Para I. S.
¿Cómo se termina el análisis? ¿Cómo
se puede pensar en un final para aquello que mostró ser una búsqueda de un yo,
un traer a la palabra, al tiempo del análisis y el espacio de la sesión, algo
que no estaba antes si bien tampoco diríamos que no estaba?
Mejor aún, ¿cómo se le escriba a la
analista una carta, un texto personal, íntimo, sin poner en riesgo, sin
transgredir el límite de la subjetividad de analista frente a mí, aunque
también es subjetividad y punto, persona, cuerpo?
¿Cómo te hablo, I., hoy, que
performamos –al menos por hoy- un fin de la terapia?
Si hay fin, hay límite. Y si hay
límite, hay transgresión posible.
Quiero habitar por este rato, junto
a vos, el límite y la transgresión, aquello que pude entender y hacer gracias a
la terapia.
Quiero hablarte de las sensaciones
en mi cuerpo ante el decir del fin de la terapia. Quiero hablar de mi tierna
resistencia. Quiero hablarte de mi angustia fugaz. Quiero mostrarte cómo
entendí que el fin que anunciaste había llegado cuando sentí que dijiste algo
que las dos veníamos evitando, evadiendo, retrasando.
Quiero describirte la sensación de
separarme de algo muy mío, con la simultánea conciencia de que llegó el momento
y de que voy a extrañarlo: a extrañar-te. A extrañar-nos.
Quiero disfrutar alegre y casi
pícaramente de transgredir el límite de la construcción analista-paciente que
consiste en mantener separados y distinguidos dos cuerpos, uno frente al otro,
para que la transferencia sea, transgredir para mostrarte cómo esa transferencia
me ha enseñado a no temerle a la transgresión, a jugar con los límites, a no
temerle al cuerpo, a borrar los límites entre mi cuerpo y todo ese yo que vine
acá a buscar y construir.
Querría abrazarte muy fuerte,
querida I., y darte la alegría de mi yo encontrada en el deseo de transgredir
la separación que tuvimos que construir y que, como toda construcción limitante
de los cuerpos, ha perdido ya su vigencia, se ha vuelto ficticia, imposible.
¿O no hemos sido cada vez más, en
este lugar y tiempo nuestros, una y la misma mujer que se habla a sí misma?
Es justamente en este falso fin del
análisis en el que se devela que lo terminamos una… ya no dos cuerpos distintos
en oposición, como los primeros días, sino como un cuerpo doble, producto de
haber buceado, con la excusa de que hablábamos de mí, nuestras más íntimas
profundidades. Por eso, éste es un falso fin, porque mientras performamos la
escena de una despedida más estamos inaugurando una marca permanente para
ambas. Hoy algo se termina pero en el terminarse se muestra a las claras el
hacerse de un lazo que será permanente: yo no seré más yo, la que vino hace
siete años, de ahora en adelante. No hay verdadero fin del análisis porque su
potencia poética recién empieza.
Vos me dejás ir sola a una vida que
será posible porque estuvimos siete años reconfigurando el relato que la sostiene.
Un relato que lo primero que sabe es que no es condena, ni clausura… sabe que
es imaginario: hecho de mis palabras más mías y ajenas a la vez. Hecho de hechos
revisables, reescribibles, dúctiles, en cierto grado, a la fuerza de mi deseo.
Un relato que es menos estructura que parche, sutura imaginaria de una
serialidad de los días y, a la vez, soga, cuerda, cuyos nudos hice y deshago
gracias al hilo imaginario del que provienen.
Me voy con una concepción nueva del
ser y del tiempo. Nueva para mí… distinta de la que traje… transmitida por vos:
una luminosa comprensión de la contingencia, del azar y la apertura por
definición de cualquier futuro real-posible –frente al futuro expectativa, que
tanto puede pecar de temeroso como de ilusoriamente ilusionante. He aquí un
verdadero don del análisis: la vivencia de la libertad al nivel del imaginario;
la capacidad ejercitada y ahora desarrollada de mirar hacia adelante y
verdaderamente ver poco, o casi nada… ver que no veo una imagen clara, sino una
mezcla de deseos posibles y circunstancias esperadas, pero sabiendo que no
están allí, ya, esperando. Y en ese saber, ser libre. Libre del peso de un
ilusorio temor concreto que podría no ser; libre de una ilusión temerosa de
fracasar, cuando toda ilusión no es más
que deseo ansioso, pero nunca realidad asegurada.
El don de la ceguera respecto del
futuro que es apertura existencial a las múltiples reales posibilidades que
puedo tanto desear, querer ver reales, como puedo poner entre paréntesis,
sabiendo que para la realidad con mi solo deseo no alcanza. Y sin embargo, es
esa deflación del poder ciego del deseo lo que mejor le viene a mi ser
deseante. Otra liberación más: la de no culparme ya si con el deseo no alcanza.
Ahora sé que como dueña de mi deseo solo soy dueña de la experiencia de mi
dirección y mi potencia… pero después viene el mundo, el mundo y su
materialidad; el mundo y sus otros-yo que pueden o no acompañar mi deseo… que
pueden o no, no por mí, ni por mi culpa, sino por su propio lidiar con el
relato que los hace, un relato otro, distinto, y que son el azar y las
circunstancias los que los intersectan con el mío.
Por eso no hay lugar real para la
tragedia. Porque ya no hay héroes o víctimas, sino un pequeño sabio reconocer
que es en un frágil ahora, que se extiende esperanzado en el tiempo, en el que
siempre me encuentro.
Hay más lugar para una comedia, que
es reír irrespetuosamente frente a lo trágico y no reconciliación para con mis
circunstancias. No, no se trata de aceptar que solo hay lo que hay: se trata de
mirar detenidamente, estudiar lo que hay, descubrir donde estoy insuflando
tragedia a lo que es dificultad o azar, y dejar de soplar para poder actuar.
Otro don del análisis: el de la risa
contra uno mismo. La caída de un insufrible género de la seriedad sacra de la
vida para encontrar liberadoramente lo menor, lo irrisorio, lo gracioso de todo
drama. ¿Se ha tematizado suficientemente el valor curativo de la risa en el
análisis? Nosotras, I., nos hemos reído realmente mucho: reírse en el trabajoso
deshacer y rehacer de la neurosis. Don poderoso del análisis: faltarle el
respeto a la propia neurosis: esa distancia crítica que el análisis permite y
que la risa posible señala como distancia-desplazamiento, como distancia ya
transitada.
No me alcanza el tiempo para
terminar de decir, de escribir, todo lo que el análisis pudo conmigo, todo lo
que me pasó en terapia, todo lo que juntas hicimos en mí, en estos siete años.
Y aunque la distancia
analista-analizada ha impedido que yo te conozca como vos me conocés a mí, no
por eso ha impedido que yo te conozca como desde mi lugar de activa paciente he
podido. He recogido en silencio, con esmero pero sin apuro, con cuidado y sin
invadirte, pequeños signos de quién sos. Te he escuchado filo-kirchnerista en
algún comentario al pasar, entre un abrir y cerrar de puertas, antes siquiera
de que “kirchnerismo” fuera para mí algo para tener en cuenta. Fuiste una de
las primeras personas a través de las cuales alcancé una precaria conciencia
frente a la posibilidad de identificación que en ese comentario al pasar me
brindaste. Pude también percibir a través de tus palabras y algunos de tus
escritos tu vigente y rabiosa decepción para con un Perón-Padre masacrando a
sus hijos.
Pude verte como modelo de una
actitud menos inhabilitante frente a las miserias del mundo académico que
ahora, por ello, puedo elegir no elegir.
Pude verte padecer la muerte de (…)[1] el
día que me pediste disculpas por cancelar una sesión y te sentiste en la
necesidad de aclarar la razón tremenda que lo justificaba. Recuerdo que me lo
contaste mientras te estabas aun acomodando en la silla para iniciar la sesión…
que lo dijiste y te llevaste tu taza de té a la boca para tapar, probablemente,
el gesto de dolor indisimulable que se desplazó como invasión incontrolable de
lágrimas que controlaste al fin en tus ojos. Recuerdo no saber qué decir: ¿qué
se le dice a la propia analista que cuenta que está padeciendo semejante
pérdida?
Lo que en ese momento fue sentir que
no podía ni decir ni hacer nada para consolarte como a un ser querido o una
amiga que pierde a (…), ha esperado al día de hoy para ser un poder hacer: un
efectuar esta transgresión de escribirle una íntima carta a mi analista. El
abrazo que quise pero no pude darte ese día, I. querida, es hoy abrazo-carta,
abrazo-palabra, abrazo-escritura, que elige este momento de interrupción de la
terapia para volverse al final de estas líneas abrazo-cuerpo,
abrazo-agradecimiento, abrazo-alegría por estos siete años de acompañarnos
mutuamente en tu ser analista y mi ser analizada.
Gracias.
María Inés
[1] Preservo la intimidad de mi
analista y de nuestro momento no mencionando la persona en cuestión.
Wow! Me emocionaste!
ResponderEliminarGracias, Daniel... sos bienvenido a este blog!
EliminarLinda carta!
ResponderEliminargracias!
ResponderEliminarMuy tierna y bella carta. En todo el tiempo que la leí me identifique porque es lo que yo siento con mi analista. Muchas veces estuve por dejar terapia porque siento que ya esta. Pero llego a la sesion y no puedo. No puedo decírselo a Analia mi analista. Es loco no? Pero creo que es por que pienso en que no le he dado las gracias por todos estos años de análisis. Más de 15. Es todo un vínculo. Gracias por tu carta. Fue muy reveladora
ResponderEliminarHola,Marcela! gracias por tu comentario! a mí fue mi analista quien me sugirió el alta... le pedí que me lo dejara pensar porque no me lo esperaba, aunque inmediatamente supe que tenía razón... que ya se habían atravesado ciertas cuestiones cruciales... y creo que el mayor regalo de mi análisis fue poder vivir "sin análisis", en un sentido parcial: cada tanto vuelvo a una que otra sesión puntual (yo lo llamo "hacerme un poco de chapa y pintura) y además, el análisis convive conmigo cotidianamente... quizás una expresión de agradecimiento, una carta, te pueda habilitar a terminar (momentáneamente, claro) tu análisis... abrazo!
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