lunes, 8 de diciembre de 2014

El principio, el fin y el culo sucio

Se empieza y se termina la vida con el culo sucio.
Hoy quiero pensar qué dice de una vida, digamos, “convencional”, “típica” o “promedio” -una vida que empieza en el típico principio y termina en el probable final- la coincidencia del culo sucio a su inicio y el culo sucio al final.
No me refiero a la expresión “tiene el culo sucio” como metáfora indicadora de que alguien siente culpa, o se siente en deuda, vergonzosa, quizás hasta negadamente, con alguien.
Ese es el durante de la vida.
Pero hay un principio y un final.
Y en ambos, el mismo culo, sucio.
Pero es menos el carácter de “sucio” del culo el que me interesa pensar y más, en cambio, la situación en la cual esa suciedad del culo se encuentra: se trata de un inicio y un final en el que necesito de Otro para limpiar(me) mi culo.
En el alfa y el omega de la vida, no puedo limpiarme el culo yo solo.
La infancia y la vejez, los extremos del ser, devuelven una misma imagen originaria: la de mi dependencia del ot(r)o para limpiarme el o(r)to.[1]
Sospecho que acá, en una imagen tan trivial, obvia, escatológica, grosera, se cifra mucho, bastante, una buena parte de una verdad de la vida: Una verdad que está en el culo y no en la cabeza.
Sospecho también que hay algo de esta verdad orto-originaria detrás, o delante, de los esfuerzos de Judith Butler de pensar una ética levinasiana, una ética de la absoluta desposesión frente a otro, otro ante el cual mi responsabilidad radical surge porque me limpió el culo cuando yo no podía (aunque Levinas pensó lo humano en la cara, ¿podemos pensar lo humano en el culo?) Por eso vivo mi durante de la vida, el “entre” un culo infante sucio y un culo anciano sucio, con la sensación de tener el culo sucio, aunque ahora me lo limpio yo solo.
Hay algo de lo femenino ancestral como figura que limpiará el culo del inicio y el culo del final, que me inspiran a adjetivar el “yo/solo” en masculino, aunque la mano que escribe es la de una mujer… más precisamente, una mujer-tía que hoy le limpió el culo a su sobrina-niña, porque ella no podía.
Hay algo sospechosamente masculino en el durante de la vida en el cual “yo me limpio el culo solo” y lo vivo sintiendo metafórica-existencialmente como teniendo el culo sucio.
¿Por qué y cómo será que la deuda, la culpa irrefrenable, de deber-me a otro en mi existencia pasó a ser figurada en la metáfora del “tener el culo sucio”?
El culo sucio de mis años niños no es naturalmente motivo de vergüenza, ni de deuda: simplemente es. Deviene vergüenza cuando el marco social que demanda que los culos “siempre estén limpios” se instala.
Toda la lógica de la vida social representada por el pasaje de la vivencia espontánea del culo sucio ante otros como mero suceder hacia su sustancialización en marca-como-mancha.
El mundo social es el mundo de los culos obsesivamente limpios que igual se sienten siempre sucios.
No pedí que me traigan a este mundo, pero necesito que alguien me limpie el culo.
No pedí que me lleven de este mundo, pero si me voy, que alguien me limpie el culo.
¿Quién limpiará mi culo cuando yo ya no pueda?
¿Alguien que me esté en deuda?
¿Es el devenir una mano que lava a la otra, o mejor dicho, una mano de un culo sucio lavado, que deviene mano que lava su culo, y el culo luego de otro, que solo no puede, esperando que luego ese culo sucio que solo no podía sea al final la garantía de que en el fin alguien deberá –“me” deberá- lavarme el culo, cuando otra vez, en absoluta asimétrica existencia, yo ya no pueda?
¿Hay que tener culos infantes para lavar para saber que alguien sentirá en algún momento el deber moral de no dejarme, en el fin, con mi vergonzoso culo sucio solo?
¿Está mal sentir el culo sucio, cuando está limpio, cuando ya me ocupo solo de limpiarlo, cuando me auto-sustento la limpieza de mi mierda, solo porque nunca podré borrarme u olvidar que le debo en mis primeros años la limpieza de mi culo a otro?
¿Qué puede haber de más interesante para pensar, acerca del durante de la vida, acerca del sentimiento permanente (por más esfuerzo de negarlo o enfrentarlo) de que todos tenemos sucio el orto?
¿Es el horizonte de mis deudas, de mis culos ancianos por lavar, que no son “mi” culo, pero son “míos” de algún modo, una expectativa a desear postergar, a temer enfrentar, a disponerme solo a soportar?
Como se soporta el durante de la vida con la sensación del culo siempre sucio.
¿Habrá algo que aprehender en la puesta en cuestión de la idea de que la vida sea el trayecto que vivo con un culo que se espera siempre limpio –aunque es un culo que nunca pudo ser sin un otro que, primero, (y en el último después) lo lave?
¿Podríamos dejar de tratar de tener siempre el culo limpio?
¿Podríamos dejar de desear que el otro tenga siempre el culo limpio?
¿Qué une y qué distingue –cuál la diferencia ontológica- entre ese otro al que demando la pureza que me demando, y ese otro que me limpió, que me limpiará, cuando yo no pude, cuando yo ya no pueda?
¿Se cifrará allí la originaria mayúscula del Otro? ¿Se cifrará allí el olvido al que sometemos al otro en minúsculas, con el cual lo construimos, bajo la sombra de un Yo que por quererse mayúsculo y primero olvida que primero, al principio, en el origen, solo no podía ni lavarse el culo?
¿Podrá el interjuego entre la mayúscula que se olvida y niega, y la minúscula que se impone y recuerda, ofrecerle al yo que piensa en minúscula su existencia, un atisbo de la verdad que le espera en un final que será el mismo principio, la verdad cuyo pretendido desconocimiento ensucia metafóricamente, en el durante constante de la vida, ese culo que obsesivamente volvemos, una y otra vez, a tratar –imposiblemente- de limpiar?



[1] ¿No les parece fascinante esta pequeña alteración del lugar de la “r” y todo el cambio que produce en términos de significación?

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