Amor es que vos seas más real que mis fantasmas.
Amor es que tu mirada desarme la pared de elucubraciones que
cien invisibles albañiles neuróticos de la noche a la mañana levantan.
Amor es ver en tu sonrisa más verdad que en cualquier río
tormentoso de inobjetables argumentos.
Amor es que mis palabras enojadas a tus oídos entren pero retornen
mareadas, vuelvan aturdidas, reculen dudosas.
Es que el amor como interlocución pone a prueba el carácter
venenoso del monólogo interior.
Es que hablar es entre dos. Son dos cuerpos vibrando
alternadamente. Soy yo tocándote con mi aire interior modelado en el horno de
mi pensar, temer, proyectar, soñar y dudar, todo eso junto, en ese cálido
hálito de precariedad deseante. Sos vos abrazado por mi fuego interno que
soplás y volvés viento de verano la ráfaga innecesaria. Y al entregarme también
un poco de tu aire vulnerablemente articulado me permitís ser la suave verde
hoja que se estira lejos de su tallo raciocinante para cerrar los ojos y ser
acariciada en el rostro por la gratuita alegría ondulante del ser sin
interpretación pétrea que se interponga entre vos, yo, y este genuino ahora que
es amor y aire.
Amor es tocarte con las manos asustadas que cuando
encuentran tu cuerpo dan sus preguntas por contestadas.
Amor es no tener razón, o no saber si la tengo, pero tenerte
a vos y saberlo.
Amor es que el diálogo no vaya a ningún lado, que no haya
destino ni consenso. Y que la arbitrariedad patentizada de la tesis y su
contrario sea evidencia de que el tiempo de palabras, gestos, síes y noés, esto
y aquello, no es sino otro modo de nuestra interlocución que es distendido
deseo, don de aire, tacto, mirada, otra forma de estar juntos,
surfeando las olas de un malestar que es movimiento superficial en el calmo
inmenso mar de este amor nuestro.
Es el elemento i-rracional, anterior a nuestras razones, el
que se une al oxígeno e hidrógeno de la química de nuestros cuerpos.
Es el salto de fe… la frase afirmada. Es el sí de verte
siempre tan hermoso. Es la aprobación a gritos de cada célula de mi cuerpo.
Más real que mis fantasmas, que se disfrazan de razones para
simular ser entidad al menos abstracta, formal, ideal, mental.
Más real que las i-rrazones i-rreales que se maquillan, se adornan,
se entrelazan y exclaman ser testigos denunciantes de la trama descubierta, la regularidad
identificada, la trampa inminente, la cárcel preparada.
Pero la real carne de nuestro cuerpo uno en su interlocución
vibrante emana el perfume de la verdad de nuestro distendido instante y arrasa
como un mar henchido, electrificado, con todo obstáculo incorpóreo, con todo
putrefacto compuesto de nada razonada, de idea intoxicada.
Ser dos en un silencio compartido de un abrazo a ojos
cerrados, como si en el interior de los párpados y en el aquietarse del tímpano
se pudiera a la vez ver y escuchar el “Sí” que todo lo decide.
El “Sí” a vos, amor… más real que mis fantasmas.
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