Luis Zamora decía
hoy en c5n que “Si el pueblo hiciera lo que hicieron con esta lucha las
mujeres, podríamos cambiar el mundo.”
Yo con dar pelea
en la situación argentina actual de retorno de políticas de ajuste, me conformo
–aunque a América Latina la quiero toda feminista, claro!!
Esto me hizo
pensar en que en el año 2015 me invitaron a participar de un libro-homenaje a “Los
cuatro peronismos” de Alejandro Horowicz, a 30 años de su publicación. Escribí
un texto que se llama “¿Qué se le puede pedir a un relato histórico?” y concluí
de mi lectura de su obra que la aparición de “Ni una menos” daba la chance de
renarrarnos, de reimaginar nuestra subjetividad política. Aún no había ganado
Macri las elecciones cuando el texto fue a imprenta y luego, con lo que se vino,
me sentí un poco estúpida con mi optimismo feminista de ese texto.
Sin embargo hoy,
siento que ese optimismo era acertado. No será casual que haya aparecido en ese
texto “La colonia penitenciaria” de Kafka y no parece casual que hoy sea el día
en que empezamos a dejar de aceptar que se inscriba el control de poder en
nuestros cuerpos gracias a la media sanción del Aborto Legal, Seguro y Gratuito
en Diputados.
Les comparto el
análisis final que hice de ese relato en potencia que quizás hoy más que nunca
sea un relato posible:
“Si propongo
rechazar nuestra auto-percepción como sociedad trágica no quiero con esto recaer
en una romanticización absurda o peor, peligrosa, sino recuperar la esperanza en
un futuro mejor como herramienta para la orientación de un proyecto político
desde una mirada del pasado que lo resignifique a la luz de las nuevas
posibilidades enunciativas (aunque se trate de una tarea atravesada por la
complejidad de la producción y circulación de toda enunciación en nuestro
momento presente). Pero quizás lo que presenté como un gesto de despedida sería
mejor entendido como un gesto de relevo: Horowicz, el gran narrador crítico del
peronismo, nos dona en ese epílogo de hace diez años las tareas que la
producción intelectual-humanista de mi generación podría elegir asumir: reconfigurar
un nuevo relato que desplace nuestra autopercepción histórica en el modo de la
tragedia sin negar ni desconocer el pasado, sino recontextualizándolo a la luz
de las posibilidades presentes. Tarea que se enfrenta con el desafío de una
nueva posibilidad de transformación –no necesariamente positiva- del peronismo
en tanto este año se plantea la posibilidad de que el ciclo kirchnerista llegue
a su fin.
Mi homenaje a los treinta años de Los cuatro peronismos es entonces identificar en este aniversario
la posibilidad de tomar la posta de la generación devastada de la que su autor
proviene. Por eso considero que podemos apostar a que nuestra tarea no sea ya
la del registro de la impotencia sino
la de imaginar nuevas potencialidades
–por ejemplo, la potencia de des-inscribir de nuestros cuerpos el
relato del terror, posibilidad que nos es dada por el carácter literalmente
distinto de nuestros cuerpos nacidos en democracia.
Para comenzar a
pensar cómo podríamos asumir como nueva generación esta tarea que se nos lega
quisiera retomar la cita de Alejandro de “En la colonia penitenciaria”. Ese
genial relato kafkiano se adelanta figurativamente a un tópico ineludible de
las humanidades del siglo XX: la relación entre discurso, poder,
disciplinamiento, cuerpo y subjetividad. Ese “aparato muy peculiar” que
inscribe en el cuerpo de los condenados la norma transgredida hasta matarlos es
una metáfora demasiado realista del modo en que se ejerce el poder
disciplinador. Y más dolorosamente realista aún cuando vemos lo acertado del
recurso a Kafka por parte de Alejandro para graficar las nefastas consecuencias
de nuestro terrorismo de estado. Ahora bien, Alejandro recurre a la imagen de
la maquinaria pero la metáfora kafkiana se inserta en un relato: el de un
viajero que es convocado como veedor de ese método de castigo en el momento en
que la autoridad responsable de crearlo, “el anterior comandante”, ha muerto y
la nueva autoridad que lo reemplaza cuestiona su legitimidad. El oficial que le
muestra y describe orgullosamente la maquinaria condenatoria que él administra comunica
al viajero su temor de que, muerto el anterior comandante, el nuevo comandante
parece determinado a deshacerse del aparato y su modo de castigar. Por eso Kafka
deja la descripción de la maquinaria en boca del oficial que no solo ensalza el
castigo que permite sino que argumenta en su favor frente al viajero-veedor
para convencerlo de que defienda su continuidad frente al nuevo comandante, que
tiene distintas ideas sobre cómo impartir justicia y está particularmente “mal
influenciado”, como veremos. Vale la pena citar un breve momento del monólogo
del oficial en defensa de su tarea:
“Este procedimiento y esta ejecución que ahora tiene
usted ocasión de admirar no cuentan actualmente en nuestra colonia con ningún
partidario declarado. Yo soy su único defensor, y al mismo tiempo, el único defensor
de la herencia del antiguo comandante. Ya no puedo pensar en una ulterior
ampliación del procedimiento, y consumo todas mis fuerzas en conservar lo
existente. Cuando vivía el antiguo comandante, la colonia estaba llena de seguidores
suyos; la fuerza persuasiva del antiguo comandante la poseo yo en parte, pero carezco
totalmente de su poder; por eso se han ocultado los seguidores: aún quedan muchos,
pero ninguno lo admite. Si hoy, día de ejecución, entra usted en la casa de té
con el oído atento, quizá solo escuche declaraciones ambiguas. Son todos
partidarios, pero no me sirven absolutamente de nada con los puntos de vista
del actual comandante. Y ahora le pregunto: ¿es dable que la obra de toda una
vida” –y señaló la máquina- “se pierda por culpa de este comandante y de las
mujeres por las que se deja influir?”[1]
El
oficial teme la influencia de esas mujeres que rodean al nuevo comandante porque
sabe que intentan convencerlo de lo inhumano del procedimiento –así como las critica
con rabia por darles dulces en la cena previa a su ejecución a los condenados. Pero,
¿para qué recuerdo el contexto narrativo del texto de Kafka al que aludía
Alejandro? Porque considero que ilustra muy bien los efectos de la distancia
temporal transcurrida entre 1985 y 2015. Los viejos comandantes van muriendo y
con ellos la legitimidad de sus métodos, aun cuando tengan secretos partidarios,
ha quedado en el pasado tras treinta años de vida democrática. Esta distancia
temporal es hoy la que reclama un relato que haga de la derrota del pasado lo
que no estamos dispuestos a volver a aceptar. Ese consenso social ganado es un
precioso piso donde sostener toda construcción de subjetividad.
Pero
en realidad lo que también me parece crucial del relato kafkiano es el rol de
las mujeres cuya “mala” influencia socava la continuidad de la maquinaria
condenatoria. Si hemos de producir un nuevo relato que re-trame desde el 2015
el horizonte de posibilidades de la subjetividad que buscamos constituir el eje
de lo femenino debe adquirir un protagonismo claro. No se trata solo de que el
relato reconozca el rol ineludible de las mujeres en estos treinta años de
democracia (y antes, también). Se trata de una tarea reflexiva aún más profunda
y por eso re-constituyente de la idea misma de subjetividad que informa nuestros
modos familiares de tramar. No es lo femenino en tanto “mujer” como distinto de
“hombre” sino en el sentido en que se ha relegado bajo tal designación todo lo
repudiado como diferente-inferior. Demasiada deuda hay en el romance y la
tragedia con la figura del héroe como modelo de agente histórico, con su
vocabulario machistamente cargado de luchas, batallas, triunfos y derrotas. Si
hemos de alumbrar un nuevo relato y un nuevo proyecto el modo de lo femenino
puede ser una buena lámpara. Después de todo, la década pasada ha sido la de la
presidencia en manos de una mujer y la del festival obsceno de la misoginia disfrazada
de supuesto debate político. Ha sido a la vez la década de la Ley de Matrimonio
Igualitario y de Identidad de Género. ¿Qué hechos históricos más necesitamos
para asumir en serio una reconceptualización de nosotr@s mismos?
En
un evento dedicado a pensar la experiencia de la guerra de Malvinas escuché a
Carlos Gamerro reflexionar críticamente sobre el común vocabulario heroico que
derecha e izquierda, militares y civiles comparten y sostienen en muchos modos
de relatar la guerra. Comentaba cómo el coraje físico ensalzado por una ética
exclusivamente viril iba muy bien con la cultura machista, misógina y
homofóbica y su desprecio de los débiles –en lugar de la preocupación por su
protección. Y finalmente Gamerro sostenía que era tan anacrónico como injusto
en nuestra sociedad seguir reduciendo el heroísmo al valor en combate ya que “el
paradigma de la valentía ha pasado de militares a civiles y de hombres a
mujeres y reside hoy, sin duda alguna, en las Madres de Plaza de Mayo” (y creo
que sin problemas podríamos agregar, y en las Abuelas).[2]
Si a las figuras
femeninas mencionadas sumamos el recuerdo de la fuerte, amplia y contundente
movilización que logró la convocatoria del colectivo de periodistas, artistas y activistas “Ni
una menos” en junio pasado, entonces quizás podamos ir direccionando el tipo de
reelaboración reflexiva que requiere la construcción de un nuevo relato. En su
página web, el colectivo se autodefine del siguiente modo:
“Ni una menos es
un grito colectivo contra la violencia machista. Surgió de la necesidad de
decir “basta de femicidios”, porque en Argentina cada 30 horas asesinan a una
mujer sólo por ser mujer. La convocatoria nació de un grupo de periodistas,
activistas, artistas, pero creció cuando la sociedad la hizo suya y la
convirtió en una campaña colectiva. A Ni Una Menos se sumaron a miles de
personas, cientos de organizaciones en todo el país, escuelas, militantes de
todos los partidos políticos. Porque el pedido es urgente y el cambio es
posible, Ni Una Menos se instaló en la agenda pública y política. El 3 de junio
de 2015, en la Plaza del Congreso, en Buenos Aires y en cientos de plazas de
toda Argentina una multitud de voces, identidades y banderas demostraron que Ni
Una Menos no es el fin de nada sino el comienzo de un camino nuevo.”[3]
Alejandro
señalaba, reflexionando sobre la crisis del 2001, la necesidad de nuevas
consignas y nuevo valores. Ni Una Menos nos ofrece un caso reciente en el que
se alumbra un camino nuevo, pero que tiene en los últimos diez años otros
aconteceres con los que ser incorporado a un mismo relato: ¿qué mejor
oportunidad para abandonar la derrota y la mudez en busca de construir una nueva
subjetividad que la que se abre con un grito colectivo contra la violencia
machista?
Para un camino
nuevo necesitamos un nuevo mapa, uno en el que las líneas que tracemos de
pasado a futuro atraviesen este presente de oportunidad para re-narrarnos, para
metabolizar el miedo, para auto-constituir nuestros cuerpos con el horizonte de
expectativas iluminado no por el registro de la impotencia y la derrota –aunque
sean parte innegable de lo que fue- sino por las potencialidades invisibilizadas
que todo lo marginado y repudiado contiene y que parecen hoy señalar el rumbo
de una subjetividad que vale la pena intentar construir."
[1] Kafka, Franz, Ante la ley, Debolsillo, Buenos Aires,
2014, p. 146.
[2] Quiero
agradecer a Carlos Gamerro que me haya permitido leer la versión inédita del texto
“Héroes de Malvinas” que presentó en el evento “Historia, arte, política y
memoria, a 30 años de la Guerra de Malvinas” organizado por la Universidad
Nacional de Tres de Febrero los días 18 a 20 de abril de 2012 en el Palais de
Glace, evento del que participaron investigadores del campo de la historia, la
antropología y la filosofía, junto con excombatientes, artistas, periodistas y
militantes de derechos humanos. Este
texto será parte próximamente de una publicación que reúne los trabajos
presentados en el evento bajo la compilación de Verónica Tozzi y Gustavo
Castagnola.
[3] El texto puede leerse
en la pestaña “Qué es Ni Una Menos” en la página web: http://niunamenos.com.ar/
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