Si hay algo que une la filosofía con el psicoanálisis es que
ambas tematizan la falta. Tematizar la falta es hacer de ella un tema cuando
regularmente pasaría desapercibida o no reconocida como tema para pensar,
indagar, cuestionar, escribir. Hacer de la falta tema es traerla al discurso.
Traerla porque fuera del discurso está siempre ya ahí. Que esté ahí y que sea
traída al discurso es necesario, porque tematizar la falta significa pensarla
aunque sea ficticia, aunque en realidad no sea o sea nada. Pero que sea
ficticia, que no sea realmente, no la hace por eso menos efectiva.
Y como la falta está siempre ya ahí, tematizada o no,
podemos admitir la falta u omitirla, vivirla como negación. Admitir la falta es
hacer filosofía, es hacer terapia. De nuevo, lo repito para que sea dicho
claramente: lo que tienen en común hacer filosofía y analizarse es tematizar la falta.
Y no tematizarla es negarla. Negarla es omitirla, actuar
frente a la falta como por omisión. Es estar siempre dando puñetazos al aire. Ganar
una discusión filosófica desde la negación no es llegar a alguna verdad, sino
que gane inútilmente aquél que derribó, puñetazos ciegos mediante, al otro.
En cambio, si tematizamos la falta, nadie gana la discusión
filosófica. No hay ganadores y perdedores. Porque ante la falta no hay rivales:
todos reconocemos, ante la falta, que ya hemos perdido un poco. Así como todos
ganamos la paz, o al menos la calma corporal, de reconocer que eso que estaba
ahí y que no queríamos ver, que nos jodía desde algún punto ciego de nuestra
percepción escorzada, no era sino la falta. La misma falta constitutiva que nos
hace a todos. La misma pero a tu modo. Tu vacío, tu lugar oscuro, tu verdad
miserable o verdadera miserabilidad.
Es importante tematizar la dualidad de la falta, su doble
cara, su doble aspecto. O, mucho mejor dicho, no es la falta la que es doble,
sino que es ese algo del sujeto del cual la falta es una cara lo que es
verdaderamente bifaz. Es algo del sujeto cuya cara difícil de enfrentar es la
falta, es aquello cuya cara inevitable de ver a los ojos es el deseo. Hay algo
de lo cual la falta y el deseo son ambos hijos. Hay algo que da vida a la falta
y el deseo. Algo del orden de lo agujereado, de lo incompleto, de lo perforado:
el ser en el tiempo. El ser en el tiempo que sabemos temáticamente pero que hay
que saber en/con el cuerpo para saberlo en serio, para degustarlo en su salado
y amargo sabor. El ser en el tiempo que es nada. Nada como negatividad… como
vida interior de la falta; como potencia exteriorizante del deseo.
Por eso, sin que ninguna lectura causalista –y quizás todas
a la vez- sea posible, sabemos que sin falta no hay deseo. Pero no quiero decir
que no se desea algo si no te hace falta. Quiero decir una mejor cosa: quiero
hablar de por qué la filosofía y el psicoanálisis tienen que ver con la
escritura. Porque la filosofía y el psicoanálisis tematizan la falta para
reconocer el deseo. Si no sé traer a la palabra lo que me hace falta, no puedo decir
mi deseo. Menos aún, escribirlo. O mejor dicho, no puedo escribir
verdaderamente. Porque se puede escribir falsamente… y se puede ser brillante,
y genial, y admirable en una escritura falsa. La escritura falsa es la que
apabulla con las palabras, las frases, las sentencias, las imágenes
embellecidas, hasta sublimes, para tapar con todo su potencial sonoro y gráfico
la falta que quiere salir, aunque no queramos verla. La escritura falsa es dar
puñetazos de lenguaje, dagas de discurso, escupitajos de metáfora en la
oscuridad contra no sabemos qué. La escritura falsa es escritura de la
negación. Tiene la potencia de vida vicaria del parásito: todo su poder, todo
lo que puede la escritura falsa que es verdadera escritura de la negación, es
succionar la vida de las cosas: vaciarlas, debilitarlas, volverlas objeto,
borrarles el brillo luminoso que tienen cuando nos amenazan en su no ser ya ni
a-la-mano, ni ante-los-ojos. Es mirar el martillo que perdió su función y que
nos entorpece la repetición de la cotidianidad para, en lugar de maravillarnos
frente a su falta de sentido, su ser índice de la significatividad arbitraria
que somos, apagarlo, desconectarlo de la desconexión, sofocarlo en su
interrupción poética y remitirlo tranquilizadoramente a una mera caja de
herramientas en la cual olvidarlo. Cuando podríamos haberlo empuñado y llevarlo
de martillo-útil a martillo-potencia-reflexiva. Que quede claro: se escribe
desde la oscuridad, se transmite la falta desde su negación, se comunica su
presencia como afán ciego de desconocimiento. Y se puede encontrar en
maravillosas páginas de la filosofía y la literatura ríos de sangre propia
derramada en la lucha autoaniquilante por no tematizar la propia falta. Genios,
hay; que sean hombres felices, es otra cosa.
Y la escritura-verdad, la que tematiza la falta, esa es la
escritura pura potencia… la escritura cuya mano está guiada por ese temblor
temeroso de ir exudando en cada letra, en cada golpe del teclado, o en cada
giro valiente y asustado a la vez de la lapicera, el deseo. El deseo de
escribir que se sabe deseante de la escritura… la escritura no compulsiva, sino
apasionante. La compulsión es hermana de la escritura falsa, negadora, ciega.
La pasión, la pasión es una suave y férrea voluntad lenta y lineal de seguir escribiendo.
No hay apuro negador cuando se escribe el deseo: hay premura que rima con
“dulzura”, hay “prisa” que tiene “risa” adentro. La escritura deseante es la
escritura que se sabe perforada por una falta. Sabe la falta y la degusta como
deseo. Sabe la distancia ideal regulativa –siempre corriéndose, siempre
desplazada, siempre horizonte- que hay entre tematizar la falta y vivir aquello
a dónde el deseo la conduce… pero disfruta el trayecto en la alegre conciencia
del movimiento, del desplazamiento, de al menos ir en alguna dirección a algún
otro lugar. La escritura deseante es movida por una mano que se estira y se
ofrece… que busca la feliz posibilidad de que otra mano la encuentre o la
difícil pero generosa chance de ser mano-oportunidad para otro. Los dedos
nerviosos en el teclado saben que no hacen nada malo, que el deseo de tocar su
deseo no admite juicio moral, pero saben también que cada golpe es una
transgresión, una marca, una diferencia, una significación producida, una poiesis
desaconsejada.
“Si estamos mejor así como estamos.” “¿Moverse, para qué?”
El tránsito entre la escritura negadora y la escritura
deseante es la tematización de la falta. Entre una escritura y otra hay un paso
por un diván. Hay que primero acostarse para no ver y poder entonces
identificar la falta. Hay que recostarse a no mirar, a mirar el techo como
no-límite, no-obstáculo, para poder decir la falta y que se vuelva entidad ante
los ojos del oído, antes que se pose en la retina que hubo que anular para que
la imagen-palabra de la falta sea. Y hay que hablarle a otro que no puedo ver,
que no está en mi campo visual pero sé que está escuchando. Sé que va a saber
antes que yo cuál es mi falta pero que me va a permitir que sea solamente yo el
que la diga. Al decir de la falta se llega solo, pero con otro ausentado de mi
mirada, que me sostiene con su escucharme… con su solo ser para mí, en tanto
visualmente ausente, una plena escucha: sosteniéndome como un puro oído desde
el afuera de mis ojos, como una voz que viene desde un atrás de mí que es
imposible, corporalmente imposible, de ser visto por mí… como desde ese lado
trasero que uno es y que solo sabe que es si se mira en algún espejo.
Un espejo que no me devuelve ninguna imagen porque no puedo
verlo. Que es un oído absoluto en una voz siniestra que llega desde mis
espaldas… más siniestra aún porque estoy acostada, a su merced, a merced de que
escuche lo que digo mientras me hablo sin mirar nada y que pueda atravesarme un
puñal simbólico en el cuerpo cuando al decir, como sea, mi falta, atrape cual
pisapapeles en el centro de mí el texto, la materialidad, el sonido, la grafía,
en que pude por fin nombrar la falta y hacerla imagen-tema, sonido-objeto,
nada-cosa.
Sin la vulnerabilidad reducida en sus capacidades
perceptivas del diván por el cual paso para salir de la ciega escritura
compulsiva-falsa no hay forma de dar a luz a la escritura-deseo humilde,
humana, temerosamente decidida –pero por decidida, afirmada y valiente- que me
levanta del diván, que me hace ponerme de pie para poder caminar, mover-me …
recorrer-me en el transitar el camino que se abre entre este nuevo yo y el
ideal horizonte-regulativo del deseo que es la angustia-falta transfigurada
aquí y ahora en potencia vital.
Una y la misma nada.
La nada misma que somos,
en el modo del tiempo.
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