miércoles, 27 de noviembre de 2013

Hablar la verdad


Últimamente siento que no puedo sino hablar con la verdad… o mejor dicho, hablar la verdad: decir la verdad, decir lo que veo, lo que estoy pensando al momento de hablar, lo que verdaderamente creo, lo que para mí, en ese momento, es.
Pero qué puede querer decir “hablar la verdad”? Al fin y al cabo, soy filósofa y como buena amante de la sabiduría –y toda sabiduría se sostiene de algún modo en el saber de una época, incluso el saber “negativo”- no puedo, en mi situación actual, sostener una concepción de “verdad por correspondencia”. Es decir, “hablar la verdad” no puede querer decir: “Decir lo que es, tal como es”, porque no concibo mi lenguaje como mero reflejo del mundo. Entonces, “hablar la verdad” tiene que querer decir otra cosa.
Pienso en Merleau Ponty, que decía que nos tocábamos con las palabras, que al hablar “cantamos el mundo”… y pienso que lo que me suele suceder es que, frente a un “otro” con el que hablo, con el que dia-logo, decir la verdad es decirle aquello que no quiere ver, o no puede… no porque el otro no ve “el mundo tal como es”: sino porque el otro que habla conmigo, al hablar-me, me dice cosas de sí mismo, lo quiera o no. Todos al hablar mostramos nuestra verdad, que no es verdad de nuestras “proposiciones” abstraídas de nuestros enunciados; no es la verdad ni de las premisas ni de las conclusiones que podamos anudar en supuestos razonamientos. Es la verdad de la ida y vuelta de un argumento que no cierra. La verdad de una vacilación en el uso de las palabras. La verdad en nuestras metáforas recurrentes. La verdad que se muestra detrás de lo que nos cuesta decir o de lo que decimos con demasiada facilidad. La verdad de lo imposible de decir pero obvio, manifiesto, evidente en el cuerpo inquieto que habla, que detrás de los sonidos de su garganta se retuerce, vacila en la silla frente a mí, se agita sobre uno y otro pie, parado frente a mí. El cuerpo que dice la verdad que no es la de las palabras ni las correspondencias con alguna objetividad o referente externo. Ese cuerpo que empieza a cubrirse, a retrotraerse, a encogerse frente a mí cuando estoy por decir eso que no sabe si quiere o puede escuchar.
Darle la verdad en el hablar al otro es cumplirle ese pavor, que es a la vez deseo, de que yo vaya a decir eso que sabe que no quiere/puede escuchar.
No es la verdad desconocida: es la verdad demasiado conocida.
No es la verdad de una descripción: es la verdad de un golpe, de una cachetada, de una caricia que se necesita pero que se teme porque conmoverá y hará llorar incluso antes de llegar a la mejilla.
Es poner tu cabeza en mi pecho, abrazarte, hacerte escuchar en mí un corazón que late como el tuyo, pero que en su latir sabe del dolor que te ocupa el centro del cuerpo y se expande milimétricamente a lo largo de toda tu piel… y todo esto, sin acercarme, sin recorrer el espacio entre mi silla y la tuya, sin quitar la mesa de café casual que tenemos en medio.
Decir la verdad es hacerte vibrar exactamente ahí donde vas a vibrar con las palabras que yo diga… es una conmoción que arranca cuando aspiro para llenar de aire mis pulmones llenos de verdad que quiere salir… es una modulación de tu cuerpo que comienza en mi garganta.
Decir la verdad es hacer mover tu cuerpo contra tu voluntad. Es hacerte padecer la violencia dulce de saber que te estoy escuchando, que realmente te estoy escuchando.
No hay decir la verdad sin un margen de agresividad… ningún cuerpo se mueve contra su voluntad, ningún objeto sale de su reposo sin un golpe. Y sin embargo, cuánto amor, cuánto cuidado, cuánta entrega es necesario que haya para asumir el rol de bola de billar existencial de otro. Porque puede salir mal… porque el que ve y dice la verdad se expone a un mínimo indispensable de incomodidad y a un máximo posible de eliminacionismo: no todos quieren escuchar la verdad, es decir, sacar sus cuerpos de esa inercia inmóvil en que lo mantienen haciéndose los que no saben qué les pasa o los que no pueden lo que les haría estar mejor.
No es la palabra como concepto. No es el enunciado como idea. No es el sonido como signo.
Es la vibración de una garganta del modo exactamente necesario para que un cuerpo vibre al unísono.
Es más música que teoría.
Es más arte que pericia.
Es más caricia del ruido articulado en una corporalidad padeciente, necesitada, fallida, hablante en su dolor a gritos que, al escucharlos, no pueden sino requerir la violencia amorosa del sopapo que los despabila, de la mano-como-frase que se extiende para dar la oportunidad de que sepas “que yo sé lo que vos sabés”, “que yo sé lo que te duele”, “que te puede dejar de doler”, “que así no más”, “que de otro modo”.
El movimiento arranca en mi voz pero sos vos el que decide moverse.
Hablar la verdad es abrirte la puerta, darte la oportunidad, abismarte para saltar del otro lado.
Yo decido darte la fuerza de mi palabra… pero la verdad es tuya, para tomarla.


No hay comentarios:

Publicar un comentario