Y apareció la voz. Finalmente. Y ahí estaba, desde siempre.
Obvia. Se muestra como obvia. Como siempre ya ahí. Pero ahora se muestra,
finalmente. La voz. En femenino. Obvio.
Hoy pensaba en el subte que al final la cosa fue como
desatar un nudo que no era un nudo. Un
nudo que se resistió un año y más en desanudarse. Un falso nudo, como varios
anteriores falsos nudos que desaté, de uno u otro modo. Un nudo que se desata
como un moño que corona un regalo, para mí misma.
Y solo tuve que tirar un poco, un poco cada día desde hace
más de un año. Tirar de la cinta de seda de la que estaba hecho finalmente el
nudo-moño que parecía de soga, intrincadamente anudada, pero no lo era. Tirar
de la cinta, un poco, cada vez un poco más, para que se deshaga el nudo y se muestre
seda: lisa, suave, tersa, allí, dócil al tacto. Una voz de seda, de mujer,
suave, pero capaz de parecer nudo y moño, a la vez. No era nudo, pero parecía.
Es moño de regalo, moño de una colita de pelo de nena que deja de ser nena.
Juguetona y preciosa, como el nudo-que-ahora-es-moño y como moño-ahora desata y
cierra. Anuda un pasado a otra cosa. Un ahora, de regalo, con moño y todo.
No era nudo y le creí tanto que sí. Era seda enroscada. Era
un moño en una colita de pelo que queda simpática pero para la que ya estoy
grande. Era de seda, de fragilidad y tensión a la vez. Era un no-nudo pero tan
nudo entre un comienzo y un fin, que ahora es comenzar de nuevo… otro relato,
con otra narradora, otra y la misma, de seda tensionante, pero en su propio
elegir poner en tensión tan violenta como dulcemente, el ahora-voz… el
ahora-mujer… el ahora-narradora… el ahora-yo, con moño y todo, pero sin colita
de pelo.
Solo faltaba un tirar un poco más, como tantas otras veces,
como ya sabía sin saber que sabía que iba a pasar. Y se deshizo el nudo…
se-des-hizo ante mis ojos, y en mi cuerpo.
Y me termino de dar una ducha caliente en el cuerpo cansado
de tanto trabajo y el calor alivia el cuerpo… un cuerpo tensionado que se
des-ata, des-anuda de su cansancio… y como el cuerpo se desata sensiblemente,
es el calor del agua y la belleza de la música… un disco de jazz maravilloso
que pongo cuando me baño para desatar el cuerpo, que acompaña el silencio del
cuerpo y un poco de la mente, mientras el agua alivia, mucho, el cuerpo cansado.
Me seco, me visto, me voy al sillón, llevo las hojas de
lectura y trabajo, pero me prendo antes un pucho para terminar de fumarme los
últimos minutos de la transición al trabajo después del cuerpo bañado,
recuperado. Y pienso en ese placer de un poco más de hermosa música, en el
sillón, en el living –ese nuevo espacio de la casa de no-trabajo o de
transición. Acomodo el cuerpo en el sillón, las piernas levantadas para que
sigan descansando otro rato, la cabeza fresca de la ducha caliente, relajada… y
el cigarrillo que de a poco me fumo escuchando esa música de seda en mis oídos…
y se prende ahora la escritura en mi cuerpo, junto al cigarrillo y sus lentas
pitadas. Y empiezo a escribir esto… de a poco, sedamente… despacio como el humo
que se enrosca y desenrosca de mi boca hacia afuera. Y sigo escribiendo en mi
cabeza acerca del humo, y de la voz, y del nudo.
Y así como se deshizo el nudo de la voz que era un nudo de
escritura, se confirma el haberse anudado más que nunca la voz a otra cosa: la
escritura al cuerpo. No es solo escribir algo con la mano, es escribir-se con
todo el cuerpo. Después de sacarle su cansancio del día y de renovarle la vida
para seguir escribiendo. Es la voz la que aparece en una escritura del cuerpo…
es “la” voz, de un cuerpo femenino… que era obvia pero que tuvo que terminar de
luchar fantasmáticamente con la fantasía de que ser “autor” es masculino.
“Autor-izada”, la voz que ahora aparece, sedosamente, en un cuerpo de mujer a
la que la colita de pelo ya no le queda, deshaciendo el nudo entre ese antes y
este ahora, el nudo-moño del don de la voz propia.
“I think also that our bodies are in truth naked. We are only lightly covered with buttoned cloth; and beneath these pavements are shells, bones, and silence.”
ResponderEliminar— Virginia Woolf, The Waves.
Nadie lo dice mejor que Virginia... gracias, Suelen. :)
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