A veces ciertas verdades profundas de la vida se revelan en
momentos inesperados.
Estaba en una cita. Cenamos, compartíamos una buena charla.
Ya nos conocíamos así que había una familiaridad instalada que hacía todo más
natural. Después de cenar caminamos unas cuadras y entramos a un lindo bar.
Pedimos unos tragos y la charla se fue haciendo cada vez más animada. De
pronto, de un momento a otro, y tomándome alegremente desprevenida en medio de
ese delicioso mareo que suele ofrecer el alcohol, el muchacho me pregunta:
-
¿Por qué tenés tantos amigos putos?
Me sorprendió la pregunta y me sorprendió la respuesta.
Recuerdo muy bien que primero las palabras salieron de mi boca y luego las
pensé:
-
Porque me siento muy identificada con todo aquel
que padece la represión sexual.
Fue tan espontánea mi respuesta como acertada. Me sorprendió
a mí misma haber definido con tanta exactitud lo que hacía años que vivía como
vínculo íntimo con mis amigos putos. Claro que no es lo único que me une a
ellos. Hay algo que me une específicamente con cada uno y que excede esa
definición. Pero también hay algo que me une grupalmente a ellos. Algo del
orden del suelo ideológico que constituye la potencia de algunas amistades. Algo
que hace a mi sentirme en casa con ellos.
El muchacho de la cita pasó rápidamente al olvido. Pero ese
momento, esa auto-revelación, esa verdad, dejaron una hermosa marca en mi
memoria. Ese día entendí lo que ya entendía hacía rato, pero ahora en palabras,
ahora con esa fina percepción de lo que ya se sabe que es tarea del lenguaje
terminar de delinear.
¿Cómo no iba a ser cierto que yo, criada en la represión
sexual cristiana católica apostólica romana que me regaló mi famosa historia de
vómitos y más vómitos con los cuales mi cuerpo se resistía a no poder realizar
su deseo, cómo no iba este cuerpo resistente-padeciente de la represión sexual
a encontrarse entre esos otros que han vivido algo tan parecido como una más?
Esa alegría triste de ser y saberse, en estas cosas
dolorosas de la cultura, “una más” entre otrxs.
Claro que ser mujer y ser gay en nuestro mundo judeocristiano
tienen una gran cercanía. O por lo menos para mí, en la respuesta que le di al
olvidado muchacho de la cita, esa cercanía se reveló: la cercanía de “lo que tu
cuerpo desea está mal”. El pecado. Si yo tenía que reservarme para el
matrimonio –léase, para que algún hombre que estaba socialmente hiperhabilitado
a masturbarse desde niño y a acostarse con quien quisiera me recibiera “blanca
y pura” para hacerme “su” mujer (es interesante cómo en el adoctrinamiento
cristiano del cuerpo, que tan bien conozco, la castidad como ejercicio para
llegar virgen al matrimonio se predica para “todos” pero se decodifica sin
ninguna ambigüedad –verdadera designación rígida- como predicado en realidad
para “todAs”), el cuerpo gay tiene que reservarse para nadie: tiene que
reconocer su deseo como desviado e intentar hacerlo desaparece o “reencauzarlo”.
Es tan gracioso el desconocimiento absoluto que se manifiesta en cualquier
institución, práctica o prédica que pretende que el deseo se algo “dirigible”, “manejable”,
“direccionable”.
El deseo sabe antes que nosotros lo que quiere y vivir el
deseo es vivirse vivido por el deseo.
La cercanía de seres humanos que tengan lo que tengan entre
las piernas o hagan lo que hagan en la cama se miran y se sienten
identificados, unidos, por un relato de “lo que me costó aceptar y vivir
públicamente mi deseo”. Tantas graciosas y sufrientes charlas en las cuales
compartimos todas las peripecias de la adolescencia a la adultez hasta que uno
pudo asumir que siempre supo qué quería hacer, qué quería ser. He ahí el lazo vivencial
profundo de ese hogar, esa comunidad, que creamos al encontrarnos. El sentir-común
de lo que dolió, los momentos de confusión, el temor al castigo, el pavor a la
mirada discriminadora, la risa frente a los artilugios para tener por un
ratito, aunque sea un poquito, de satisfaccioncita del deseo. El relato del
orgasmo logrado. El orgasmo sin culpa como un logro descomunal.
La represión sexual y su resistencia representan un modo de
todo ese mercado negro de la vida social en el que todos vivimos. Algunos lo
decimos, lo reconocemos, más que otros. Pero todo en el intercambio de lo
sexual en nuestra cultura parece del orden del contrabando.
Este es el primer texto y las primeras ideas que hago
escritura de un aspecto de mi existencia que deseo poder ir desarrollando a lo
largo de los años. Si esta escritura tendrá algún valor que sea el de ofrecer
una comunión: no la de la Eucaristía, sino la de ofrecer vivencias comunes mías
que puedan parecer semejantes, en su modo de ser vividas, a otro, y que entonces
se ofrezca como un abrazo reconfortante, habilitador. Que permita a mí y al
otro saber que no estamos solos. Que hay hogar, comunidad, común-unidad en lo
que cada cuerpo no puede sino, en algún momento, encontrar como lo-otro que lo
habita: no me refiero a “los otros”, sino a toda esa legislación que nos
atraviesa y nos remite a la duplicidad de la publicidad y el mercado negro de
la existencia.
Y a veces, en el mercado negro, hay más iluminación, más
vivacidad, más intensidad que en cualquier retorcida forma del alma blanca
(¡hay cultura mía y tus metáforas de los colores!): porque lo íntimo, el
refugio del hogar, se parecen más a lo que se oculta que a lo que se publicita.
Porque no se oculta por vergüenza –o al menos ese es el modo de verlo que hay
que abandonar- sino como tesoro: las verdades más íntimas que tenemos son del
orden del cuidado, de la precariedad, de la fragilidad de lo feliz.
Como atesoro el amor y las horas con todos mis amigos putos,
y amigas tortas, y amigxs putxs, a los que dedico este texto.
Me casé joven, sigo con mi pareja después de mucho tiempo y con los años las mejores amistades que puede tejer fueron con mujeres. Alguna vez me hicieron una pregunta parecida (relacionado en este caso la amistad con mujeres, cosa que debería estar vedada a los casados) y ahora leyéndote, intento pensar si el argumento exactamente opuesto al tuyo puede llegar a la misma respuesta. Algo así como el rechazo a la educación patriarcal, o algo por el estilo. Entre mates, presupuestos y llamados telefónicos, me resulta imposible redondear la idea. Pero me dejaste pensando y voy a volver.
ResponderEliminarHernán! gracias por tu comentario... recién lo veo porque gmail me manda los comentarios a una solapa "social" y no lo había visto. Me alegra dejarte pensando... por favor, si en algún momento escribís lo que pensaste, me encantaría leerlo así que chiflá ;) besos!!
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