sábado, 11 de octubre de 2014

Cuento/sueño, sujeto/cuerpo

Hoy hice un descubrimiento: un cuento no es un sueño. O, mejor dicho, un sueño no es un cuento. En realidad es algo obvio, que siempre supe, pero lo entendí hoy. Tuve un sueño muy interesante hace un tiempo y me pareció tan lleno de significados y figuras, tan rico para una sesión de análisis que lo anoté y decidí que iba a convertirlo en mi primer cuento. Además de anotarlo utilitariamente, lo anoté porque cuando desperté, la intensidad del sueño había sido tal que no lograba volver a dormirme. Estaba conmovida, plena de sentido… no estaba angustiada pero sí inquieta. Incluso cansada. Cuando un sueño es tan intenso uno se despierta y sin haber terminado de lidiar con ese momento de confusión entre el fin del sueño y el inicio claro de la vigilia, uno ya siente que está cansado, como si hubiera estado corriendo mientras estaba acostado.

Hoy quise aprovechar una noche relajada, sola, en casa para tomar cierta sensibilidad a flor de piel del día y escribir. Me preparé un aperitivo, un Martini con soda y hielo, y me fui placenterísimamente a mi escritorio a escribir. Busqué las notas del sueño para a partir de ellas armar el cuento.

Ahora bien, a mí me había parecido que lo cargado de una plenitud de significado y asociaciones había sido el sueño tal como desplegó sus acciones-imágenes. Entonces,  mi interés fue permitir un pequeño juego poético al introducir el relato mismo del sueño pero luego tratar de transcribir las escenas del sueño lo más fidedignamente posible. Y eso hice. Empecé a escribir el sueño-cuento, agregué una elaboración sobre la primera situación del cuento –que era el relato de mi irme a dormir-pero cuando la acción más traumática del sueño se iniciaba, ahí solo traté de describir lo más fielmente cómo había sido el sueño, que por intenso y anotado me había quedado muy grabado en la mente. Terminé de relatar las escenas del sueño bastante conforme con la fidelidad del resultado: era un excelente relato del sueño. Pero luego de releerlo, aunque el sueño estaba perfectamente relatado, me di cuenta que eso no era un cuento. Había una intriga o situación estresante que hiciera las veces de peripecia o nudo, pero la resolución –esplendorosa de sentir y sentido para mí- no era la conclusión de un relato. Era simplemente un terminarse el sueño en un momento o escena final y punto, pero nada parecido a una coherencia estructural o trama que hiciera retrospectivamente necesario o conclusivo el fin del relato.

Dejé lo escrito guardado en la computadora y me fui a ver televisión y dar por terminado el día. Aventuré la idea posible de que a partir de la base del sueño pudiera más adelante inventar un relato que se inspirara en él. Por ejemplo, continuando el relato desde el fin de sueño hacia algún otro tipo de acción o evento inventado que llevara el relato a algún lado e hiciera de eso que no era un cuento y que yo acabara de escribir, un relato, mi primer cuento (tal fue la ilusión post-sueño original: este sueño será mi primer cuento).

Habiendo dejado la tarea voluntariamente inconclusa o parcialmente resuelta, tuve mi momento de cena y relax en la cama, con la televisión. Y gracias a la combinación de todos los factores cotidianamente necesarios para mí para la relajación y el dejar pasear la cabeza, de repente, una revelación, un descubrimiento: un sueño no es un cuento. Un sueño no puede ser nunca un cuento. Léase: la estructura del sueño no es la de un cuento, un relato, una narración. Pero no estoy diciendo que los sueños no tienen forma o estructura. Menos todavía estoy diciendo que un sueño no tiene sentido. Lo que digo es que la estructura del sueño y su modo de hacer sentido, de significar, son diversos de la estructura de la narración, que nos ofrece su sentido qua narración a partir de la estructura principio-medio-fin que hace a la serie contingente de eventos en dirección al fin retrospectivamente necesaria en vistas de la totalidad de la serie qua estructura de relato.

En mis discusiones sobre lenguaje, narración, psicoanálisis y subjetividad con ella, Judith Butler argumentaba fuertemente que mucho de la subjetividad y de la experiencia solo puede ser captado por el lenguaje poético, por el lenguaje de los sueños, y no por la estructura narrativa (y el sujeto narrativizante/sado que la coherencia narrativa supone). Recién hoy entendí esto. Fracasando en el intento lúdico, placentero, deseante, de escribir un cuento a partir de un sueño que fuera el sueño vuelto cuento: pero al fracasar en escribir un cuento logré escribir un sueño, para darme cuenta al leerlo que eso que escribí no tenía la estructura de un cuento.

Hay entonces, entiendo hoy, dos modos de la significación de la subjetividad, de la experiencia de ser sujeto: el modo en que significa un relato sobre las acciones del sujeto, un modo teleo-lógico, porque su inteligibilidad se sostiene en la dirección hacia el fin y desde el fin hacia la totalidad del sentido de sus actos. Es el modo de la significación que se condensa en la noción de “elección”: de un modo más o menos intenso es el sujeto el que moviliza el sucederse que se vuelve trama. Y un modo otro, el que significa en el sueño, que contiene una sucesión de imágenes-figuras-escenas, que se remiten unas a otras, se metamorfosean unas en otras dando una sensación de duración o temporalidad del sueño, un modo tropo-lógico: porque la sucesión-duración sigue la dirección de un constituirse una figura que se de-constituye, de-figura, para volverse una figura u escena otra-siguiente. Y en la cual la sucesión-sustitución de una imagen en otra sugiere una red multiforme, enredada, de sentidos, en un ir de un lado al otro, de un arriba abajo, al costado y arriba de nuevo, que genera una sensación de continuidad que disfraza la danza perpetua en el desplegarse de las figuras de la dis-continuidad entre ellas. Aquí las denominaciones aún me faltan… pero arriesgaría que es el modo de la significación que se condensa en la noción de “pasión”: la pasión también refiere a un sujeto que moviliza un sucederse, pero hay una experiencia pseudo-ciega del mover los sucesos, un saberse sujeto-agente pero a la vez paciente, que se ve a sí mismo moverse, actuar, comportarse, de un modo que no cree elegir o que preferiría no elegir, o que no debería elegir, pero sabiendo esto aún así no puede sino hacer “eso”, decir “eso”.

Las preguntas posibles para mí, ahora, en torno a la reflexión sobre la subjetividad serían las siguientes: ¿cuál es el modo privilegiado? ¿Cuál define mejor qué es ser sujeto? ¿Se trata de un alternarse de los modos de la subjetividad? ¿O uno, el del sueño, es el fenómeno primario –por más reprimido que lo fuera- y el otro un fenómeno subsidiario, secundario? ¿Es el modo de la narración una fantasía de plenitud de ser que se vuelve principio de realidad de la vida consciente? ¿Es el modo del sueño la verdad de la ausencia de estructura de trama real de la existencia? ¿Son dos modos meramente opcionales, yuxtapuestos, de un ser esquizo o bifronte del sujeto?

Y más se podría preguntar, y lo seguiré haciendo. Pero permítanme terminar esto con un último elemento a destacar del conjunto de mi des-cubrimiento.

Dormidos o despiertos, el modo del relato o el modo del sueño, solo son posibles en un cuerpo.

No hay subjetividad en ninguno de los dos modos sin –se vive, se narra, se escribe, se sueña como-  cuerpo.

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