Se empieza y se termina la vida con el culo sucio.
Hoy quiero pensar qué dice de una vida, digamos, “convencional”,
“típica” o “promedio” -una vida que empieza en el típico principio y termina en
el probable final- la coincidencia del culo sucio a su inicio y el culo sucio
al final.
No me refiero a la expresión “tiene el culo sucio” como
metáfora indicadora de que alguien siente culpa, o se siente en deuda,
vergonzosa, quizás hasta negadamente, con alguien.
Ese es el durante de la vida.
Pero hay un principio y un final.
Y en ambos, el mismo culo, sucio.
Pero es menos el carácter de “sucio” del culo el que me
interesa pensar y más, en cambio, la situación en la cual esa suciedad del culo
se encuentra: se trata de un inicio y un final en el que necesito de Otro para
limpiar(me) mi culo.
En el alfa y el omega de la vida, no puedo limpiarme el culo
yo solo.
La infancia y la vejez, los extremos del ser, devuelven una
misma imagen originaria: la de mi dependencia del ot(r)o para limpiarme el o(r)to.[1]
Sospecho que acá, en una imagen tan trivial, obvia,
escatológica, grosera, se cifra mucho, bastante, una buena parte de una verdad
de la vida: Una verdad que está en el culo y no en la cabeza.
Sospecho también que hay algo de esta verdad orto-originaria
detrás, o delante, de los esfuerzos de Judith Butler de pensar una ética
levinasiana, una ética de la absoluta desposesión frente a otro, otro ante el
cual mi responsabilidad radical surge porque me limpió el culo cuando yo no
podía (aunque Levinas pensó lo humano en la cara, ¿podemos pensar lo humano en
el culo?) Por eso vivo mi durante de la vida, el “entre” un culo infante sucio
y un culo anciano sucio, con la sensación de tener el culo sucio, aunque ahora
me lo limpio yo solo.
Hay algo de lo femenino ancestral como figura que limpiará
el culo del inicio y el culo del final, que me inspiran a adjetivar el “yo/solo”
en masculino, aunque la mano que escribe es la de una mujer… más precisamente,
una mujer-tía que hoy le limpió el culo a su sobrina-niña, porque ella no
podía.
Hay algo sospechosamente masculino en el durante de la vida
en el cual “yo me limpio el culo solo” y lo vivo sintiendo
metafórica-existencialmente como teniendo el culo sucio.
¿Por qué y cómo será que la deuda, la culpa irrefrenable, de
deber-me a otro en mi existencia pasó a ser figurada en la metáfora del “tener
el culo sucio”?
El culo sucio de mis años niños no es naturalmente motivo de
vergüenza, ni de deuda: simplemente es. Deviene vergüenza cuando el marco
social que demanda que los culos “siempre estén limpios” se instala.
Toda la lógica de la vida social representada por el pasaje
de la vivencia espontánea del culo sucio ante otros como mero suceder hacia su
sustancialización en marca-como-mancha.
El mundo social es el mundo de los culos obsesivamente
limpios que igual se sienten siempre sucios.
No pedí que me traigan a este mundo, pero necesito que
alguien me limpie el culo.
No pedí que me lleven de este mundo, pero si me voy, que
alguien me limpie el culo.
¿Quién limpiará mi culo cuando yo ya no pueda?
¿Alguien que me esté en deuda?
¿Es el devenir una mano que lava a la otra, o mejor dicho,
una mano de un culo sucio lavado, que deviene mano que lava su culo, y el culo
luego de otro, que solo no puede, esperando que luego ese culo sucio que solo
no podía sea al final la garantía de que en el fin alguien deberá –“me” deberá-
lavarme el culo, cuando otra vez, en absoluta asimétrica existencia, yo ya no
pueda?
¿Hay que tener culos infantes para lavar para saber que
alguien sentirá en algún momento el deber moral de no dejarme, en el fin, con
mi vergonzoso culo sucio solo?
¿Está mal sentir el culo sucio, cuando está limpio, cuando
ya me ocupo solo de limpiarlo, cuando me auto-sustento la limpieza de mi
mierda, solo porque nunca podré borrarme u olvidar que le debo en mis primeros
años la limpieza de mi culo a otro?
¿Qué puede haber de más interesante para pensar, acerca del
durante de la vida, acerca del sentimiento permanente (por más esfuerzo de
negarlo o enfrentarlo) de que todos tenemos sucio el orto?
¿Es el horizonte de mis deudas, de mis culos ancianos por
lavar, que no son “mi” culo, pero son “míos” de algún modo, una expectativa a
desear postergar, a temer enfrentar, a disponerme solo a soportar?
Como se soporta el durante de la vida con la sensación del
culo siempre sucio.
¿Habrá algo que aprehender en la puesta en cuestión de la idea
de que la vida sea el trayecto que vivo con un culo que se espera siempre
limpio –aunque es un culo que nunca pudo ser sin un otro que, primero, (y en el
último después) lo lave?
¿Podríamos dejar de tratar de tener siempre el culo limpio?
¿Podríamos dejar de desear que el otro tenga siempre el culo
limpio?
¿Qué une y qué distingue –cuál la diferencia ontológica-
entre ese otro al que demando la pureza que me demando, y ese otro que me
limpió, que me limpiará, cuando yo no pude, cuando yo ya no pueda?
¿Se cifrará allí la originaria mayúscula del Otro? ¿Se
cifrará allí el olvido al que sometemos al otro en minúsculas, con el cual lo
construimos, bajo la sombra de un Yo que por quererse mayúsculo y primero
olvida que primero, al principio, en el origen, solo no podía ni lavarse el
culo?
¿Podrá el interjuego entre la mayúscula que se olvida y
niega, y la minúscula que se impone y recuerda, ofrecerle al yo que piensa en
minúscula su existencia, un atisbo de la verdad que le espera en un final que
será el mismo principio, la verdad cuyo pretendido desconocimiento ensucia
metafóricamente, en el durante constante de la vida, ese culo que obsesivamente
volvemos, una y otra vez, a tratar –imposiblemente- de limpiar?
[1]
¿No les parece fascinante esta pequeña alteración del lugar de la “r” y todo el
cambio que produce en términos de significación?
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