Este texto desea ser una reflexión acerca de las
posibilidades de acción en el presente. Desea ser un hijo del pensamiento,
aunque su gestación recién empieza y no será parido hasta dentro de mucho
tiempo. Pero quizás ya fue, de algún modo, concebido como posibilidad.
Se trata de un hijo del pensamiento que no puede
sino ser un hijo de la promiscuidad, porque su concepción requirió un erotismo
teórico con muchos hombres y mujeres, homosexuales y lesbianas, filósofos e
historiadores, lingüistas y teóricos literarios. La promiscuidad ontológica de
la que alguna vez me habló un profesor transmitiéndome a Merleau Ponty, que
ahora quiere ser también promiscuidad performativa del pensamiento y la
escritura.
Y un hijo no puede concebirse sin un cuerpo. Es un
hijo/hija… tiene y rechaza a su vez su género.
Pero debo advertir al lector que en este texto no se
dirá nada nuevo. ¿Quién puede decir alguna vez algo “nuevo”? Ya se ha dicho
todo, ¿no? O al menos siempre alguien podrá venirnos a decir que “esto ya lo
dijo X en Y”. Pero si no se puede decir algo “nuevo”, se puede decir algo “de
nuevo”. No es algo nuevo, pero se dice “de” nuevo. Y eso es lo que enseña
Benveniste del discurso: yo, alguien (¿nuevo?), asumo en mi enunciación todo el
lenguaje: ¿no hay un tipo de hacer ahí? En el discurso, aparece la lengua en
tanto que asumida por el hombre que habla y en la condición de intersubjetividad, única que hace
posible la comunicación lingüística. El yo
que no es sin el tú. El yo ligado al ejercicio del lenguaje: el
discurso individual en el que cada locutor asume por su cuenta el lenguaje
entero.
Entonces quizás hacer en/con el lenguaje –como Austin
nos ha mostrado- no puede sino ser decir “de” nuevo. Pero con mi garganta. Con
mis dedos. Con los signos a través de mi cuerpo.
Si hay algo interesante para decir del lenguaje y de
la acción “de nuevo” será eso: el lenguaje es acción, la acción es lenguaje. Es
esto lo que hay que decir y pensar de nuevo.
Pido perdón por tardar en llegar al punto, perdón
porque me cueste empezar este texto. Pienso en mi amado Barthes, en su escritura
en voz media (destacada recientemente por mi amado Hayden White). Es
interesante que al pasar, en el texto en que la piensa, Barthes menciona entre
los procedimientos de inauguración del discurso - “puntos en que se juntan el
comienzo de la materia enunciada y el exordio de la enunciación” – la apertura performativa, que remite al
modelo poético del yo canto. Lo
interesante es la nota a pie de página, en la que refiere el problema del
exordio de cualquier discurso como “la codificación de las rupturas del
silencio y una lucha contra la afasia.”
¿Hacer y hablar no son siempre un modo de romper el
silencio y luchar contra la afasia? ¿Ruptura y lucha que no son sino un atravesar
con el propio cuerpo las codificaciones del hacer y del hablar?
Pero, ¿de dónde viene este texto? ¿Qué pretende
decir de nuevo? ¿Cuáles son los cuerpos diversos que se encontraron azarosamente
en la promiscuidad teórica que lo produce?
Seguramente el poder productivo en Foucault. Y la
iteración en Derrida, particularmente en esa apropiación del Kafka que escribe
respecto del “ante la ley”, tal como Butler lee a ambos: como revelando que la
norma que citamos no “es” sustancialmente antes de ser reiterada, sino que es
la misma reiteración la que la fortalece en su apariencia de “La Ley”. También
lo que está detrás de estos tres filósofos: Austin y el develamiento de la
performatividad del lenguaje. Pero también la voz media en Roland Barthes, en
él y tal como White la asume para pensar nuestra relación con el lenguaje y la
representación en el siglo XX, el que dio las piruetas lingüísticas y ahora no
sabe dónde cayó. También el Barthes que habla de la lectura como hemorragia
permanente de la estructura, como lugar en que la estructura se trastorna. El
estructuralista que se suicida, que nos hereda la sangre de su propio puñal en
el pecho, para beber: la lectura como el lugar en el que la estructura se
trastorna.
Y también la última Butler de la ética levinasiana,
de la “scene of address”, del dar cuenta de uno mismo que siempre es de un yo a
un tú.
Pero también de lo que no está en los libros ni en
las lecturas hechas. De mi experiencia en las instituciones educativas, de mi
experiencia de la academia. Y también de tantas charlas en las que el
pensamiento vive.
Pienso en mis charlas con Elsa Drucaroff y su
furibunda crítica a toda posición que pretende pensar la emancipación como
esquizoide, que propone pensar un sujeto des-hecho, des-centrado, “pero bien
que después van con nombre y apellido a cobrar los derechos de autor.”
Hay algo para pensar de nuevo –mi amiga tiene razón-
en el Nombre y Apellido, el nombre en el que habita, se individua, un ser que habla y hace. Ese que ocupa un
lugar en la academia y su autoridad, o en la burocracia y su poder, o en la
cátedra y su saber.
¿Qué es lo que quiero pensar de nuevo, a partir de
esta promiscuidad de pensadores, haceres, experiencias? Hay algo que siento
como falta en el terreno en el que un Foucault, un Derrida, una Butler, me han
dejado… claro que son ellos los que me permiten pensarlo. Ellos más algo que me
viene de White, y Barthes y Drucaroff –aunque también sería quizás un poco
contra ellos también.
Me aparece la falta del cuerpo individual, de la
pregunta por su rol en las estructuras de saber/poder.
Si eso que todos vienen elaborando de algún modo,
que es lo que une indisociable pero no identificablemente al hablar con el
hacer, la performatividad, no puede sino ser una teoría (perdón por la palabra)
de cómo se usa el poder, cómo circula: ¿no tiene alguien que prestarle el
cuerpo al poder, la garganta al discurso, para que siga circulando de un cierto
modo?
¿No hay un cuerpo individual marcado por un Nombre y
Apellido? ¿No hay un Nombre y Apellido del poder y de su circulación/desviación?
Me estoy preguntando sobre la discrecionalidad
institucional como arma. Algo que puede ser pensado a partir de las vivencias
cotidianas e institucionales –porque se
cruzan constantemente.
Pienso en un modo de la subversión que sería posible
como elección de un disfraz, como performance repetida del parecer ser lo que
la institución espera que devenga su miembro, hasta llegar al lugar del poder para
ejercerlo poniendo el cuerpo para
desviarlo.
Usar las instituciones quebrando las promesas hechas
al poder particular, concreto, sesgado, de la forma opresiva de la institución:
no creerse realmente la promesa dada de devenir en el futuro reiterador
auténtico del disfraz asumido. Perder la fe en la institución. Renunciar al
deseo de ocupar el lugar codiciado del poder del que fuimos sujetos.
Sería un hacer político no por social, sino porque nos
retorna al yo-no-sin-tú del lenguaje. The scene of address, para Butler.
Se trata de enseñar a usar el disfraz: hay que
socializar los trucos y estrategias de acceso a la institución y sus recursos.
Y me permite entender que un modo de la injusticia
está dado por todos los mecanismos que intentan garantizar, a algunos, el
no-acceso a las instituciones.
Se trata de un motín de los propios capitanes. Un
motín a favor de la tripulación.
Porque el capitán debería recordar en su cuerpo el
haber sido el otro, el oprimido, el sujetado.
Manifiesto del poder de un cuerpo individual.
El poder podrá circular, más o menos difusamente,
pero no hay poder sin cuerpos que le sirvan de materialización de su
circulación.
Retorna el elemento de la estructura a exigir su
reconocimiento: pero ya no es el Signo, sino el Cuerpo. El cuerpo que habla. El
cuerpo que se individua, que ejerce un poder que lo atraviesa, con su Nombre y
su Apellido.
Leerte es un placer enorme.
ResponderEliminarGracias, La de los mil nombres!!! Este blog desea mucho a sus lectores :) un beso
Eliminary perdón por el retraso en mi respuesta... no me llevo tan bien mentalmente con las notificaciones de gmail :P
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