lunes, 10 de noviembre de 2014

Sueño, niñez y ley

El domingo, después de una transnochada divertida y necesaria, me ocurrió lo que suele sucederme en estos casos: duermo mal, me despierto una o dos veces en lugar de dormir unas buenas horas de corrido y se produce la ya usual madrugada de mucho soñar en cuotas para mí… soñé varias cosas, en sueños a la vez continuos e independientes. Pero uno en particular me regaló el despertar angustiada (que también conozco de memoria).
De algún modo el contexto del sueño era algún evento o reunión familiar. Creo que unos minutos antes había estado hablando con un señor que yo no conocía pero que se me presentaba en esa ocasión y vagamente recuerdo que me contara que era escritor o había escrito un sueño (nota: en realidad quise escribir que había escrito un "cuento", pero ahora veo que escribí "sueño" en su lugar). Pero eso era la situación-marco, digamos. La escena del sueño que me impactó fue la siguiente.
Estoy con Juani, mi sobrinito de cuatro años, a upa. Estoy sentada o como recostada en una reposera, y él está sentado sobre mi falda, con su rostro hacia mí, mirándome a mí, y llora. Llora porque en el jardín lo retaron fuertemente por haber robado algo. Como suele suceder en los sueños, vivo la situación como si me fuera familiar o estuviera al tanto de lo que Juani me dice. El llanto de Juani está acompañado de una expresión en su rostro tremendamente potente –me fascina (aunque lo padezco) de los sueños esa potencia de conmoción emocional que tienen tanto durante como después del sueño. Esa expresión, acompañada de alguna explicación de Juani –que para todo tiene explicaciones e intentos de racionalización que son tan tiernos como asombrosos, sobre todo a la hora de intentar dialógicamente escapar a alguna sanción que se le está por imponer- me dice en el sueño que él no entiende por qué era tan grave el reto, por qué lo tenían que retar tanto por eso que hizo.
Yo vivo la pregunta angustiada de Juani ante la magnitud del reto que recibe con una sensación doble que suelo tener en la realidad frente a situaciones así: por un lado, hay algo gracioso, tierno, en el niño que transgrede una norma y quiere “zafar” de la sanción… es como que causa un poco de risa, como si hubiera algo cómico ante los ojos adultos en esos primeros intento de lidiar con la Ley no incorporada del todo aún de un niño; pero por otro lado, algo me angustia fuertemente, me entristece tremendamente, tanto como para despertarme y sentir unas ganas de llorar permanentes a lo largo del día que asoman más o menos a los ojos ante la sumatoria banal de circunstancias de la vida en la vigila posterior.
Pero hay que agregar más información sobre el sueño aún: yo, en el sueño, reacciono como lo haría en la vigilia porque mi mixtura de risa enternecida y lamento más o menos angustiado por la vivencia infantil de Juani va acompañada de la conciencia de que yo, como su tía, dado que la institución educativa y los padres están de acuerdo en que Juani debe saber que “hizo algo malo” y debe reconocerlo -saberlo, sentirlo y aprender a no volverlo a hacer-, tengo que colaborar con ellos en la tarea de darle a conocer con claridad a Juani la Ley, el “no robarás”. Si la situación fuera la de cualquier otro día real de mi vida, yo sabría que mi función es, con cariño pero firmeza, responder a la pregunta de Juani llorando de por qué está tan mal lo que hizo y por qué lo retan tanto reforzando desde mi lugar la bajada de la Ley y el conocimiento de la sanción: con ternura tendría que explicarle a mi sobrino por qué estuvo mal eso, por qué está bien que lo reten o pongan en penitencia, darle a entender por qué es mejor (¿para él? ¿para la sociedad? ¿para la Ley?) que no lo vuelva a hacer. En otras palabras, Juani viene a la tía como figura adulta externa a la institución educativa y la normativa paterno-materna para ver si esta adulta también va a bajarle la Ley o si, en cambio, ella puede ser una aliada de él, si ella puede como adulta decir algo distinto, decir que no tienen razón los otros adultos, y entonces liberarlo de su angustia y tener otro-adulto a su favor frente a sus acusadores.
El sueño me angustia estando “en” el sueño potentemente y en la vigilia posteriormente también, casi del mismo modo ante el recuerdo-permanencia corporal de esa potencia, justamente porque en el sueño no me surge espontáneamente el rol de colaboradora en la imposición de la Ley a Juani. Luego de ese primer momento de risa ante la ternura de su gesto de zafar de la sanción mezclada con la leve angustia de la empatía con la vivencia en el cuerpo mío niño de lo mismo hace mucho tiempo, permanece y gana terreno la angustia ante la empatía que se duplica y magnifica por el hecho de que en tanto estoy ocupando el rol de la adulta ahora, en la situación del sueño, yo sé que podría rechazar mi rol de co-sancionadora, de reforzadora de la Ley, y que podría en cambio decirle algo a Juani en una íntima complicidad para que rechace a su vez la Ley y, de ese modo, pierda la angustia que lo hace llorar porque todos le dicen que hizo algo malo y se muestran enojados con él. El sueño me revela el rol que ahora ocupo por mera presencia como tía (nota: reviso el texto y en lugar de “ocupo”, que era lo que conscientemente quería escribir, había escrito fallidamente “cuerpo” –es cierto, ahora “le pongo el cuerpo” a ese lugar): soy ahora una figura adulta más que siempre podrá colaborar en bajar la Ley, en reforzar las sanciones sociales que Juani necesita incorporar para entender moral-punitivamente el mundo en el que vivirá. Pero también sé que estoy exactamente en el mismo lugar en el que podría rechazar de plano ser yo también agente de la Ley para Juani.
Si Juani llora porque su niñez aún le permite sentir la pérdida de libertad que la norma le impone, le permite no asimilar inmediatamente la norma externa como norma interna –porque aún su corta edad lo tiene “en proceso” de tal in-corporación… aún su cuerpo vive la no inmediatez de la auto-regulación-, yo me angustio frente a él, en mis faldas, indefenso, pidiendo una aliada para resistirse a los otros-adultos y sus normas, porque sé que puedo y no puedo ser su aliada. Puedo porque tengo la, llamémosla, libertad deliberativa de la adultez, para elegir colaborar en bajarle la norma o no (en otras palabras, nadie “me” obliga a mí particularmente a hacerme cargo de esa función: no hay un “papá”, una “mamá”, un jardín de infantes que a esta altura de mis treinta años más que Juani me podría “mandar al rincón” por no reforzar colectivamente la norma). Pero por otra parte, no puedo no hacerlo. No puedo no ser cómplice de la bajada de la Ley de los adultos-criantes a los niños-en-crianza… porque la liberación momentánea de la angustia de Juani frente a esta ocasión del enfrentamiento con la norma no lo prepararía para un mundo en que esas ocasiones se volverán ethos, se convertirán en mundo de la vida, se transformarán en “normalidad” a habitar.
Mi sueño me dice que no quiero, que me angustia, que preferiría no hacerlo: no quiero ocupar el rol de agente de normalización. Pero mi angustia onírica se vuelve tristeza de la vigilia porque no puedo no hacerlo. 
El sueño me revela la nueva norma que me espera en una edad en que pensaba que ya no habría mucha más novedad en términos de normativización para mí porque ya las normas habían sido introyectadas y podía incluso disfrutar de cierto margen de elección de transgresión de normas… como un balance de adultez de cuáles quiero conservar y cuáles no. Pero no, nada de eso, ahora aparece una norma social inescapable nueva: la función de colaboración normativizadora de niños ahora desde mi lugar de agente –y no paciente- de la Ley.
Y me despierto profundamente triste. Y hoy es lunes y sigo triste. Y escribo para que la catarsis me permita “hacer las cosas que tengo que hacer” y ya no pensar en esto.
Me siento la sobrina-niña que llora preguntando por qué le dicen que hacer lo que querría hacer –no bajar la Ley- está tan mal. Pero ya no hay ninguna meta-tía que me siente en sus faldas para escuchar mi queja y mi llanto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario