sábado, 18 de octubre de 2014

Amar en las pequeñas cosas

Paro de trabajar un rato, voy a la cocina a prender el horno y poner algo de comida a calentar. Abro el freezer para sacar unas milanesas de pollo y sonrío al ver el tupper en el que están guardadas. Las milanesas me las preparó mi mamá, que acostumbra a mandarme cosas ricas que hace y que hace pensando en que yo reciba una parte. Le sonrío al tupper porque pienso que es un tupper nuevo –conozco todos los tuppers de mi mamá. Y la sonrisa se debe a que mamá compró un tupper nuevo muy probablemente para poder enviarle en nuevos recipientes más comida y cosas ricas a sus hijos.
Y entonces pienso en la gente que te ama en las pequeñas cosas. En mandarte milanesas de pollo caseras para que disfrutes lo más que puedas en la rutinaria tarea de almorzar o cenar para salvar el obstáculo de la alimentación en medio de “las cosas importantes” que “hay” que hacer en el día.
Pienso en amar en las pequeñas cosas. En esos gestos imperceptibles que te arrancan una sonrisa en medio de una cotidianidad normalizada, reiterativa, serial.
Sonreírle a todo lo que está detrás del tupper nuevo de mamá.
El amor en las pequeñas cosas me ha resultado, en el último tiempo, la experiencia del amor más fascinante, más sorprendente, un completo descubrimiento de una dimensión del amor –en todas sus variantes- que me resulta inesperado.
Ser amada en las pequeñas cosas… tener antojo de helado, mientras estamos volviendo a las apuradas a casa porque le empieza el partido, y que, al escucharme, él pegue un volantazo apurado para volver hacia atrás unas cuadras y que yo pueda comprarme el helado que quería, aunque el partido está casi empezando. Y que lo haga con gusto, como un regalo, no solo en ausencia de cualquier gesto de molestia, sino en presencia de una intensidad de marea subterránea de ese amor que me dice todo el tiempo, que le mueve el brazo rápido en el volante y le impulsa la mano que pasa aceleradamente los cambios, para que su amor disfrute de su cumplirse su pequeño antojo de helado. Cómo le hubiera gritado la felicidad de gotas de amor constante que me da en la cara… pero le di una sonrisa en silencio, le devolví con la misma muda enormidad del amor de las pequeñas cosas su gigante gesto amoroso.
Es que el amor de las pequeñas cosas tiene la potencia de la mudez frente a tantas vanas y vacías palabras de amor que se han vuelto, para la experiencia más superficial de lo amoroso, sonidos comunes… ruidos estereotipados.
El amor de las pequeñas cosas exuda la vitalidad y novedad que tanto trillado lenguaje pseudo-amoroso producido en serie carece… una potencia repentina e impactante, un efecto sobre mi cuerpo que ninguna de todas esas miles de novelas románticas, una igual a la otra, que leí con mi cuerpo adolescente inocente-sublimante jamás supieron darme ni siquiera hacerme vislumbrar.
Amor de las pequeñas cosas contra el gran amor mitológico del que liberarse es necesario, cuyo lastre cansa, pero que ha delineado tan eficazmente las expectativas normales del cuerpo que abandonarlo o meramente resignificarlo se parece a arrancarse la propia piel para sentir otra cosa.
Pero qué hermoso es sentir con otra piel, o con la misma, el amor de las pequeñas cosas.


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