martes, 22 de marzo de 2016

Carta a mi analista

Para I. S.
¿Cómo se termina el análisis? ¿Cómo se puede pensar en un final para aquello que mostró ser una búsqueda de un yo, un traer a la palabra, al tiempo del análisis y el espacio de la sesión, algo que no estaba antes si bien tampoco diríamos que no estaba?
Mejor aún, ¿cómo se le escriba a la analista una carta, un texto personal, íntimo, sin poner en riesgo, sin transgredir el límite de la subjetividad de analista frente a mí, aunque también es subjetividad y punto, persona, cuerpo?
¿Cómo te hablo, I., hoy, que performamos –al menos por hoy- un fin de la terapia?
Si hay fin, hay límite. Y si hay límite, hay transgresión posible.
Quiero habitar por este rato, junto a vos, el límite y la transgresión, aquello que pude entender y hacer gracias a la terapia.
Quiero hablarte de las sensaciones en mi cuerpo ante el decir del fin de la terapia. Quiero hablar de mi tierna resistencia. Quiero hablarte de mi angustia fugaz. Quiero mostrarte cómo entendí que el fin que anunciaste había llegado cuando sentí que dijiste algo que las dos veníamos evitando, evadiendo, retrasando.
Quiero describirte la sensación de separarme de algo muy mío, con la simultánea conciencia de que llegó el momento y de que voy a extrañarlo: a extrañar-te. A extrañar-nos.
Quiero disfrutar alegre y casi pícaramente de transgredir el límite de la construcción analista-paciente que consiste en mantener separados y distinguidos dos cuerpos, uno frente al otro, para que la transferencia sea, transgredir para mostrarte cómo esa transferencia me ha enseñado a no temerle a la transgresión, a jugar con los límites, a no temerle al cuerpo, a borrar los límites entre mi cuerpo y todo ese yo que vine acá a buscar y construir.
Querría abrazarte muy fuerte, querida I., y darte la alegría de mi yo encontrada en el deseo de transgredir la separación que tuvimos que construir y que, como toda construcción limitante de los cuerpos, ha perdido ya su vigencia, se ha vuelto ficticia, imposible.
¿O no hemos sido cada vez más, en este lugar y tiempo nuestros, una y la misma mujer que se habla a sí misma?
Es justamente en este falso fin del análisis en el que se devela que lo terminamos una… ya no dos cuerpos distintos en oposición, como los primeros días, sino como un cuerpo doble, producto de haber buceado, con la excusa de que hablábamos de mí, nuestras más íntimas profundidades. Por eso, éste es un falso fin, porque mientras performamos la escena de una despedida más estamos inaugurando una marca permanente para ambas. Hoy algo se termina pero en el terminarse se muestra a las claras el hacerse de un lazo que será permanente: yo no seré más yo, la que vino hace siete años, de ahora en adelante. No hay verdadero fin del análisis porque su potencia poética recién empieza.
Vos me dejás ir sola a una vida que será posible porque estuvimos siete años reconfigurando el relato que la sostiene. Un relato que lo primero que sabe es que no es condena, ni clausura… sabe que es imaginario: hecho de mis palabras más mías y ajenas a la vez. Hecho de hechos revisables, reescribibles, dúctiles, en cierto grado, a la fuerza de mi deseo. Un relato que es menos estructura que parche, sutura imaginaria de una serialidad de los días y, a la vez, soga, cuerda, cuyos nudos hice y deshago gracias al hilo imaginario del que provienen.
Me voy con una concepción nueva del ser y del tiempo. Nueva para mí… distinta de la que traje… transmitida por vos: una luminosa comprensión de la contingencia, del azar y la apertura por definición de cualquier futuro real-posible –frente al futuro expectativa, que tanto puede pecar de temeroso como de ilusoriamente ilusionante. He aquí un verdadero don del análisis: la vivencia de la libertad al nivel del imaginario; la capacidad ejercitada y ahora desarrollada de mirar hacia adelante y verdaderamente ver poco, o casi nada… ver que no veo una imagen clara, sino una mezcla de deseos posibles y circunstancias esperadas, pero sabiendo que no están allí, ya, esperando. Y en ese saber, ser libre. Libre del peso de un ilusorio temor concreto que podría no ser; libre de una ilusión temerosa de fracasar,  cuando toda ilusión no es más que deseo ansioso, pero nunca realidad asegurada.
El don de la ceguera respecto del futuro que es apertura existencial a las múltiples reales posibilidades que puedo tanto desear, querer ver reales, como puedo poner entre paréntesis, sabiendo que para la realidad con mi solo deseo no alcanza. Y sin embargo, es esa deflación del poder ciego del deseo lo que mejor le viene a mi ser deseante. Otra liberación más: la de no culparme ya si con el deseo no alcanza. Ahora sé que como dueña de mi deseo solo soy dueña de la experiencia de mi dirección y mi potencia… pero después viene el mundo, el mundo y su materialidad; el mundo y sus otros-yo que pueden o no acompañar mi deseo… que pueden o no, no por mí, ni por mi culpa, sino por su propio lidiar con el relato que los hace, un relato otro, distinto, y que son el azar y las circunstancias los que los intersectan con el mío.
Por eso no hay lugar real para la tragedia. Porque ya no hay héroes o víctimas, sino un pequeño sabio reconocer que es en un frágil ahora, que se extiende esperanzado en el tiempo, en el que siempre me encuentro.
Hay más lugar para una comedia, que es reír irrespetuosamente frente a lo trágico y no reconciliación para con mis circunstancias. No, no se trata de aceptar que solo hay lo que hay: se trata de mirar detenidamente, estudiar lo que hay, descubrir donde estoy insuflando tragedia a lo que es dificultad o azar, y dejar de soplar para poder actuar.
Otro don del análisis: el de la risa contra uno mismo. La caída de un insufrible género de la seriedad sacra de la vida para encontrar liberadoramente lo menor, lo irrisorio, lo gracioso de todo drama. ¿Se ha tematizado suficientemente el valor curativo de la risa en el análisis? Nosotras, I., nos hemos reído realmente mucho: reírse en el trabajoso deshacer y rehacer de la neurosis. Don poderoso del análisis: faltarle el respeto a la propia neurosis: esa distancia crítica que el análisis permite y que la risa posible señala como distancia-desplazamiento, como distancia ya transitada.
No me alcanza el tiempo para terminar de decir, de escribir, todo lo que el análisis pudo conmigo, todo lo que me pasó en terapia, todo lo que juntas hicimos en mí, en estos siete años.
Y aunque la distancia analista-analizada ha impedido que yo te conozca como vos me conocés a mí, no por eso ha impedido que yo te conozca como desde mi lugar de activa paciente he podido. He recogido en silencio, con esmero pero sin apuro, con cuidado y sin invadirte, pequeños signos de quién sos. Te he escuchado filo-kirchnerista en algún comentario al pasar, entre un abrir y cerrar de puertas, antes siquiera de que “kirchnerismo” fuera para mí algo para tener en cuenta. Fuiste una de las primeras personas a través de las cuales alcancé una precaria conciencia frente a la posibilidad de identificación que en ese comentario al pasar me brindaste. Pude también percibir a través de tus palabras y algunos de tus escritos tu vigente y rabiosa decepción para con un Perón-Padre masacrando a sus hijos.
Pude verte como modelo de una actitud menos inhabilitante frente a las miserias del mundo académico que ahora, por ello, puedo elegir no elegir.
Pude verte padecer la muerte de (…)[1] el día que me pediste disculpas por cancelar una sesión y te sentiste en la necesidad de aclarar la razón tremenda que lo justificaba. Recuerdo que me lo contaste mientras te estabas aun acomodando en la silla para iniciar la sesión… que lo dijiste y te llevaste tu taza de té a la boca para tapar, probablemente, el gesto de dolor indisimulable que se desplazó como invasión incontrolable de lágrimas que controlaste al fin en tus ojos. Recuerdo no saber qué decir: ¿qué se le dice a la propia analista que cuenta que está padeciendo semejante pérdida?
Lo que en ese momento fue sentir que no podía ni decir ni hacer nada para consolarte como a un ser querido o una amiga que pierde a (…), ha esperado al día de hoy para ser un poder hacer: un efectuar esta transgresión de escribirle una íntima carta a mi analista. El abrazo que quise pero no pude darte ese día, I. querida, es hoy abrazo-carta, abrazo-palabra, abrazo-escritura, que elige este momento de interrupción de la terapia para volverse al final de estas líneas abrazo-cuerpo, abrazo-agradecimiento, abrazo-alegría por estos siete años de acompañarnos mutuamente en tu ser analista y mi ser analizada.
Gracias.
María Inés




[1] Preservo la intimidad de mi analista y de nuestro momento no mencionando la persona en cuestión.

6 comentarios:

  1. Muy tierna y bella carta. En todo el tiempo que la leí me identifique porque es lo que yo siento con mi analista. Muchas veces estuve por dejar terapia porque siento que ya esta. Pero llego a la sesion y no puedo. No puedo decírselo a Analia mi analista. Es loco no? Pero creo que es por que pienso en que no le he dado las gracias por todos estos años de análisis. Más de 15. Es todo un vínculo. Gracias por tu carta. Fue muy reveladora

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola,Marcela! gracias por tu comentario! a mí fue mi analista quien me sugirió el alta... le pedí que me lo dejara pensar porque no me lo esperaba, aunque inmediatamente supe que tenía razón... que ya se habían atravesado ciertas cuestiones cruciales... y creo que el mayor regalo de mi análisis fue poder vivir "sin análisis", en un sentido parcial: cada tanto vuelvo a una que otra sesión puntual (yo lo llamo "hacerme un poco de chapa y pintura) y además, el análisis convive conmigo cotidianamente... quizás una expresión de agradecimiento, una carta, te pueda habilitar a terminar (momentáneamente, claro) tu análisis... abrazo!

      Eliminar