamé “Barthesiana”. El Barthes que White y yo amamos. El Barthes que amo hace mucho. El que me dona -a través de mi trabajo sobre la obra de White- el conflicto entre la estructura y la escritura en voz media.

Los últimos meses de escritura doctoral y los últimos capítulos de tesis me vieron acompañar los últimos esfuerzos con nuevas primeras escrituras.

Textos sobre mi experiencia de ser tía de Lupe, de recibir a una nueva mujer en este mundo. Textos sobre encontrar la propia voz. Textos sobre eso que tengo con los que más amo y con lo que más amo y mueve toda mi existencia y mi escritura: la interlocución profunda.


Y es ese texto como clave de mi retorno a este impulso escritural permanente en mi vida el que me conduce al motivo por el que escribo este texto.

Este texto lo escribo en un tren desde Roma a Venecia. “La interlocución profunda” lo escribí (como tantos otros textos) entre el subte B y el tren Urquiza, volviendo de un día laboral de Buenos Aires capital a Sáenz Peña, Buenos Aires provincia.

Claramente si la escritura ha de contener claves bio-geo-gráficas, yo soy una escritora que va y viene, que está, entre la capital y la provincia.

Pero el punto al que iba todo este texto y el relato-con-texto en el que espontáneamente hoy lo enmarco, es a que yo me encuentro, en este momento de mi vida, no siempre pero muy frecuentemente como ahora, escribiendo en movimiento.

La frase es más poética que la realidad pedestre que quiero analizar: desde el retorno de mi escritura hasta ahora mismo, constato que mi impulso de escritura se satisface mejor cuando estoy en movimiento: en un tren (como ahora) o en un subte –en colectivo también pero menos: una herencia familiar de débil equilibrio me produce mareos en los colectivos y me dificulta escribir del mismo modo.

Ahora bien: no es el estar en movimiento en el tren lo que me permite tomar este cuaderno y escribir –este cuaderno bello pero algo caro que compré en otro viaje, en el gift shop de la catedral de Notre Dame, como un auto-regalo… un autoregalo que no me falló porque desde entonces he llenado sus páginas de esta nueva escritura. Lo que me permite tomar el cuaderno y escribir es que en realidad mientras viajo, mientras estoy en el tren en movimiento, estoy realmente quieta.

Las claves interpretativas están en el interjuego de “estar en movimiento” y “estar quieta” con el “me permite”.

Yo creo que lo que a mí me pasa es que no me termino de permitir escribir cuándo y dónde sea que lo desee, porque sigo siempre privilegiando –cual cobarde esclava- lo que “tengo que hacer”, las obligaciones, las tareas, el trabajo. Por eso, pudiendo elegir escribir todos los días o frecuentemente al menos, no lo hago porque pongo la cadena, el yugo, primero. “Me gustaría ahora escribir sobre X pero no puedo porque tengo que Y”.

Pero cuando estoy en movimiento como ahora, o como cuando frecuentemente estoy yendo a alguno de mis trabajos en subte y tren, ahí sí “se me permite” escribir: porque mientras estoy en tránsito ese tiempo está vedado a las obligaciones. Es un tiempo muerto para el trabajo y el deber. Y por eso se me vuelve un tiempo vivo para escribir.

Dice White, inspirado en Barthes, Lacan, el estructuralismo y demás, que el relato, la narración, escenifica el drama del conflicto entre el deseo y la ley. Nunca nada más cierto sobre la escritura (más o menos narrativa) de esta que desea temerosa-cobardemente ser escritora.

No puedo aún escapar a la ley, al super yo profesional-laboral que todo el tiempo me señala que le debo todo mi tiempo. Y por eso no “me doy” el tiempo deseado para mi escritura. Y por eso cuando el tiempo-para-el-trabajo está suspendido porque estoy-en-movimiento, en-tránsito, de casa al trabajo o viceversa, el tiempo “se me da”, el estar en movimiento “me permite” tomar cuaderno, lapicera y vivir ese orgásmico suspenderse del tiempo-lineal para escribir.

Escribir “me suspende”. Escribir deshace mi angustia… del tipo que sea. A veces incluso se siente la excitación de la transgresión, del pecado para un cuerpo cristiano.

Cuando escribo ya no voy a ningún lado. Se suspende la demanda teleológica y yo soy sola, ahora, esta actividad.

Un “escribo, luego existo”.

Elegí este viaje a Europa que me permitió una obligación laboral (viajar a Atenas a un congreso) con la fantasía de que fuera un viaje para escribir. Recién ahora, tres semanas después, lo es. Y las semanas anteriores estuve entre el trabajo del viaje, el trabajo que me traje al viaje, el conocer bellos lugares añorados y una angustia-gris-tristeza de fondo que hasta ahora me ha acompañado.

Creo que es la gris-tristeza de aún solo animarme a, poder, escribir cuando un juego de factores externos “me lo permite”. Ese resto de obediencia neurótico-masoquista a la ley en mí del que siento que una total emancipación no llegará jamás.

El apego a las cadenas que son las aprobaciones en los rostros de los demás.

Ahora, en este tren, en este momento de feliz suspenso de líneas de tiempo, de leyes, de destinos y estructuras pienso que quizás eso sea el tipo de escritura del que seré capaz –y de ahí mi continua fascinación con el carácter condicionante-habilitante, sujetante-subjetivante, de la narración.

Quizás yo solo pueda dar en la escritura distintas y variadas formas de la escenificación de mi conflicto, mi drama, entre mi deseo y mi ley.

Quizás mi arrojo, mi valentía, mi voz, solo pueda ser la de escribir y exhibir el vergonzoso núcleo (¿cobarde?) con el que lucha siempre mi potencia de ser… y de escribir.





[1] Anterior a este y linkeado en el primer posteo del actual: http://barthesiana.blogspot.com.ar/2013/11/como-quiero-escribir.html